Importa un pepino si hay 400.000 personas o un solo español que haya sido víctima de acosos sexuales por parte de miembros de la Iglesia católica, y me da exactamente lo mismo que lo diga el Defensor del Pueblo (extrapolando —un poco a la torera, es cierto— una muestra de poco más de ocho mil conciudadanos) o su tía en patinete. La Santa Madre es una organización criminal por definición. Primero y ante todo, porque obliga a sus miembros a prescindir de la actividad sexual compartida (que es, restregarse hasta el éxtasis, una de las ocupaciones más provechosas de los humanos), lo cual resulta prácticamente igual a prohibir la respiración, el andar o el atracón. El pobre burro del obispo Omella, que aparte de bobo nos ha salido español, dice que eso de los abusos no tiene nada que ver con el celibato; pues sí, monseñor, porque castrar el placer y el gozo es el primer paso que lleva a cualquier bípedo normal a la psicosis.

Dice este Omella que la Iglesia no tiene nada que ver con los abusos infantiles, pues la mayoría de los casos de tal tipo se dan en lo que los cursis denominan "el ámbito intrafamiliar." Es cierto, señor monje; pero la diferencia entre la (imperfecta) sociedad ilustrada y ustedes es que nosotros hacemos todo el posible por llevar a los acosadores ante un tribunal para juzgarlos y a su secta solo les arrancamos las manzanas podridas cuando las víctimas no pueden reprimir más su angustia y lo acaban compartiendo, a pesar de todas las trabas que ponen las sotanas. Los ateos pretendemos urdir una sociedad donde todo el mundo tenga los mismos derechos y, por torpe que sea la aplicación de nuestro ideario, no negamos ni uno solo a las mujeres. Ustedes les matan la capacidad de ofrecer el sacramento, las segregan de cualquier ámbito decisorio de política interna, y solo las consideran imprescindibles cuando tienen que parir.

No hay ninguna revelación de abusos sexuales que se haya compartido con la ciudadanía a iniciativa de la Iglesia. Dicen los obispos que los tocamientos de muslo y las enculadas involuntarias también ocurren en otras confesiones. En efecto, porque la raíz del mal se encuentra en buscar la trascendencia de la vida en un ser que supere la grandeza (y la miseria) de la raza humana. El abuso hacia otra persona empieza cuando se considera que hay algo de más valor que esta. El nuestro es un mundo en el que hay seres humanos, ideas y una multiplicidad infinita de objetos. Solo con eso, la vida cobra totalmente de sentido; la verticalidad ética que impone la religión no es un acto que regale modestia a la humanidad, sino que la supedita a la indefensión. Sé que mucha gente encuentra sentido y calor en Dios, pero es una sensación irracional y falsaria, sobre todo cuando la divinidad siempre escoge a portavoces enfermos.

Salvemos la tradición católica, faltaría más, pero acabemos con esta Iglesia del demonio

No exagero ni un ápice la retórica cuando digo que la Iglesia es una institución punible por naturaleza. Y eso, sin embargo, tampoco le quita ni un solo gramo de relevancia cultural. Soy un ciudadano de Occidente y el catolicismo forma parte inherente de cualquiera de las actividades que practico. Todas las instituciones de la política europea son una forma u otra de secularización, la Biblia es el libro más importante de toda la literatura universal, y vendería a mi propia madre si tuviera que escogerla a ella o a la partitura de una misa de Josquin des Prés. Soy orgulloso alumno de Can Colapi y un firme defensor de que la enseñanza del catolicismo (y de otras creencias irracionales) forme parte troncal del currículum educativo. Pero admiro todo este legado indiscernible de mi carne desde lejos; pues no quiero que ninguno de sus preceptos sea la guía de una sociedad democrática donde no hay culpables sino responsables.

La humanidad ha logrado sellar conflictos de una dureza bestial, como el Holocausto o la Guerra (in)Civil en España. Sintomáticamente, las únicas bullas que repiten los abusos contra la alteridad son los religiosos; así pasa en este lugar desértico y espantoso que se denomina Tierra Santa y que solo interesa a un montón de tarambanas porque se lo manda su deidad. Esta falta de maña es la misma que ha llevado a tantos profetas de la fe a violar a unos críos a quienes han arruinado toda la vida. Me la trae muchísimo al pairo que sean una minoría y que haya gente estupenda dentro de la Iglesia; el problema no es numérico sino de raíz. Que cada uno crea lo que quiera, faltaría más, pero a estas alturas nadie puede discutir que la Iglesia católica disfruta de una impunidad como ninguna otra institución en el mundo (la cual, por si fuera poco, es favorecida por los estados a base de privilegios fiscales y patrimoniales).

Por mucha reparación que se ofrezca a las víctimas (en general, a base de billetes), nunca se podrá compensar un dolor que empieza por el hecho de castrar a los mismos apóstoles de la fe de un modo inhumano. Salvemos la tradición católica, faltaría más, pero acabemos con esta Iglesia del demonio que, aparte de corrupta, siempre ha profesado un odio visceral contra nuestra tribu. Porque odian la libertad, faltaría más.