Año 2108 del siglo XXI de la era cristiana. El ser humano envía sondas a asteroides para que arranquen un trocito y lo traigan de vuelta a la Tierra para estudiarlo, opera sin que el cirujano esté presente en el quirófano y desde la otra punta del planeta puede subir y bajar las persianas de su casa.

Año 2018 del siglo XXI de la era cristiana. Un traslado de presos de Madrid a Catalunya ha de hacer noche en Zaragoza. Aproximadamente 650 kilómetros de distancia entre los dos puntos y el autobús que los trae tiene que parar a medio camino. Como si el viaje fuera en carro, en diligencia o en tartana. Como si estuviéramos en el siglo XVIII.

"No, es que hay un protocolo pensado para que tengan un viaje mejor", me dice ahora usted que sabe de qué va porque lo han explicado varios medios. Efectivamente, este es el problema. Que hay un protocolo. Y que este protocolo tiene una explicación, o unas cuantas, que no se aguantan por ningún sitio. Y que en el siglo XXI son un poquito difíciles de entender.

Ya no digo de hacer el traslado en avión o en AVE porque es caro y complejo (pero podría ser perfectamente), pero es que resulta que el bus con el que los trasladan está dividido en pequeñas celdas muy incómodas, parece ser que algunos de los presos (otras versiones dicen que todos) van esposados, no hay lavabos y los conductores necesitan descansar. Bien, pues oiga, el problema no es del protocolo sino de la mierda de bus que utilizan como transporte y que obliga a que rija un protocolo de hace dos siglos.

Pero lo peor es que este protocolo tiene un criterio que se aplica según cómo. ¿Recuerda aquel famoso transporte de los presos políticos en furgoneta policial desde el Tribunal Supremo hasta el centro penitenciario? Sí, sí, aquel donde un tipo con complejo de Fernando Alonso y vestido de policía aprovechó que los presos iban esposados y sin ningún sistema de fijación para conducir de tal manera que los unos caían encima de los otros. ¡Exaaacto! Fue el día de los comentarios de los tres policías sobre Junqueras y el día en que el conseller Mundó sufrió erosiones en las muñecas.

O, ¿recuerda el caso de Tamara Vila, detenida en Viladecans acusada de terrorismo por subir una barrera de peaje? Ella misma ha explicado en twitter que tardó cinco o seis horas en llegar a Madrid y que viajó... ¡en coche! Y allí, ni lavabo, ni descanso del conductor, ni mandangas. Y no hizo noche ni en Zaragoza, ni en Calatayud, ni en Gallur, ni en La Almunia de Doña Godina. De una tirada.

¿En estos dos ejemplos, cuál es el protocolo? Precisamente cuando estamos hablando de una persona detenida que todavía no había ni declarado o de personas que acababan de declarar. O sea, ¿tratan como ganado (todavía más) a quien todavía no está ni acusado? ¿Este es el protocolo?

Pues tenemos un grave problema de protocolo. También.