Muchas veces me pregunto por mi "profesión". Esta que ejerzo aquí, donde escribo, me expreso, siento, pienso y comparto. Aprendo y me obligo, gracias a mi profesión, a estudiar. Sobre lo que haga falta. 

Esa energía la aprendí desde bien pequeña, cuando estudié piano. Y precisamente estos días, al reencontrarme con uno de mis mejores amigos de aquella época de Chopin, hablamos sobre la capacidad de esfuerzo y fuerza de voluntad que te imprime estudiar un instrumento con el nivel de exigencia que, tan pequeños, hicimos. 

Fue después, cuando estudié Derecho, que tuve que recuperar esa sensación que aprendí a tener frente al piano, para enfrentarme a los códigos, a las sentencias, a la doctrina. Y aprender a comprender otro lenguaje. Hacer músculo mental y rebatir. Los mejores momentos que recordaré siempre de mis años en la facultad fueron, sin duda, los del debate, los de los trabajos de investigación doctrinal y ese gusto al refutar una teoría con su propio autor. 

Siempre me sentí en mi salsa en foros de debate, de reflexión, de escuchar y de ser escuchado. Si lo pienso, he pasado toda mi vida haciéndolo, sobre diversos temas. En diferentes países, contextos, y desde perspectivas muy diferentes. 

Cuando me afilié a una organización política, lo primero que me atrajo fue, precisamente, eso: las asambleas, las charlas internas de formación, y las horas de convivencia hablando de política. Aprendiendo. Y buscando, junto a los jóvenes, a los referentes que nos gustaba escuchar. 

Trabajar en el Parlamento Europeo, fue —en la parte a la que hoy me refiero— un goce real. Aprender mucho, y tener al alcance acceso a personas e información fue una experiencia que sentí siempre como un regalo de la vida. El que también tuve cuando me dediqué a la cooperación. El que siento hoy cuando enseño a los pequeños el lenguaje de la música. 

Mi profesión es aprender y compartir. Explicar como buenamente pueda lo que creo que sucede a mi alrededor. Y, sobre todo, invitar a la reflexión

Me contaba mi amigo Thomas Harrington que en Estados Unidos se estila eso de los clubs. Reuniones de grupos de personas que, de manera casi revolucionaria en tiempos de nuevas tecnologías, apuesta por encontrarse para cenar, aprender sobre un tema, con un invitado que les imparte una pequeña charla, y comentar todos juntos en una agradable velada. 

Mi profesión es aprender y compartir. Y, sobre todo, invitar a la reflexión.

He participado en algún encuentro por el estilo. En el Ateneo de Madrid. Cenas temáticas que se hacían de manera paulatina, organizadas por un grupo de colegas, que disfrutábamos de una maravillosa comida mientras alguien especial, nos daba una conferencia y abría el debate entre todos. Conocí a mucha gente interesante allí de la que a día de hoy sigo aprendiendo. 

Y cada vez más, creo que hace falta impulsar, seriamente, este tipo de encuentros. En los barrios, en las librerías, en las plazas. 

Mi constatación ha sido esta mañana. Cuando he ido a la librería del pueblo a buscar libros para mis hijos y sus amigos cumpleañeros. Se me ha alegrado el corazón cuando, a las doce de la mañana, un reducido grupo de gente estaba escuchando una interesantísima charla. 

Mi profesión es ayudar a "hacer opinión". Colaboro en amasar el alimento de la democracia, de la convivencia, y también, de trocitos de felicidad. Gracias a usted, querido lector, es como sale el pan.