Hoy me he mirado al espejo, una práctica que hago todas las mañanas cuando me lavo los dientes. Me jode envejecer, pero las cosas han cambiado desde que vivía bajo la sumisión del alcohol. En plena caída a los infiernos, estuve ocho meses entrando en el baño a oscuras para no ver mi imagen destruida. Pero hoy me he mirado al espejo y he observado mis movimientos labiales mientras pronunciaba "me gusta la fruta", en un claro homenaje a una política prefabricada por el establishment madrileño que me provoca mucha vergüenza ajena. Y preparémonos para el futuro, porque eso del "relaxing café cono leche en plaza Mayor" es la antesala de lo que vendrá. Y repitiendo "me gusta la fruta", he comprobado que "hijo de puta" no encaja con la motricidad vocal de mis labios. Encajaría si añadiéramos el adjetivo "gran" al exabrupto, y dependería del acento. Abriendo bien las aes, "hijo de la gran puta" encaja mejor con "me gusta la fruta".

Y mientras pronunciaba la frase, me he sentido ridículo. "Hostia, Daniel", me he dicho, "¿verdaderamente la política te ha llevado a este estado de evidente disfunción neuronal?". Y he pensado en Enrico Berlinguer, en Willy Brandt, en Helmut Kohl, en François Mitterrand, en Jordi Pujol, en Rafel Ribó, en Pasqual Maragall o en Adolfo Suárez, hombres de otros tiempos políticos, en los que la fruta era de temporada y el tomate sabía a tomate. Incluso en aquellos años, ICV era otra cosa, menos ecodogmática, más eurocomunista y mucho menos equidistante. Y aunque Margaret Thatcher era el jinete del apocalipsis neoliberal, comparada con lo de hoy, la Dama de Hierro era una estadista propia de unos tiempos en los que la política tenía un trasfondo intelectual. Y no es que Ronald Reagan fuera un docto pensador, pero comparado con Donald Trump lo podríamos considerar un eminente estadista de unos tiempos donde la política se escribía con mayúsculas y sin argucias. Los lobos eran lobos, y las ovejas, ovejas.

Estoy hasta las narices de la política y de los políticos actuales. Como catalán, estoy hasta los huevos de políticos pusilánimes como nuestro Honorable, y de perdonavidas de pacotilla que nos prometieron Itaca y nos hicieron varar en la isla de Perejil, a expensas de la virulencia de la tropa de neofalangistas, dirigidos, intelectualmente, por un estadista de quinta división regional llamado José María Aznar, otro invento de Miguel Ángel Rodríguez, como también lo ha sido Isabel Díaz Ayuso. Algo tendrá este MAR, capaz de convertir los panes en peces o los pepinos en melones. Él es el establishment, el más listo del Far West y con una ética más próxima a Torrente que a Harry el Sucio. En la España de MAR, Harry Callahan sería considerado un marxista.

Algo que me asombra es la capacidad de Galicia para parir políticos anclados en la derecha extrema y deontológicamente vomitivos. La última bestia es Miguel Tellado, natural de Ferrol, aunque él, en la intimidad, debe de vanagloriarse de haber nacido en El Ferrol del Caudillo. Los gallegos como Tellado saben muy bien si suben o bajan, y cuál es la escalera perfecta para extender su putrefacción ideológica. De haber nacido antes, el político del PP habría sido un perfecto diputado de las Cortes franquistas, y un buen candidato para convertirse, más tarde, en uno de los padres de la Constitución.

En nuestra desdichada tierra tenemos políticos pusilánimes al frente del gobierno de la Generalitat, y una oposición que construye repúblicas imaginarias

Esto de la política española es como la F1 y Montmeló. Por mucho esfuerzo que pongamos, por muchas negociaciones y que nuestros políticos digan que están trabajando en ello, el establishment logrará que Madrid se quede la Fórmula 1. Ya sé que a mucha gente no le gusta la F1, pero es un ejemplo clarificador de nuestra debilidad. Porque, como catalán, tengo la sensación de que siempre apostamos al 17 y al rojo, y siempre sale el 36 y el azul. España es un país tancredista, diseñado para que todo gire en torno a un rey ultraderechista.

Y cuando acabo de decir "me gusta la fruta", compruebo que he dejado una mancha de vaho en el espejo, que desaparece tan rápidamente como mi insurrección espontánea. Con los políticos catalanes que nos han tocado, me siento con una indefensión altamente castradora. Y el problema es que a mí me enseñaron que la política era importante, y que de un solo voto —el mío, el tuyo, el suyo— dependía el equilibrio moral de un país que, nos decían, estaba en plena construcción democrática después de una Transición modélica. Desgraciadamente, todo era teatro y puro simulacro.

Y ante esta España que afilia gente racializada —antiguamente conocidos como negros— a partidos neonazis que tienen el poder milagroso de regalar carnés de buenos y malos demócratas, y ante esta España que trabaja para hacer del kilómetro cero aquello que soñó el Generalísimo, en nuestra desdichada tierra tenemos políticos pusilánimes al frente del gobierno de la Generalitat, y una oposición que construye repúblicas imaginarias como los niños que edifican castillos de arena en la playa. Ante esta España, toda la casta política catalana surgida del procés tendría que haber dado un paso al costado para dejar sitio a una nueva hornada de políticos para animar a una tropa que, como yo, todavía considera la democracia la única posibilidad de salvar los muebles identitarios. Otra Itaca. Las nuevas generaciones son todavía más mediocres.

Y cuando el PP y Vox lleguen al poder, ¿qué haremos? ¿Jugar al 17 y al rojo y perder? La imagen del Molt Honorable Salvador Illa en Japón es muy representativa. En el pabellón de "Cataluña" hubo una bailaora flamenca y olé. Lo siento por el Molt Honorable: de haber nacido en Fraga, hubiera podido aspirar a la presidencia del gobierno de España.

Una gran mierda, en definitiva. Y porque me gusta la fruta de temporada y que el tomate sepa a tomate, seguiré votando a partidos demócratas y catalanistas, porque representan los valores que me enseñaron en casa. Esos que nunca me llevarán a entregar mi voto a Aliança Catalana, aunque, a veces, ganas no me faltan. El partido de Sílvia Orriols es como una formación de la marca ACME. Ya me entienden: el coyote, el correcaminos… mic, mic y… ¡¡¡bum!!!