Eran tiempos felices, de sonrisas y aires de verano. Tocábamos la guitarra, "let it be, let it be", y nos hacíamos fotos que colgábamos a toda prisa en las redes en un grotesco ejercicio de vanidad tan humano que podríamos pasar por alto si no fuera porque los protagonistas destacados eran el president del Govern y el máximo mando policial.

Si llega a pasar en Sanxenxo y los protagonistas fueran Rajoy y el comisario jefe de la Policía Nacional, lo habríamos considerado escandaloso y propio de una república bananera. Pero era un verano del 2016 en la Costa Brava y hacíamos himnos de canciones y queríamos que Catalunya lo supiera.

En otoño de 2016, Puigdemont proclamaba el "o referéndum o referéndum" y les endosaba a Junqueras y Romeva toda la responsabilidad. Todo el mundo estaba ya avisado de lo que se pretendía hacer. También el comisario jefe.

Pasaban los días y se aproximaba el gran momento. Había que tenerlo todo bien preparado. En mayo de 2017, Puigdemont concluye con Junqueras que el comisario amigo Trapero no es el candidato idóneo para ser nombrado major. Lo consideran poco fiable. Están en Palau y, una vez celebrado el Consell Executiu, Puigdemont se despide de Junqueras para ir a ver a Trapero y comunicarle que no podrá ser major.

El de ERC espera intranquilo el retorno de Puigdemont para saber cómo se lo ha tomado el comisario Trapero. Se huele algo. Cuando vuelve el president, con la cara lo dice todo. "Lo he mirado a los ojos", dice con un hilo de voz presidencial delante del vicepresident Junqueras. No sólo no le ha dado calabazas, es que lo ha ungido.

Trapero no ha sido nunca ni un héroe ni ningún traidor, sino un policía ambicioso con un gran ascendiente dentro y fuera del cuerpo

Trapero ya es major de facto. Junqueras está atónito. "¡¿Qué ha pasado?!", se pregunta. No se sabe. Nadie entiende nada, más allá de que legítimamente Trapero deseara ser major.

La figura de Trapero se crece un palmo con los atentados del 17 de agosto. Se hacen camisetas y, de un día para otro, pasa a ser un icono para parte del independentismo. Tanto es así que, en las elecciones de diciembre de 2017, Puigdemont lo quiere en su candidatura. Esta vez Trapero lo rechaza. La Generalitat ya está intervenida, medio gobierno ya está en la prisión y el otro en Bruselas. Y Trapero ya no es major, pero se mantiene como comisario, rango que ostenta desde que lo promocionó el conseller Espadaler (Unió Democràtica de Duran i Lleida) en 2012.

El conseller Forn (¿aspiró Trapero en algún momento a ser conseller?) acaba condenado a 10 años de prisión gracias a la magnanimidad de Manuel Marchena, que agradece al abogado Melero el buen rollo durante el juicio descontándole un par de meses a la sentencia. En cambio, Trapero no pisa nunca la prisión y acaba absuelto después de explicar en la Audiencia Nacional que había preparado a conciencia la detención del Govern al completo. Qué tipo de lealtad prometió a Puigdemont ante el reto gigantesco del 1 de Octubre o qué le dijo para seducirlo sólo lo pueden saber los dos protagonistas. Sigue siendo un misterio.

Con Torra (y Sàmper) llega la restitución de Trapero como major. Entremedias, el vicario pacta con el legítimo hacer caer a Buch de Interior. Y acto seguido reubicar con todos los honores al policía designado major con una mirada a los ojos, el mismo que había preparado minuciosamente la detención de Junqueras y del propio Puigdemont, detención que no se produce simplemente porque no lo ordenaron, según confesión propia. Una más de la Cofradía del Nosurrender del vicario.

Y ahora el comisario Trapero —que ya no acompaña a la guitarra presidencial— comparece en el Parlament mirando a los ojos de sus señorías y, en un ejercicio de corporativismo superlativo, denuncia que la política haya entrado en los Mossos. Virgen María santísima, sin pecado fue concebida.

Trapero no ha sido nunca ni un héroe ni ningún traidor, sino un policía ambicioso con un gran ascendiente dentro y fuera del cuerpo. Ahora bien, todo sea dicho con el máximo respeto a su experiencia y profesionalidad, ¡qué cara y qué ataque de cuernos!

Ahora, ya no acompaña al político en la guitarra; ahora canta ante todos ellos lamentos con ración especial para el conseller Elena, el político que se atrevió a prescindir de sus servicios.