Las primeras noches sin mí, mi padre dormía en mi cama. Supongo que buscaba mi olor, sentirme cerca. Mi ausencia, sin embargo, no se iba nunca del todo. Sé que, poco después de mi muerte, un día mi madre puso la mesa para cinco cuando en casa ya sólo eran cuatro. Puso mi plato encima del mantel, rutinariamente. También sé que, años más tarde, mi padre quitó mi silla de su sitio en el comedor y dejó en un rinconcito. Mi hueco no se puede llenar pero hacía falta espacio para respirar.

Mi asesino fue condenado a catorce años de prisión: sólo cumplió cuatro. Por buena conducta lo dejaron salir y todavía se pasea impune por las calles de mi país, blandiendo la ideología fascista y presentándose como candidato a listas electorales para partidos de ultraderecha. Los otros cuatro agresores fueron directamente absueltos. Todos ellos siguen cantando el Cara al sol a pleno pulmón y de buen grado, no como a mi amiga Anna a quien humillaron y obligaron a canturrearlo durante su declaración en el juicio. Los infames abogados de la defensa querían que demostrara que realmente sabía exactamente qué asco de música era aquella que oyó cantar a los que me mataron, cuando se marchaban del lugar de los hechos. Porque me mataron, sí —como después mataron a mi amigo Davide— pero se consideró homicidio y no asesinato porque se suponen, dijeron, que yo me habría podido defender.

Es una vergüenza y da rabia la impunidad con que todavía hoy el fascismo circula por nuestras calles e instituciones con crudeza, cinismo y violencia

Durante todo el juicio pareció siempre que estaban juzgándome a mí y que los verdugos eran las víctimas. Como si yo fuera el culpable de mi asesinato. Mientras tanto, fuera del juzgado, amenazaban a mi familia por teléfono con llamadas de madrugada (què volen aquesta gent?), mi padre se quedó sin clientes en el trabajo porque le hicieron boicot e hicieron pintadas en la puerta de nuestra casa. Para que después digan que el crimen no fue de origen político. Es una vergüenza y da rabia la impunidad con que todavía hoy el fascismo circula por nuestras calles e instituciones con crudeza, cinismo y violencia. Doy gracias a mi padre por las ideas que me regaló, por enseñarme a estar en el bando correcto. Por la dignidad. Y a todos los que matenéis la memoria viva.

Era el año 1993. Tenía dieciocho años. Me gustaba nadar pero me acabaron ahogando la vida entre cinco. Mi corazón era el de un atleta pero no resistió el navajazo. Como dice a mi hermana, lo tenía tan grande y latía tan fuerte que el cuchillo lo tuvo fácil para encontrarlo. A mí me quedaba toda la vida por delante y mis asesinos salieron adelante por la puerta de atrás. Continúan en libertad, que no es lo mismo que ser libres porque la ideología nazi sólo hace que encarcelar el cerebro. Ellos quizás conservan la vida pero, como dice mi madre, yo soy un hijo muerto que vivirá para siempre.