Esto de ser culé es muy cansado. La frase se la robo a medias a Joel Joan, extraída de una entrevista realizada el sábado en lo de Bundó. Y digo a medias, porque el actor dijo que "ser catalán es muy cansado", y tiene razón, "y que le gustaría ser de Cáceres", que lo dudo. Ser culé es muy cansado, pero no lo cambiaría por nada del mundo, a pesar de la sensación de vivir constantemente en un Dragon Khan de emociones típicas de los ciclotímicos. Yo, madridista y de Madrid, ni que me pagaran un sueldo vitalicio.

La primera vez que pisé el Camp Nou fue cuando Johan Cruyff fichó como jugador y el Barça ganó la primera Liga después, si no me equivoco, de 13 años de sequía. Hasta aquel instante mágico de mi comunión con el barcelonismo y el cruyffismo, el fútbol eran el rumor de los goles a distancia y las tertulias posteriores a los partidos. Vivíamos en la calle Maria Barrientos, en un piso situado a 100 metros del estadio, y cuando mis padres se iban al fútbol, yo me quedaba al cuidado de mis tías Mila y Olga mientras esperaba a que volvieran con un grupo de amigos para disfrutar de tertulias memorables con mucho humo de tabaco y grandes dosis de destilados. Borja de Riquer, Pep Termes, Josep Fontana..., la lista de tertulianos amigos daría para un dream-team del saber.

En aquellos años no recuerdo haber escuchado ningún -ismo relacionado con el barcelonismo. Quizás por la imposibilidad de oposición en tiempos de oligarquías diversas. Pero he aquí que llegó la democracia y el Barça pudo celebrar sus primeras elecciones, en las cuales se presentó un extraño personaje llamado José Luis Núñez —entonces se hacía llamar José Luis—, rico de cagar, como decían algunos, con pasta hecha con contratos comisionistas típicos del alcalde Porcioles, que en paz descanse. Núñez, fiel a su ideología, entró en campaña con un eslogan, Per un Barça triomfant, que pretendía quitar cualquier mácula de catalanismo a un club que hasta aquel momento se aferraba al dogma Més que un club. Y aquí haré un inciso. El documental sobre Núñez emitido en el 3Cat es bueno, pero no acaba de profundizar en las oscuridades de un personaje desestructurado.

Ser entrenador del Barça es como ser catalán: es muy cansado

Núñez ganó las elecciones, pero tuvo que claudicar con el catalanismo. Núñez era una persona necesitada de amor y de poder, una extraña pareja, y con él nació uno de los -ismos históricos del Barça: el nuñismo. Si Núñez fue un buen o mal presidente, lo está decidiendo la historia, pero elecciones tras elecciones fue sumando una horda de fieles que defendieron a Josep Lluís con el furor de una guardia pretoriana. Núñez, por fin, era querido, pero la estima es como el azúcar, se deshace fácilmente, y en una época confusa decidió fichar a Johan Cruyff como tabla de salvación. El Cruyff entrenador le salvó los muebles fabricando un Barça, por fin, triunfante; pero con dos gallos en el gallinero, el matrimonio estaba condenado al divorcio. Cruyff salió por la puerta de atrás, pero dejó un legado envenenado para Núñez: el cruyffismo.

La expulsión de Cruyff del paraíso entregó a los nuñistas una víctima propiciatoria, el jugador mimado del holandés, Pep Guardiola. El gran jugador, el hombre que leía poesía —és gravíssim, és gravíssim, eh—, fue considerado por los nuñilovers como la bomba de relojería cruyffista colocada dentro del vestuario y le hicieron la vida imposible con campañas vergonzosas hasta que abandonó el club, evidentemente, por la puerta de atrás. Para combatir a Guardiola y con la ayuda de Van Gaal, promocionaron a un joven talentoso del filial llamado Xavi Hernández, el ejemplo de futbolista con pinta de oficinista fiel al amo de la sucursal.

Una vez caído Núñez y con el laportismo (otro -ismo) a las riendas del club, es altamente metafórico que fuera el entrenador Pep Guardiola quien salvara el cuello de Xavi Hernández después de una temporada nefasta con Frank Rijkaard en el banquillo. A Xavi lo querían traspasar, y Guardiola le dio la potestad para convertirse en una leyenda del barcelonismo y uno de los mejores centrocampistas de la historia del fútbol.

Ser entrenador del Barça es como ser catalán: es muy cansado. Desde que Guardiola abandonó el banquillo del equipo, se ha añorado su poética futbolística despiadada con el rival. Y aquí radica el problema de Xavi. En épocas de vacas flacas, se buscaba el antídoto, y el 6 del mejor equipo de la historia del Barça era el remedio escogido. Pero casos como el de Pep, que viniendo de un filial acaba ganando seis títulos, podría ser considerado un fenómeno de una magnitud tan paranormal que ha acabado afectando a Xavi y el deseo de los otros de convertirlo en un nuevo Guardiola.

Titular este artículo "Guardiolismo contra xavismo" habría sido una absurdidad. El entrenador de Santpedor hace tiempo que ha sacado la bandera blanca y se lava las manos. Y estoy seguro de que Xavi no quiere ser xavista, pero hay psicofonías que no lo dejan dormir. Otro tipo de fenómeno paranormal del cual se intuye el origen si nos atenemos a la historia de este club ciclotímico que colecciona más -ismos que Champions. Hay que viajar en el tiempo para entender de dónde viene esta absurda y supuesta rivalidad entre Pep Guardiola y Xavi Hernández. Una rivalidad que, a finales de los noventa, fomentó el nuñismo para borrar las huellas del cruyffismo y que ha derivado en un cuento de fantasmas en que el protagonista Xavi ve espectros guardiolistas por culpa de los nostálgicos del hombre del ladrillo, tan necesitados de demostrar que el Barça triunfante era obra de albañiles y no de poetas.