Siempre he sostenido que, en democracia y entre demócratas, hay unas determinadas reglas del juego que jamás se deben vulnerar, porque son las líneas rojas que separan justamente a los demócratas de los totalitarios. Dicho más claramente, para ser demócratas hay que respetar unos determinados principios, intransables, aunque no nos gusten las posturas, opiniones o creencias de los otros.

De hecho, de las cosas que más me han preocupado, también molestado, en estos casi seis años de defensa del exilio, es el ver cómo desde determinados sectores del nacionalismo español se han hecho auténticas campañas de manipulación, señalamiento, desprestigio y deshumanización en función de las defensas que llevo y de las opiniones que he dado; sin embargo, siempre he visto estas campañas como parte de un todo que define a esos sectores como totalitarios y antidemocráticos.

La intensidad de las campañas va en función del poder que ostentan esos grupos y, obviamente, cuando el nacionalismo español decidió que yo era un objetivo, no escatimaron medios ni métodos para silenciarme y maniatarme de forma tal que no pudiese decir lo que en cada momento pienso sobre aquellos temas que me preocupan u ocupan.

No han sido pocas las ocasiones que hemos expuesto esos procesos de manipulación, tergiversación, sindicación, criminalización y deshumanización como signos evidentes de una falta de cultura democrática y una desviación hacia el totalitarismo incompatible con los valores que han de tener las sociedades y las personas que nos definimos como demócratas.

Dejé de opinar en los medios españoles porque mis artículos no solo servían para seguir atacándome, sino que, además, eran usados para perjudicar a los medios en los que las expresaba y para generar un mayor odio hacia mi persona y lo que defiendo y a quienes defiendo.

Quienes así se comportaban, y que no han dejado de hacerlo, no lograron silenciarme ni maniatarme; eso no lo conseguirá ninguna turba enardecida y bien guiada por aquellos para los que la democracia significa poco, a partir del momento en que no se les da la razón. Simplemente dejé de escribir y me fui con mis ideas, pensamientos y opiniones a sitios donde fuesen mejor comprendidas y aceptadas, que no significa que no sean cuestionadas.

Opinar conlleva abrir las ideas propias al debate, que es la esencia de la democracia, y no puede implicar que las opiniones propias sean aceptadas como dogmas de fe que nadie tenga derecho a cuestionar; muy por el contrario, el plasmar las opiniones por escrito, o en cualquier otro formato, es un ejercicio de apertura del pensamiento íntimo y una invitación al diálogo, al debate y a la discrepancia a partir de la cual se construyen ideas mejores, que no necesariamente han de ser las propias.

Así como llevo años sin publicar mis opiniones en los medios estatales, llevo el mismo tiempo haciéndolo en los catalanes, donde, hasta ahora, me había sentido muy cómodo porque, así lo creo, muchos de mis artículos sirvieron para abrir debates o participar en debates a partir de los cuales todos nos enriquecemos en lo que debe ser una sana convivencia democrática. He intentado, también, cumplir con una vocación divulgadora beneficiosa para todos.

Para ser demócratas hay que respetar unos determinados principios, intransables, aunque no nos gusten las posturas, opiniones o creencias de los otros

Pienso que, y ahí deben estar las cifras de lectura de cada una de mis colaboraciones en diversos medios, en algunos temas tengo ideas y reflexiones que pueden ser un aporte para que tratemos de comprender lo que sucede y busquemos la mejor respuesta a los desafíos que como sociedad se nos van planteando.

Siempre he escrito desde la honestidad y la absoluta independencia, es decir, desde mi pensamiento íntimo que abro y comparto para someterlo a debate y, en algunos casos, aportar mi granito de arena a la construcción de un país, de un país mejor que, llegado el momento, no replique los modelos aprendidos del nacionalismo español.

Los temas sobre los que me he pronunciado han sido múltiples y muy variados, creo que tengo derecho a tener opinión no solo sobre lo jurídico, sino también sobre otras áreas que nos afectan a todos como miembros de una sociedad convulsa y en constante reconstrucción o construcción.

No me he limitado a hablar de derecho porque, para eso, existen foros mucho más especializados, donde también lo hago, pero que requieren una técnica, lenguaje y profundidad que limitan la difusión de esas concretas y muy técnicas opiniones. En definitiva, he escrito de todo.

Hasta aquí íbamos bien, pero parece ser que la semana pasada toqué un tema que gatilló las pulsiones de algunos que parecen considerarse guardianes de las esencias del independentismo y que apuestan por una acción electoral que, en mi opinión, no solo es un error técnico y político sino un auténtico castigo autoinfligido del que difícilmente podría recuperarse el independentismo.

Hablé sobre la llamada a la abstención y mi artículo reactivó un gen antidemocrático presente en algunos —pocos muy ruidosos y agresivos— que los ha llevado a un proceso de manipulación, tergiversación, señalamiento, criminalización y deshumanización que ya he vivido, solo que procedente del nacionalismo español y que no estoy dispuesto a sufrir por segunda vez.

Llevo días padeciendo ataques, insultos y menosprecios, también señalamiento, en una campaña perfectamente orquestada y basada, entre otras cosas, en cuentas de Twitter creadas, sorprendentemente, entre mayo y junio de 2023. Se trata de una acción en la que se pretende no solo deslegitimar mis opiniones, sino, además, hacerme un daño reputacional importante y señalarme como un títere de vaya uno a saber quién, aunque todos lo podemos intuir, porque el objetivo del ataque, en realidad, no soy yo. He sido el objeto de la ira, pero no su objetivo.

Obviamente, quienes pretenden silenciarme o atemorizarme no lo conseguirán, como tampoco lo ha conseguido el nacionalismo español en todos estos años, pero lo que sí han conseguido es que abra los ojos y tenga muy claro que, de camino a casa, he de entrar en un proceso y periodo de silente reflexión porque parece evidente que me he equivocado pensando que todo el independentismo, sin excepción, buscaba una construcción de país y que este fuese democrático.

Estoy convencido de que la mayoría del independentismo así lo quiere y piensa, pero el que haya grupúsculos tan organizados, tan radicalizados y alejados de la realidad, que piensan más en lo propio que en lo colectivo, en lo personal más que en formato de país, ha de servirme para comenzar a pensar dónde estamos, hacia dónde vamos y con quiénes hemos de ir porque hay líneas rojas que nunca se deben cruzar.

Parece ser que algunos, pocos como se verá, creen que replicando modelos sufridos de parte del nacionalismo español es como mejor se construye un nuevo país… Sin duda, si es así, ese no será un país en el que yo me vaya a sentir cómodo y seguramente la gran mayoría del independentismo tampoco.

Los métodos definen el objetivo y, sobre todo, el resultado, por lo que pretender un objetivo legítimo por medios ilegítimos nunca convalidará como democrático lo que se haga y la manipulación, tergiversación, señalamiento, acoso, insulto, menosprecio y deshumanización del que piensa distinto, o es distinto o viene de otro lugar, termina deslegitimando una postura que no por equivocada deja de ser legítima… solo lo deja de serlo a partir de cómo se pretende imponer tal idea o alcanzar un determinado objetivo.

Parece evidente que me he equivocado pensando que todo el independentismo, sin excepción, buscaba una construcción de país y que este fuese democrático

Estoy convencido de que muchos, seguramente la mayoría, de los que apoyan la abstención lo hacen de buena fe y creen que es la mejor forma de dar un castigo a los partidos políticos y de obligarles a un determinado giro político. Sin embargo, creo que están siendo arrastrados a un engañoso nuevo escenario donde sacrificar el voto terminará siendo un ejercicio inútil para los fines que dicen pretender.

Pero no solo de abstención va la cosa, veo con preocupación un proceso de trasgresión de determinadas líneas rojas que, en lugar de acercar el objetivo, lo alejan mucho más e, incluso, de persistirse en esos comportamientos, puede que terminen por hacerlo inalcanzable.

Los derechos de las minorías nacionales, de los grupos objetivamente identificables de personas, jamás se podrán defender a costa de los derechos individuales ni de los de otras minorías y nadie que pretenda o promueva tales actuaciones estará legitimado para reclamar nada en nombre de ninguna minoría nacional, aunque a esta se le haya privado de sus más irrenunciables derechos.

Ha costado mucho trabajo desvincular independentismo de nacionalismo —que no son lo mismo— y algunos se empeñan en tirar por la borda aquello que, sin duda, es el arma y la defensa más potente con la que cuentan los catalanes: los derechos fundamentales que no son patrimonio de unos sino de todos.

El deseo de independencia siempre será una aspiración y un derecho legítimos mientras los medios que se empleen lo sean.

Y, volviendo al comienzo, pero íntimamente relacionado con lo anterior, porque su etiología es la misma, insisto en que la abstención, como dije en el artículo que desató las iras, no tiene padre ni tiene madre, y nunca se sabrá las causas de esta; protestar mediante el voto es posible y de forma mucho más efectiva, incluso sin dárselo a nadie, pero que sí sea contabilizable… la abstención no cuenta y, además, sirve para hacer el juego a quienes quieren ver en esta nueva cita electoral una derrota del independentismo; y lo mismo ocurre cuando se desdibujan líneas rojas que han de ser marcas indelebles de toda sociedad democrática.

En cualquier caso, si hay algo que no deja de sorprenderme es la presunción de culpabilidad que se le atribuye a todas las diversas candidaturas y componentes de estas, así como la tabla rasa que se hace entre unos y otros como si todos se hubiesen comportado de igual forma en estos años… hasta ahora no hemos escuchado ni sus programas ni sus compromisos, pero ya se asume que ni harán lo que se espera de ellos ni cumplirán lo que prometan.

Reflexionar me hará bien, guardar silencio —que no dejarme silenciar— mucho más y, de esa forma, que cada cual saque sus propias conclusiones de cuál es la mejor de las vías y quiénes los mejores compañeros de viaje para conseguir aquello que tanto se desea… Por mi parte, antes de dar un paso al lado, terminaré mi trabajo, que para eso soy un profesional, pero dejando clara mi postura: primero, que no pasemos de oprimidos a opresores y, segundo, ojalá que todos vayan a votar y que voten lo que consideren, incluso a nadie.