Curiosamente, el comisario europeo de Clima y Energía fue, entre 2014 y 2019, el exministro de Agricultura con José María Aznar y Mariano Rajoy, Miguel Arias Cañete. Digo curiosamente porque España era y es un drama oligopólico en materia de energía. Recuerdo un almuerzo en Bruselas, enero del 2016, con Gonzalo de Mendoza, un catalán miembro del gabinete Cañete, oyente de Jordi Basté, en el restaurante Barbanera, donde habló de la importancia del Midcat y el interés geoestratégico que tenían en este los Estados Unidos para evitar la dependencia de Rusia. Los americanos también tenían interés en la empresa Grifols, por cierto. Lo que ya sabíamos gracias a Julian Assange y aquellos cables filtrados por Wikileaks donde se decía que, en caso de guerra, los puntos estratégicos a proteger en la península ibérica eran el Estrecho de Gibraltar, la división de inmunoglobulina de uso intravenoso de la empresa catalana y el gasoducto que une la península con Argelia.

Y, digo yo, a la Secretaría de Estado de Estados Unidos no le debía interesar que el gas se quedara en Almería, sino que pudiera llegar al corazón de Europa. No sé exactamente si el interés de los americanos sigue siendo el mismo —básicamente, porque ahora se han convertido en los grandes suministradores de gas en Europa—, pero demuestra la importancia de esta gran tubería. Es paradójico que Alemania tuviera interés en la infraestructura a propuesta de Rajoy, pero, en cambio, Pedro Sánchez la detuviera, en principio, por la apuesta por las renovables. El Midcat debía unir Catalunya y Occitania, de ahí el nombre: Migdia y Catalunya. La idea era vender el excedente de gas al sur de Europa y el proyecto tenía como promotores a Enagás y a la francesa Teréga. Con el visto bueno de la UE se empezó a construir en 2011 el tramo Martorell-Figueres. La UE exigía que todas las comercializadoras estuvieran de acuerdo, pero ni la Comisión de los Mercados y la Competencia ni los reguladores español y francés lo vieron bien. Dijeron que no sería rentable. Y en 2018 murió en Hostalric.

En el futuro, cuando se hable de una Catalunya independiente que quedaría fuera de la UE… la pregunta debería ser: ¿cómo llegaría el gas a Europa con una Catalunya expulsada al espacio sideral, si cierra el grifo?

Ahora Sánchez se ha puesto de acuerdo con el canciller alemán Olaf Scholz y el presidente francés Emmanuel Macron ha dicho que se lo va a pensar. Berlín está de acuerdo en que la Unión Europea financie buena parte del proyecto, que Francia estima ahora en unos 3.000 millones. Ya hace años que la geopolítica hace que el gas de Argelia sea esencial, pero la guerra en Ucrania lo ha amplificado. El problema es que el cambio estratégico respecto al Sáhara ha alejado a España de Argelia y ahora Sánchez quiere recuperar la relación, sin tener que pasar por Italia y sin que Marruecos se enfade. A todo esto, efectivamente, se le llama geopolítica. Porque explica la importancia de la geografía en la política. De los mapas.

Por eso sorprende que en la política catalana, en la tierra de Pere Duran Farell, se hable poco de estas cosas. Será porque las infraestructuras incomodan a algunos partidos por lo que se llama territorio. He visto que Primarias Catalunya ha dicho que es necesario hacer valer la colaboración con Europa. Es decir, si quieren gasoducto, que sea a cambio de la independencia. Será que no. Pero, ciertamente, deben jugarse las cartas reales, no las mágicas. Y, en el futuro, cuando se hable de una Catalunya independiente que quedaría fuera de la UE… la pregunta debería ser: ¿cómo llegaría el gas a Europa con una Catalunya expulsada al espacio sideral, si cierra el grifo? Y quien dice esto, dice el hidrógeno verde o las mercancías de China que deberían ir a Europa vía corredor ferroviario.