No hay duda de que de un tiempo a esta parte la sociedad occidental está inmersa en una grave crisis de valores. El mal causado por una supuesta izquierda que teóricamente ha hecho bandera de la justicia social y, en nombre de esta, ha sacralizado y, en muchos casos, banalizado, tan irresponsablemente principios como los del antifascismo, el antirracismo, el feminismo, el ecologismo, el género, la vulnerabilidad o la judeofobia, entre otros, se ha extendido como una mancha de aceite sobre todo en Estados Unidos y en Europa. Es lo que se ha llamado wokismo, pero que en la práctica va más allá de una simple etiqueta para describir a las personas que han despertado —woke viene del inglés wake up, que significa justamente despertarse, desvelarse— a la llamada progresista y que están en guardia ante las injusticias.
El resultado de este fenómeno es una política de cancelación que pretende revisar todos los fundamentos de la civilización occidental, de raíz judeocristiana, y que hace del adoctrinamiento y el dogma la pauta a partir de la cual intenta bandear y prohibir todo aquello que le parece que no encaja en sus esquemas. Y la consecuencia es que lo que había comenzado como un grito de protesta de las comunidades negras precisamente de Estados Unidos se ha convertido en un instrumento peligroso de persecución de la disidencia de la nueva ortodoxia de la corrección política, talmente como la caza de brujas que entre 1950 y 1956 sufrieron los propios Estados Unidos a manos del senador republicano Joseph McCarthy. Por extensión, de aquella práctica que veía comunistas por todas partes, basada en delaciones, denuncias, procesos irregulares y listas negras contra cualquier sospechoso de venerar la hoz y el martillo, se llama macartismo. Y hoy el término se utiliza más ampliamente para describir también acusaciones demagógicas, temerarias y sin fundamentos y ataques públicos a la reputación de los oponentes políticos.
Por desgracia, en Catalunya este tipo de activismo sectario, clasista, narcisista y con ínfulas elitistas penetra cada vez más en todos los segmentos de la sociedad. Abanderado por elementos que mayoritariamente responden al estatus de niños de papá que no han tenido la obligación de trabajar para ganarse la vida, que están infiltrados en todos los partidos autollamados de izquierdas —básicamente la CUP, los Comunes y ERC, pero en algunos casos también el PSC e incluso JxCat—, y que, fruto de todo ello, están acostumbrados a vivir siempre del erario público, su objetivo es imponer la dictadura de la corrección política mediante un pensamiento único que amenaza seriamente todas las libertades, empezando por la de expresión, de los individuos y de los colectivos que discrepen, que, fruto de ello, son automáticamente anatematizados como supremacistas, racistas, xenófobos, machistas, sexistas, nazis, terroristas o lo que más convenga en el intento de desacreditarlos.
'El meu avi 'se ha convertido en emblema de catalanidad y símbolo de resistencia a la opresión 'woke'
Lo que ambiciona este tipo de personajes es, desde una pretendida superioridad moral, dar lecciones de todo a todo el mundo, de lo que está bien y de lo que está mal, de lo que se puede hacer y de lo que no se puede hacer. Así, posiciones favorables a Israel o contrarias al uso del velo islámico en el espacio público, por ejemplo, son vituperadas, demonizadas y consideradas prácticamente sacrílegas y las opuestas —el apoyo a Palestina o la permisión de que las mujeres árabes se bañen vestidas—, en cambio, son encumbradas en los altares de la tontería que han creado a su alrededor. Una tendencia que sobre todo en Europa ha crecido en paralelo a la islamización creciente que sufre el Viejo Continente, como se puede constatar en países como Suecia, Holanda, Francia o Reino Unido, en otro tiempo paradigmas del estado del bienestar y hoy absolutamente desconocidos debido a la inmigración musulmana que los ha invadido, y que está haciendo exactamente lo mismo en España, siempre retrasada en todo respecto del resto de países europeos.
Uno de los últimos casos de esta conducta que ha levantado mucha polvareda en Catalunya ha sido la prohibición de interpretar El meu avi en la cantada de habaneras que cada verano se celebra en Calella de Palafrugell y que este año se llevó a cabo el pasado sábado. El ayuntamiento del municipio ampurdanés, en manos del PSC, decidió, con la alcaldesa Laura Millán al frente, excluir la pieza a raíz de un controvertido documental de TV3 según el cual su autor, Josep Lluís Ortega Monasterio, habría estado presuntamente vinculado a una red de explotación sexual infantil. Se trata de un caso, que está judicializado porque la familia del compositor lo ha llevado a los tribunales, especialmente grave, porque no solo no se respeta la presunción de inocencia, sino que se obvia que el encausado, fallecido en 2004, ya había sido exculpado en sentencias anteriores sobre la misma cuestión.
En este contexto, fulminar El meu avi del cartel de la cantada ha sido visto como un movimiento más de la política de cancelación que practica impunemente esta seudoizquierda que, además, se da de menos de ser catalana, porque parece que le moleste todo lo que es catalán, y que, desde un autoodio añadido, pretende releer y cambiar la historia que no se adapta a sus nuevos cánones. La reacción de la mayoría de la gente ha sido, sin embargo, exactamente la contraria. Es lo que se llama el efecto Streisand —por Barbra Streisand—, en virtud del cual la habanera de Josep Lluís Ortega Monasterio ha recibido un apoyo que en circunstancias normales no habría tenido y que ha superado todas las expectativas. Solo hay que ver cómo respondió el público que el sábado estaba presente en la cantada de Calella de Palafrugell, con una sonora bronca —pañolada y pitada incluidas— hasta que consiguió que se cantara la canción.
Otros han aprovechado la ocasión para intentar desprestigiarla haciendo notar que la flota de ultramar con la que el abuelo estuvo en la guerra de Cuba, que duró de 1895 a 1898, era la flota española, como si no supieran y de golpe se hubieran dado cuenta de que Catalunya no es un estado independiente —lo fue de manera inapelable mientras los reyes del casal de Barcelona llevaron la corona de Aragón y dominaron todo el Mediterráneo— y forma parte de España por la fuerza de las armas desde 1714. Parece ridículo que una habanera muy apreciada por la gente y que, más allá de quien sea su autor, se ha convertido precisamente en emblema de catalanidad, y desde ahora también en símbolo de resistencia a la opresión woke, sea perseguida por toda esta cuadrilla de sátrapas. Un grave murmullo de macartismo hace tiempo que recorre peligrosamente Europa y en Catalunya, entre unos y otros, ha encontrado un buen caldo de cultivo.