"Cuando intento imaginar cómo será el cielo, pienso que debe ser como cuando era un niño pequeño. En este ambiente de confianza, alegría y amor éramos felices, y creo que el cielo tiene que ser como aquellos años de niñez. Así que, de alguna manera, espero 'volver a casa' cuando me vaya al otro lado". Así explicaba la muerte el papa Benedicto XVI el año 2012, en Milán. Él hablaba del cielo como el cierre de un círculo en el que recuperamos aquello que la vida —el tiempo— nos ha ido quitando. Quizás con la experiencia —la edad— aparece el cinismo, porque la memoria se convierte en una repisa de platos rotos desde donde parece que es cosa de ingenuos saltar y jugársela otra vez. También puede ser que con la experiencia —la edad—, asumir el riesgo de obstaculizarse con la misma piedra conduzca a una alegría y a un amor más fecundos, porque entonces la lucha contra el desespero ya es premeditada y los resultados pueden leerse en términos de esfuerzo y gratificación. La confianza, la alegría y el amor que muchos asociamos al universo de nuestra infancia están revestidos de una membrana de inocencia que lo envuelve todo, porque, sin haber vivido ni ejercido el mal, todavía no podíamos leerlo en el mundo.

Después de equivocarnos, tenemos el instinto o incluso la voluntad de volver al estado inicial, al momento en que no tenemos que cargar con la responsabilidad del mal que hemos cometido

Al inicio de la Guerra Civil, Joan Sales escribe a Màrius Torres: "[...] después de hacer el loco, se tiene invariablemente una gran sed de inocencia". La cita contiene la idea de que después de equivocarnos —y si somos conscientes del error, añadiría—, tenemos el instinto o incluso la voluntad de volver al estado inicial, al momento en que no tenemos que cargar con la responsabilidad del mal que hemos cometido, de la paz que hemos hurtado. La sed de inocencia no es sed de inconsciencia, sin embargo. Como la concepción cristiana del tiempo es lineal y no contamos con la posibilidad de rebobinarlo, la única herramienta que tenemos para saciar la sed de inocencia de la cual habla Sales es el perdón, una de las formas más generosas de amar. Examinar por qué tenemos que pedir perdón, encontrar las ganas para vencer el ego y verbalizar el error, enmendar aquello que pueda ser enmendado, procurar no repetirnos. Ser perdonado y ser inocente no son la misma cosa, pero el perdón es el único medio que tenemos para recuperar la paz cuando ya hemos perdido la inocencia. A menudo, concederlo también es la única vía para recuperar la paz cuando el ladrón no has sido tú.

La única manera de llegar al cielo, de volver a casa, es haberse trabajado en la sed de inocencia y haberla utilizado como motorcillo para transitar por la vida

Así pues, hay una cierta paradoja aparente en la idea de cielo de Benedicto XVI, o al menos en la idea de cielo y en cómo llega alguien que muere a los 95 años, porque la única manera de recuperar la felicidad de la niñez es haber sido lo bastante adulto, lo bastante espabilado y lo suficientemente diligente para haber escogido el bien. La única manera de llegar al cielo, de volver a casa, de cerrar el círculo, es haberse trabajado en la sed de inocencia y haberla utilizado como motorcillo para transitar por la vida. La única manera de recuperar aquello que la experiencia nos quita de la niñez es haber vivido más que nunca. Es paradójico, pues, porque esta ambición para dar botes hacia atrás y llegar al estado inicial de las cosas es lo único que de verdad nos hará salir adelante.

Esta voluntad de volver al principio es un árbol con muchos frutos, y no todos esperan en el cielo

Es una idea acogedora pensar que la infancia puede ser una cata del cielo. Esta voluntad de volver al principio es un árbol con muchos frutos, y no todos esperan en el cielo. En la tierra hay felicidad para quien, a pesar de todo, escoge confiar en los otros, porque así se protege del cinismo. También hay para quien no quiere estar nunca de vuelta, para quien se deja sorprender, porque deja abierta la puerta de la esperanza. Hay felicidad para quien no deja que le quiten la paz del niño y lo hace en un ejercicio de autoconocimiento y de autoestima. Hay para quien, a pesar de las heridas, se esfuerza por saborear la alegría. Hay felicidad para quien brega cada día con el perdón que todavía no se atreve a pedir o que todavía no está preparado para conceder.