"La tuya es la peor suerte, sí; pero la mía me está sucediendo a mí."
Philip Larkin

Sólo los adeptos niegan a estas alturas que los estrambóticos cinco días de abril tuvieran que ver con las elecciones catalanas, que fueron la forma de Sánchez de romper marcos y entrar a saco en ellas. Los socialistas ya lo hicieron a menor escala en los comicios vascos: estaban ellos hablando tan tranquilos de su sanidad y sus cosas cuando a toque de silbato empezó a aparecer en el debate público la nada inocente pregunta de "¿por qué en la campaña vasca no se habla de ETA y en las demás sí?". El caso es que se comenzó a preguntar por ETA y se empezó a responder y así le hicieron algún roto a Otxandiano. Que Sánchez salió de su autosecuestro directo para volar a Catalunya a hacer campaña no admite discusión.

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Estamos ante el pulso final. Una especie de duelo en la calle polvorienta de un viejo poblado del Oeste, con el sol de cara y con arbustos arrastrados por el viento, mientras los dos protagonistas hacen girar sus pistolas antes de disparar y todos los demás miran el reto desde las puertas batientes del Saloon o el Bank. En los corrillos madrileños prima el sentimiento de que Sánchez y Puigdemont se la juegan en una especie de duelo al sol, del que sólo puede salir indemne uno de ellos. Illa sería un secundario, lo que importa es el gran duelo.

En los corrillos madrileños pro Sánchez, ya ven salir al héroe victorioso, con la Generalitat colgando de una mano y los votos de Junts de otra para intentar iniciar la legislatura, hasta ahora no nata, con la aprobación de unos presupuestos; a fin de cuentas, se dicen, ¿qué otra cosa puede hacer Puigdemont? En los corrillos anti Pedro se frotan las manos pensando en el endiablado panorama del "Perro", que ganando el gobierno de Catalunya —lo que le vendría más que estupendamente antes de las europeas— podría perder el suyo propio, si se cumplen algunas de las amenazas que le rondan; a fin de cuentas, si él impide reinstaurar al president expulsado, ¿para qué iba Junts a mantenerle en el Gobierno?

El duelo es apasionante: ¿logrará el líder socialista revalidar su manual de resistencia y salir reforzado de un triple embate electoral que a priori era endiablado?

De fondo, como les avancé, suena el tictac del reloj de la ley de amnistía. Ya no son solo rumores, algún medio madrileño ha publicado ya que Armengol no pondrá la fecha para su votación en el Congreso hasta que hayan pasado las votaciones y se negocien los pactos de gobierno. Deducen, como tantos otros, que Sánchez va a seguir jugando con esa baza para doblegar a los independentistas a la hora de negociar y que les va a comer hasta el hígado crudo, vamos. En realidad ha devorado ya los de sus socios de gobierno y no parece que dude en hacerlo con el de los catalanes, que no le dan más que problemas. Si Sánchez hunde al independentismo, habrá hecho su campaña nacional y a lo mejor hasta nos lleva a elecciones para pescar transversalmente en la izquierda y en los moderados satisfechos con el fin del pulso catalán y, despejado de hipotecas, poder gobernar a su manera. Pero para eso tiene que arrasar, o sea, sacarle a Junts siete, ocho, nueve o diez escaños. Seguro que cree que es la jugada perfecta, si lo consigue, no le harán falta ya los votos de Junts porque o los doblegará o convocará elecciones.

ERC y el PP están solo de comparsas. El otro duelista es, sin duda, Puigdemont. Ambos pendientes de cómo evolucione ese voto de los indecisos y el de Junts de cuántos indepes se queden en casa. Da la sensación de que como Sánchez se sacó de la chistera el mayor golpe de efecto hace una semana, Puigdemont se esté planteando si hacer lo propio para rematar la faena antes de la votación. Tendría que dar un empujón que le permitiera o rebasar a Illa o quedarse casi igualado para dificultar la operación que el de Moncloa debió diseñar mientras nos hacía creer que deshojaba la margarita. Con el caramelo de la amnistía sin terminar de pelar, considera que tendría el flanco controlado.

Unas elecciones decisivas, no solo para los catalanes. ¿A qué, si no, iba a encargar el grupo de comunicación más próximo al gobierno central una encuesta para preguntar a los catalanes si les parece bien o no que Sánchez haya dicho que sí le merece la pena quedarse a gobernar? Y es que la cuestión nunca ha ido de Illa, sino de su jefe. El duelo es apasionante: ¿logrará el líder socialista revalidar su manual de resistencia y salir reforzado de un triple embate electoral que a priori era endiablado? ¿Serán las elecciones catalanas su cataclismo político, al perder el apoyo en el Congreso? ¿Volverán a votar los catalanes? ¿Volveremos a votar todos en verano por ver si el presidente puede soltar el abrazo del oso de la izquierda a su izquierda y de Junts?

Así se analizan las elecciones del domingo desde Madrid. Aquí no se habla del Hard Rock ni de pistas de aeropuerto ni de financiación; aquí se está a la pura pugna de poder en la que cada vez son más los que asumen que la llave de la permanencia de Sánchez la tiene Puigdemont. Lo que Sánchez pretende es poder usar un tiempo pasado y asegurar que "la tenía". Todo depende de su voto, del que cada uno de los catalanes depositará el domingo. Desde aquí sólo podemos mirar. Y lo hacemos, incluso con la morbosa esperanza de que aún nos esperen sorpresas antes de que los duelistas hagan el disparo final.