La actualidad informativa trae a primera página los incidentes de Gràcia. Varias noches consecutivas de disturbios que presentan a la antigua vila como un foco de contestación al sistema. Gràcia tiene una larga historia de revueltas. Y es la plaza más representativa de las revoluciones sociales de la historia contemporánea de Catalunya. Movimientos que remontan a principios del siglo XIX, y que se han sucedido en el transcurso de los últimos doscientos años. La Revolta de les Quintes de 1870, por sus trágicas consecuencias, es la más relevante históricamente. Y la que mejor define la antigua vila como un espacio de tradición histórica reivindicativa de los valores de la libertad y de los avances sociales.

Corría el año 1870 y Gràcia ya había adquirido la fisonomía que muestra actualmente. Había superado a los treinta mil habitantes y tenía un parque inmobiliario de más de nueve mil viviendas. Era la segunda ciudad del Principat en número de habitantes -por delante de Tarragona, Lleida o Girona- y doblaba la población de los principales focos industriales del país –Sabadell, Terrassa, Manresa o Mataró- y del pla de Barcelona –Sant Andreu o Sants. Su composición social era básicamente formada por familias de origen rural procedentes de la Catalunya interior, del norte del País Valencià y del Pirineo aragonés, y de clase obrera, que trabajaban –hombres, mujeres y niños- en las fábricas esparcidas por toda la ciudad y por el pla de Barcelona.

Tensión permanente

Eran los inicios de la Revolución Industrial, y las condiciones laborales eran pésimas. Las relaciones entre patrones y trabajadores estaban presididas por la tensión permanente. En Gràcia, las fábricas más emblemáticas –el Vapor Vilaregut y el Vapor Puigmartí- eran un foco permanente de conflictos desde inicios del siglo. A cada crisis que periódicamente azotaba a la sociedad, en Gràcia se reproducían los esquemas de protesta más genuinos del paisaje social y económico de la industrialización. Y en este contexto avanzaron rápidamente las ideas que articulaban los movimientos obreristas. Gràcia fue pionera en la creación de instituciones obreras como las cooperativas de consumo o los ateneos culturales. Gràcia era republicana y federalista.

En aquel año de 1870 el Estado español estaba inmerso en una situación política caótica. Liberales, conservadores, republicanos, moderados, radicales, federalistas, y lo que restaba del carlismo tradicionalista, se disputaban el poder en un escenario político muy inestable. Los Borbones habían sido expulsados del trono, y el general Prim –el hombre fuerte de la política de aquel tiempo- había ido hasta Turín a buscar a un Rey -Amadeo de Saboya- para evitar lo inevitable: la proclamación de la República. Y mientras pasaba todo eso, los militares se entregaban a su tradicional y obsesiva pretensión de salvar la patria, y a menudo salían de los acuartelamientos a imponer su orden, a base de lo que ellos denominaban “pronunciamientos” y que no eran otra cosa que golpes de Estado.

El servicio militar obligatorio ya se había impuesto. Y la población en general lo veía como un instrumento de dominio que ejercía el poder –con independencia de su ideología- para encuadrar a las personas y disponer de sus vidas. En aras de los oscuros intereses de las oligarquías coloniales esclavistas o de las oligarquías peninsulares latifundistas. Incluso, en aras de la complicidad de la burguesía industrial con los poderes oligárquicos. El descontento con el sistema de “quintas” –el reclutamiento forzado de civiles- era generalizado. Y muy contestado. Sobre todo en aquellos escenarios donde los movimientos populares –obreristas- habían conseguido articular una oposición. Y Gràcia, por su composición social, era uno de estos escenarios.

Llamamiento a Quintas de 1870

El 4 de abril de 1870, el ejercido gritó a “quintas” en todos los municipios del pla de Barcelona. En aquella época el reclutamiento se hacía pueblo en pueblo y era el ejército quien hacía la labor. En Gràcia, cuando supieron que los militares habían salido de Barcelona y se dirigían a “quintar” a los jóvenes de la vila, repicaron la campana a toque de somatén, que era la manera tradicional de avisar de que la población estaba a punto de ser atacada. Era la campana de la plaça d'Orient, actualmente plaça de la Vila. Los militares lo tomaron como una ofensa. Y con el estilo que los caracterizaba –y que los caracteriza- dispararon varias cañonazos contra el campanario hasta resquebrajarlo. Aun así, el hecho más destacado fue que la campana siguió repicando ininterrumpidamente.

En las puertas de Gràcia se organizó la defensa popular. La documentación de la época nos dice que les movía la firme oposición al reclutamiento obligatorio. Y a sus consecuencias. España ya no era una potencia colonial. Pero mantenía el dominio sobre las islas de Cuba, Puerto Rico, las Filipinas y las Marianas. Territorios dominados por una climatología extremadamente calurosa y húmeda, en la cual los europeos tenían muchas dificultades de adaptación. La climatología y las enfermedades eran el principal enemigo de las tropas españolas. Y la gente de Gràcia temía perder a sus hijos en aventuras coloniales que únicamente beneficiaban a los grandes terratenientes esclavistas y a la burguesía industrial que se proveía de materia prima de las colonias.

El ejército dispuso un asedio en torno a la vila. Y después de cinco días de intensos combates, acabó entrando en saco en la vila. Como lo habría hecho un ejército invasor. Un ejército extranjero. El resultado fue de veintisiete muertos civiles y una cantidad importante –las fuentes no lo precisan- de viviendas saqueadas. Durante el asedio, la campana de Gràcia no dejó de repiquetear. Tirando de la cuerda había una persona anónima, que la historia local de Gràcia identifica como una mujer de extracción humilde. La viva representación de su sociedad, y que en la actualidad hemos visto reflejada –con la obligada distancia cronológica y la diferencia de contexto histórico- en la fantástica fotografía de Sergi Alcàzar publicada en El Nacional el miércoles día 25.