Hace 10 años escribí con David Boronat el libro Catalunya Last Call. Propostes per tornar a fer enlairar el país (Viena Editorial). La tesis principal del libro era que había muchas cosas que dependían de los catalanes y que, sin excusas, las teníamos que implantar. Ámbitos como la educación, la investigación, el funcionamiento de la administración pública o algunas infraestructuras clave (como la gestión del agua) estaban y están todavía en nuestras manos. "Basta de excusas y basta de mirar a Madrid" era una frase que salía en el libro y que repetíamos a menudo en las entrevistas que hacíamos para hablar de él. Y sin menospreciar ámbitos donde las competencias son estatales o europeas o una asignación de recursos que podría ser más favorable para Catalunya, defendíamos que el progreso y el bienestar de los catalanes estaba en nuestras manos.

10 años más tarde, en lo que depende de los catalanes, hemos ido hacia atrás. La educación, donde nos jugamos el futuro, el progreso y la equidad de los más jóvenes, es un ejemplo sangrante. Catalunya está en la cola de España y de la OCDE. Pero hay más ejemplos, como el despliegue de las energías renovables, incapaces de avanzar en Catalunya por todas las trabas que el conjunto de las administraciones ponen de forma sistemática. O la gestión del agua antes mencionada, con sucesivos gobiernos incapaces de planificar e invertir a largo plazo para evitar una situación como la actual. Y más.

El consenso existente sobre la urgencia de reformar la administración tendría que ser el punto de encuentro de los diferentes partidos políticos, estén en el gobierno o en la oposición

El potencial de Catalunya sigue siendo imparable. Lo tenemos todo. Talento, localización, industria y ambición. Pero para capturar este potencial es necesaria una firme voluntad reformista para mejorar el funcionamiento de las administraciones públicas, profesionales en estas administraciones con capacidad para implantarlo y con un mandato explícito para hacerlo, y liderazgo político para que sea una realidad. Todo ello, en nuestras manos.

Esta voluntad reformista tiene que pasar por evaluar las políticas públicas, antes de su aprobación y después de su ejecución. Facilitar de verdad la implementación de energía renovable en el territorio. Promover la colaboración público-privada en ámbitos como la educación, la sanidad, la vivienda o la investigación. Eliminar toda la burocracia que frena la actividad económica y dificulta las gestiones de las personas y las empresas. Impulsar una fiscalidad competitiva para atraer a inversores, científicos y emprendedores. Aterrizar una propuesta concreta sobre el aeropuerto de El Prat. Invertir en las infraestructuras que Catalunya necesita para facilitar una movilidad sostenible. O facilitar la actividad empresarial de Catalunya, potenciando su atractivo inversor y eliminando la hiperregulación vigente. Propuestas que ha realizado la asociación Catalunya Sense Límits en los últimos dos años, y otras propuestas que han ido haciendo diferentes actores de la sociedad catalana, ya que el buen o el mal funcionamiento de las administraciones públicas afecta tanto a empresas como ciudadanos.

El consenso existente sobre la urgencia de reformar la administración tendría que ser el punto de encuentro de los diferentes partidos políticos, estén en el gobierno o en la oposición. Una agenda plenamente reformista, un objetivo compartido que no se tendría que demorar más. Las herramientas están en nuestras manos y el próximo Govern, sin excusas, las tiene que implantar. Es una última oportunidad, una last call, y este vuelo no lo podemos dejar escapar.