En no pocos campos se utilizan los denominados test de estrés para, simulando condiciones muy adversas, intentar establecer no solo la resistencia de sistemas, equipos, personas, entidades, etc., sino, también, establecer sus debilidades y potenciales. Los hemos visto en el sector financiero, en el deportivo, en el de automoción, en el aeronáutico, etc., y, ahora, en uno de unas dimensiones que serían difíciles de imaginar si se tratase de diseñar un test de estrés de nuestra sociedad en su conjunto.

Este tipo de pruebas, si se hacen bien, suelen ser muy útiles y, en muchos casos, arrojan resultados sorprendentes que obligan a rediseños de productos, entidades, servicios, etc. Si somos conscientes de a lo que nos estamos enfrentando, la actual situación también puede analizarse desde esa perspectiva y darnos pistas en esa dirección permitiéndonos reconducir el modelo en el que vivimos y aquel en el que podremos vivir y, a fecha actual, algunas conclusiones iniciales sí que parecen como evidentes.

La pandemia es nuestro mayor test de estrés y, al parecer y siempre a riesgo de equivocarme, está poniendo en evidencia algunos aspectos que son más que preocupantes. Seguramente, en estos momentos sea prematuro hacer un análisis en profundidad de todas las lecciones que se pueden extraer de esta prueba, pero algunas parecen como evidentes y, sin duda, preocupantes. Trataré de ir por orden de aparición.

Durante décadas se nos vendió la falsa teoría de que nuestro sistema de salud era uno de los mejores del mundo. Sometido a un test de estrés como el que estamos viviendo, parece ser que eso era más fruto de la propaganda o de un exacerbado chauvinismo que de la realidad, porque lo que estamos viendo es que existe una clara disfunción entre la calidad de nuestros sanitarios y los medios con los que cuentan.

Si nuestro sistema sanitario fuese uno de los mejores del mundo, no cabe duda de que el confinamiento al que estamos sometidos no habría sido de esta intensidad y se asemejaría, mucho más, al implantado en los países de nuestro entorno. A este respecto, basta ver la explicación dada por la canciller Merkel sobre la relación directa entre las medidas restrictivas adoptadas y los medios materiales con los que cuenta la sanidad pública alemana. Durante décadas se han mermado los recursos públicos destinados a sanidad y, a la vista está, el sistema no ha resistido esta pandemia. 

La solidaridad, el pensar y actuar desde lo común o la responsabilidad individual y colectiva muestran que hay amplias capas de la sociedad que sí estaban y están preparadas para una prueba de estas características. Sin embargo, hay otros sectores que no sólo se sienten inmunes, sino que, además, reivindican sus derechos a costa de los de todos los demás

Llevamos desde la década de los ochenta escuchando que España es uno de los países más descentralizados del mundo y que tenemos un sistema constitucional moderno, democrático y digno de alabar. Sin embargo, ha bastado el test de estrés para comprobar que no parece que las cosas sean tal cual como nos las han vendido de manera persistente.

La primera respuesta constitucional dada a la pandemia ha sido la aplicación de lo que el Tribunal Constitucional llama una situación “de alteración del orden constitucional” y, por ello, se acudió a decretar el estado de alarma, concentrando todo el poder ejecutivo en manos del gobierno central.

Desde una perspectiva constitucional y legal, no parece que se supere la prueba, porque somos el único país de nuestro entorno que ha tenido que acudir a un estado excepción constitucional para implantar las mismas medidas que nuestros vecinos han adoptado, sin acudir a la excepcionalidad ni a un auténtico cólico legislativo y normativo impropio de un estado democrático y de derecho.

En términos de derechos fundamentales, tampoco parece que hayamos superado el test de estrés, porque, a simple modo de ejemplo, basta ver cómo se ha actuado en contra de quienes irresponsablemente se han saltado las restricciones ordenadas para combatir el Covid-19 así como el uso y abuso que de la llamada ley mordaza se ha venido haciendo con casi un millón de ciudadanos multados.

A nivel político tampoco se puede hablar, siquiera, de un aprobado en esta prueba y ello por razones tan simples como la falta de lealtad institucional mostrada por algunos partidos de ámbito estatal tanto respecto del gobierno central como, por ejemplo, con respecto al Govern de Catalunya.

No son pocos los políticos que, ante un test de estrés de estas características, la única respuesta que han sabido dar es seguir en la pantalla pre-Covid y medir todos sus movimientos en términos electoralistas, pensando más en cómo esto les puede beneficiar a ellos y a sus estrategias partidistas que en cómo ha de superarse la crisis médica, social, política y económica a la que nos enfrentamos y que, en definitiva, es lo que más importa a los ciudadanos.

En todo caso, la priorización de los intereses electoralistas no es privativo de los partidos nacionalistas españoles, pues parece ser que, ante esta prueba histórica a la que estamos siendo sometidos, no solo Vox y PP están pensando en réditos electorales.

Exigir convocatorias anticipadas de elecciones en estos momentos, como, por ejemplo, hacen algunos en el barrio de Salamanca (en Madrid), solo refleja que ni se está entendiendo la magnitud de la situación ni se está preocupando por los deseos, necesidades y prioridades de los ciudadanos.

Pero el test de estrés no solo se limita a estos campos, también la justicia está siendo sometida a la misma prueba y, parece ser, la suya será mucho más duradera de lo que las altas instancias jurisdiccionales y de gobierno judicial prevén o son capaces de imaginar. Las primeras reacciones no han sido buenas y reflejan un escaso o nulo entendimiento de la realidad sobre la que tienen y tendrán que operar, así como de aquello que realmente importa a los ciudadanos y, esa primera respuesta ha ido, como siempre, orientada al recorte de derechos y libertades.

Como sociedad, está aún por verse si superamos el test de estrés, pero algunos síntomas ya parecen adelantar que, en principio, la respuesta no será uniforme y habrá amplios sectores sociales que sí la superarán y otros que no. La solidaridad, el pensar y actuar desde lo común, la responsabilidad individual y colectiva muestran que hay amplias capas de la sociedad que sí estaban y están preparadas para una prueba de estas características. Sin embargo, vemos que, como está quedando en evidencia en el barrio de Salamanca, hay otros sectores que no sólo se sienten inmunes, sino que, además, reivindican sus derechos a costa de los de todos los demás.

Un detallado y profesional análisis de los resultados de este test de estrés es algo que, a la vista de la somera aproximación que aquí he hecho, se me antoja muy necesario y útil para la detección de los fallos, límites y disfunciones sistémicas que permitan una salida adecuada de esta crisis. También sería útil para la construcción de un modelo de sociedad que no nos arrastre al pasado, al muy lejano pasado, sino que nos proyecte hacia un futuro auténticamente democrático y sostenible.

Recordémoslo una y otra vez: la diferencia entre pasado y futuro es que el pasado se puede reconstruir, pero el futuro solo construir.