Parto por aclarar que ni soy futbolero ni sé de fútbol más allá de lo básico. Debo ser de las pocas personas que sin saber de fútbol conoce bastante bien toda la regulación del mundo y el negocio de la FIFA a través de sus estatutos, reglamentos internos, disciplinarios, etc. y ello porque durante años, por razones profesionales, he tenido que interactuar con dicho mundo, lo que me da una particular visión de lo que ha sucedido desde el anuncio de la implantación de la llamada Superliga europea.

Estoy seguro de que quienes diseñaron ese nuevo negocio denominado Superliga europea han contado con grandes asesores en el mundo financiero y, seguramente, también en el deportivo, pero da la impresión que en ningún momento han tenido en cuenta cómo funciona y cómo iba a reaccionar el principal afectado con una creación de estas características y que no es otra que la propia FIFA.

Sí, en principio todos han hablado de la UEFA, pero ya hemos visto como de rápida y de rotunda ha reaccionado la FIFA, que lo hace, en parte, en defensa de una de sus confederaciones, la europea, y, de otra, de sus propios intereses, que pasan, también, por la creación de una supercompetición, pero con otras características y más encajada en lo que serían los esquemas FIFA sobre el negocio del fútbol.

Un negocio tan suculento como el del fútbol ni se improvisa ni se deja en manos de otros. Muy por el contrario se va trabajando, sin prisa y sin pausa, para irlo desarrollando en sus diversas facetas, pero siempre bajo una posición de predominancia que permita mantener el control sobre el mismo. Y, obviamente, una tarta como la que plantearon los diseñadores de la Superliga europea no ha pasado desapercibida a los actuales dueños del negocio que, además, tienen todos los mecanismos para defender su chiringuito.

Estamos, en el fondo, ante un choque de poderosos que pujan por un negocio milmillonario y, algunos, con franco desconocimiento de la materia que están tratando, creían que encontraron una solución por la vía judicial y, más aún, pensando que la obtendrían en un juzgado de Madrid de lo mercantil, con más que dudosa competencia, en todos los sentidos, para entender de estos hechos, y sobre la base de la defensa de la competencia… De todo estamos viendo en torno a esta guerra que ya más parece solo una escaramuza.

La FIFA tiene una serie de normas que si bien sirven para regular la actividad dentro del mundo del fútbol, sobre todo tienen un claro sentido: que el negocio del fútbol pase siempre por las manos y el control de la propia FIFA y sus confederaciones… 

La FIFA, que no es lo que muchos creen que es, agrupa a 211 federaciones de fútbol de otros tantos países y tiene un poder de convocatoria y de control sobre el negocio del fútbol en esos 211 países, incluidos todos los europeos, contra el que difícilmente podían competir un grupo de 12 privilegiados clubes por muchos recursos económicos con los que cuenten. Comprender la operativa de la FIFA, como digo, les habría ayudado a entender, desde un comienzo, que esta batalla terminaría siendo un auténtico Waterloo para sus creadores y sostenedores por muy buen negocio que les haya parecido.

No era, como digo, en las salas de vista de los juzgados de lo mercantil donde perderían la batalla sino en los pasillos y despachos del imponente edificio que la FIFA tiene en las afueras de Zúrich y que es un centro de poder como existen pocos en el mundo, diseñado no solo para dirigir un negocio de tales características sino, también, para hacer ver que mandan. Veremos cuántas reuniones se celebrarán aún, más las que ya se han debido celebrar, en esa planta menos cuatro, cuya existencia Blatter justificó diciendo que los “lugares donde las personas toman decisiones sólo deben contener la luz indirecta"… Aunque detrás de eso hay mucho más.

Visto desde fuera, da la clara sensación de que los genios diseñadores de esta Superliga europea pensaron en corto ―si es que pensaron―, con visión estrecha y sin darse cuenta de las extensas interrelaciones que existen en el mundo del fútbol y que van mucho más allá de la posibilidad de poner a 12 grandes clubes a jugar entre ellos rentabilizando al máximo una competición que, para mantenerse en un primer nivel como espectáculo deportivo, depende, en gran medida, de la posibilidad de ir renovando a sus actore,s que es, finalmente, por donde la FIFA tiene más fácil ahogarles.

Estos genios de las finanzas, y de los negocios, parece ser que olvidaron que, entre otras prerrogativas, la FIFA no solo controla a 211 federaciones, sino que, además, es la única que puede establecer qué jugadores pueden o no jugar competiciones tan importantes como el propio Mundial de Fútbol y las competiciones dependientes de dicho torneo.

¿Cuántos futbolistas de primer nivel estarían dispuestos a jugar en la Superliga si el precio fuese no aparecer nunca, por ejemplo, en un Mundial o en una Copa de Europa de selecciones, o en una Copa América o en la Copa de África o en la de Asia?

No es que Infantino se oponga a que exista una Superliga, sino que se opone a que exista una que no esté bajo su control 

Como digo, la FIFA tiene una serie de normas que si bien sirven para regular la actividad dentro del mundo del fútbol, sobre todo tienen un claro sentido: que el negocio del fútbol pase siempre por las manos y el control de la propia FIFA y sus confederaciones… Esto debieron pensarlo, estudiarlo y valorarlo antes de montar un desafío como el que hemos visto y que tantas víctimas dejará por el camino, comenzando por el propio deporte del fútbol… El número final de víctimas está aún por calcularse.

Quienes piensan que la FIFA, y/o la UEFA, saldría apresuradamente a repartir sanciones solo estaban demostrando un claro desconocimiento de las formas y métodos que usa la Federación Internacional y el resto de sus confederaciones para defender su negocio, reconducir determinados comportamientos y castigar a quienes atenten contra sus intereses… Sí, he usado el término castigar que no sancionar porque es eso lo que sucederá más temprano que tarde.

La Superliga no es una idea nueva ni exclusiva de quienes ahora la han lanzado, también en esa dirección viene apuntando el propio Infantino desde hace años. La gran diferencia radica en cómo lo pretende estructurar y en cómo lo engarzará con los intereses del resto de miembros de la propia FIFA y que es uno de los muchos puntos débiles que tenía el fenecido proyecto de los 12 clubes europeos más ricos.

Es decir, no es que Infantino se oponga a que exista una Superliga, sino que se opone a que exista una que no esté bajo su control y, por ello, este ya fracasado intento, en el fondo, le servirá para justificar la necesidad de un proyecto similar, pero contraponiendo el proyecto malo ―el de Florentino― con el proyecto bueno, que no es otro que el propio del dueño del negocio: la FIFA.

La idea final de Infantino, que ahora más que nunca será implementada, terminará siendo muy similar a la de Florentino en algunos puntos, pero distinta en lo esencial: mantendrá una relación directa con el resto de partícipes del negocio del fútbol, se trabajará sobre unas vías de interrelación clara y reglada y se garantizará un ritmo constante de reciclaje de actores para, además y usando los canales y cuotas propias de la FIFA, mantener un cierto principio de solidaridad, que, en definitiva, es de donde viene parte del poder y del control que la Federación Internacional tiene sobre sus 211 miembros… Es decir, habrá superliga pero será de la FIFA.