Acercándonos a fin de año es cuando comienzan a realizarse los balances de los 12 meses precedentes, que, en este caso, vienen marcados por la pandemia, el confinamiento y las múltiples pero necesarias restricciones a las que nos hemos visto sometidos como única forma de contener un problema sanitario que nos ha sorprendido y desbordado.

Pandemia aparte, es evidente que en estos últimos 12 meses no son pocas las cosas que han sucedido en la defensa de los derechos de los catalanes y que se escenifican, pero no se limitan, en la de quienes han asumido responsabilidades como líderes de un movimiento profundamente democrático.

En estos meses hemos visto como, primero, el president Puigdemont y Toni Comín entraban en el Parlamento Europeo a pesar de las múltiples e ilegales trabas que se pusieron por parte de los aparatos del estado español y de la administración Tajani en el propio Parlamento. Semanas después también entró Clara Ponsatí y, con ello, se escenificaba un rotundo éxito por parte de la candidatura liderada por el president Puigdemont.

En paralelo, y como no iba a ser de otra forma, el mismo aparato estatal se había puesto en marcha para privar de su cargo al president Torra y ello comenzó días después de promulgada la sentencia condenatoria por parte del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC).

No les bastó la condena, tenían que crear un concepto jurídico inexistente, “inelegibilidad sobrevenida”, para quitarle, primero, el escaño como diputado al Parlament de Catalunya y, meses más tarde, terminar inhabilitándole para el de president de la Generalitat.

Como en uno de esos circos gigantes, el espectáculo represivo se reparte por diversas y simultáneas pistas de forma que, mientras vamos peleando en Europa con los exiliados y en el Tribunal Supremo con el president Torra, también ha sido necesario defender a Laura Borràs de unas acusaciones que, en cualquier otro caso, no habrían pasado de la puerta de ningún juzgado… aquí nos ha llevado hasta el Tribunal Supremo.

Si todo esto puede parecer grosero y excesivo, el año no deja de depararnos otros desafíos a los cuales se va arrastrando a todo ser viviente que haya estado o esté cerca del president Puigdemont o destaque en su compromiso democrático que, en este caso concreto, pasa por defender a los independentistas y eso no deja de ser un síntoma de la anormalidad democrática en la que una parte del Estado ha decidido sumir a Catalunya.

Las causas penales y los montajes se van acumulando a un ritmo incompatible con cualquier estado que se defina como democrático y de derecho.

Estos 12 meses han demostrado que los cantos de sirena no son más que eso y que la única forma de solucionar un conflicto de estas dimensiones pasa por despejar el horizonte jurídico-penal y por devolver la discusión al sitio que le corresponde: el de la política

Pero no todo son causas penales, también este año hemos sido testigos, también víctimas, de una serie de actuaciones que, sin amparo legal, y financiadas con recursos cuyo origen está aún por determinar, se han ido gestando para, de una parte, intimidarnos a todos y, de otra, intentar aniquilar cualquier rastro de compromiso.

Asaltos nocturnos a nuestro despacho, Pegasus indiscriminado, soldados rusos invadiendo Catalunya, Volhov a tope y así nos vemos inmersos en una perversa dinámica en la cual gastamos más tiempo en defendernos que en construir. Seguramente, ese es uno de los objetivos y, en algunos casos, lo van consiguiendo.

En definitiva, este no está siendo un año exento de represión, sino, muy por el contrario, uno en el cual se han traspasado todo tipo de líneas rojas, lo que debería resultar, como mínimo, preocupante para quienes siguen sosteniendo una defensa de los valores democráticos más básicos.

Frente a tales abusos y deriva antidemocrática las respuestas pueden ser muy variadas y, de hecho, lo están siendo.

Se puede seguir luchando, con el costo personal que ello implicará para quienes así lo decidamos o se puede claudicar con la esperanza de conseguir, de una parte, el perdón y, de otra, algún tipo de rédito personal y electoral, aunque el mismo resulte incompatible con lo que se decía defender hasta hace muy poco.

Para algunos, que parece ser que nunca estuvieron cómodos en el papel asumido, la solución parece estar en un reconocimiento de los hechos, de los daños causados y en afrontar las consecuencias de ello admitiendo que su conducta no fue la adecuada y, de esa forma, mostrar una clara motivación al cambio; es decir, salir de la actual situación asumiendo como delictivo aquello que no fue más que un ejercicio democrático.

Esta última salida es tan legítima como cualquier otra, pero la legitimidad debe venir acompañada de la honestidad que consistiría en reconocer que se ha optado por esa vía y que ya no se cree en aquello que durante tanto tiempo dijeron defender.

Otros, con bastante más coherencia y honestidad, mantienen sus postulados, asumen las consecuencias y están dispuestos a seguir luchando por aquello en lo que creen y en lo que han sido seguidos y apoyados por millones de catalanas y catalanes.

En todo caso, quienes piensen que desde el arrepentimiento y la rendición obtendrán no solo el perdón sino algún rédito que exhibir, deberían mirar la hemeroteca para comprender que no habrá ni perdón ni beneficio.

Estos 12 meses han demostrado que los cantos de sirena no son más que eso y que la única forma de solucionar un conflicto de estas dimensiones, y así de enquistado, pasa por despejar el horizonte jurídico-penal y por devolver la discusión al sitio que le corresponde: el de la política.

Es incompatible con cualquier solución política viable y duradera el buscarla desde un desequilibrio abrumador como el que se ha demostrado a lo largo de este año que va terminando.

No es posible encontrar una solución política sin antes solucionar, de manera real, sólida y democráticamente aceptable el laberinto penal en el cual se ha tratado de descarrilar los deseos de independencia de una mayoría de catalanes.

En resumidas cuentas, han sido meses intensos, preludio de otros que lo serán mucho más, pero sin duda, la mejor forma de afrontar las dificultades y la contienda no es otra que hacerlo de pie, con valentía, dignidad y asumiendo que nada de lo vivido ni de lo por vivir será sencillo, indoloro ni rápido pero que si se hacen las cosas bien, el resultado será el deseado.

Cada cual que saque sus conclusiones, pero de rodillas se vive muy mal.