Vaya semana… es lo que pensaba el viernes pasado después de separarme del president Puigdemont una vez que terminamos los trámites iniciales de la nueva orden europea de detención y entrega (OEDE). Lo que no sabía era lo que aún me esperaba y que ha hecho que estos últimos días hayan sido más que intensos.

No me apetece hablar ni del registro practicado en mi casa y en mi despacho, ni de lo que han sentido mi mujer y nuestra hija de 11 años, porque, en el fondo, es algo que poco a poco iremos digiriendo, pero sí que quiero contarles algo que he aprendido en la vida: es en los momentos duros cuando uno sabe con quién cuenta y con quién no. Lo vivido estos días, y lo que queda por vivir en este asunto, sirven como filtro de cariños y lealtades que llegan, incluso, a opacar esos malos momentos.

El lunes pasado llegué a casa sobre las dos y media de la madrugada y a las cuatro me levanté para volar a Barcelona. No estaba dispuesto, y no lo estoy, a que una actuación como la practicada en mi contra altere mi vida o mi trabajo… que, en realidad, son casi lo mismo.

Aterrizar en El Prat y sentirme apoyado fue todo uno, no fueron pocas las personas que se me acercaron a darme su afecto y su apoyo. El taxista que me llevó a mi hotel no quiso ser menos y se dedicó todo el trayecto a contarme su teoría sobre lo sucedido y, sinceramente, el buen hombre estaba muy acertado en todo lo que me iba exponiendo.

Entrar en mi hotel habitual y ser recibido con una sonrisa y un “señor Boye, espero esté usted bien” fue algo más que un gesto de amabilidad, fue una demostración de cariño y apoyo que, en definitiva, es lo que más puede reconfortar en momentos así.

La jornada laboral fue intensa, para eso había ido, pero el cansancio no afloraba por la conjunción de dos elementos clave: la adrenalina y el afecto. El primero lo traía inoculado desde los registros y el segundo fueron breves pero intensas inyecciones que los catalanes me iban dando poco a poco durante toda esa jornada que terminó bastante tarde.

Muy temprano, casi de madrugada y sin apenas dormir, salí de regreso a Madrid para presentarme ante la Audiencia Nacional donde estaba citado para declarar como investigado por un presunto delito de blanqueo de capitales y, como si el cariño y apoyo mostrado durante todo el martes no fuese bastante, nada más subirme al avión comenzaron a darme nuevas y más efusivas muestras de ese cariño que tan bien sienta.

Isabel y yo fuimos viendo cómo la gente que volaba con nosotros nos daba, a ambos, cariño y apoyo de cara a lo que vendría y cuyo resultado no controlábamos ni controlamos. Una cosa es saberse inocente y otra es que eso sirva de algo en determinados momentos y, sobre todo, cuando uno se ha transformado en objetivo.

No sólo es cuestión de sentirse honrado, sino, también, de defender un modelo de sociedad en la cual todos nos sintamos seguros, seguros de no ser arbitrariamente detenidos, seguros de no ser brutalmente reprimidos, seguros de poder manifestarnos

En el caso de los registros practicados, y en atención a lo que se llevaron, es claro que han cumplido con su objetivo: tienen mi teléfono móvil y mis correos electrónicos. En cualquier caso, lo que no está en mi móvil, ni en esos cientos de miles de correos electrónicos, es mi determinación para hacer las cosas lo mejor posible.

Por ahora, la cosa no se ha complicado a los niveles que algunos deseaban, pero tengo claro que serán meses intensos y tensos en los que habrá que desmontar lo que han montado. Pero eso no importa ni servirá para descentrarme de lo realmente importante y que no es otra cosa que dar lo mejor de mí en las defensas que tenemos encomendadas.

Ya hace tiempo que vengo diciendo que la estrategia va en círculos concéntricos y que a medida en que se amplía el radio represivo, más y más gente iremos quedando dentro de ese círculo perverso y, sí, no nos confundamos: los abogados no somos inmunes a esos ataques. Lo importante, en todo caso, es no dejarse intimidar ni condicionar en lo que ha de hacerse.

A Isabel, a mis compañeros de despacho y a mí se nos encomendó la defensa del president Puigdemont, de los exiliados y, luego, la del president Torra, y cumpliremos con esos encargos y los abordaremos desde la máxima profesionalidad y siendo muy conscientes de los costos que ello tendrá. Defenderles no es una obligación sino un honor.

Pero no sólo es cuestión de sentirse honrado, sino, también, de defender un modelo de sociedad en la cual todos nos sintamos seguros, seguros de no ser arbitrariamente detenidos, seguros de no ser brutalmente reprimidos, seguros de poder manifestarnos, seguros de poder reunirnos y, por qué no decirlo, seguros para poder decidir con todo lo que ello implica.

Las implicaciones de lo que me ha sucedido esta semana trascienden a lo que directamente he vivido y pone en evidencia problemas de difícil solución si no se abordan como lo que son: fallos sistémicos de una sociedad a la que sigue constándole avanzar en un proceso de democratización que nunca termina de arrancar del todo.

En cualquier caso, de esta semana, y como vengo diciendo, lo realmente importante han sido los apoyos recibidos, los cariños y apoyos demostrados desde diversos países y por muy distintas personas pero, sobre todo, por los catalanes y desde Catalunya y, por ello, cada día tengo más claro que Rajoy tenía razón cuando afirmó que “los catalanes hacen cosas”… Por ello, muchas gracias a tod@s. Seguimos.