Las cábalas son malas compañeras en cualquier trabajo y, más aún, en el jurídico. Llevamos desde el pasado 17 de septiembre escuchando todo tipo de posibles escenarios después de la vista que celebramos en el Tribunal Supremo en defensa de los derechos del president Torra y, también, de todos aquellos catalanes que participaron en las elecciones del 21-D, le hayan o no votado.

Si, aparte de todas las vulneraciones ya denunciadas, también se saltan el turno para resolver este recurso, no estaremos más que ante una nueva constatación de cómo se está tratando, al menos a nivel de las altas instancias jurisdiccionales, los asuntos que afectan a Catalunya. En todo caso, lo que sí es evidente, es que eso ya no está en nuestras manos y que la responsabilidad de respetar o no la ley es de quienes están llamados a aplicarla.

Este miércoles, al bajar del avión que me llevaba de regreso a Madrid, me encontré con un buen amigo que me decía: “El problema es que todo es muy lento” y, la verdad, mirándolo desde su perspectiva, seguro que tenía razón, pero, mientras caminábamos para salir del aeropuerto le fui explicando cuán complejo es todo y cuántas cosas están pendientes de suceder.

Le conté la relevancia que la sentencia contra el president Torra tenía en la estrategia jurídica internacional, cuán relevante sería si el Tribunal Supremo la confirma y cómo ese sería un grave error del que se darían cuenta cuando ya no pudiesen hacer nada para repararlo.

Hablamos de cómo encajaría esa sentencia en Europa, de cómo eso tenía, también, relación con el suplicatorio cursado en contra del president Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí y cómo todo eso se vinculaba con los recursos que, más temprano que tarde, terminarán llegando al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Cada pieza de este puzle tiene un sentido y cumple una función y, por más que les damos salidas, siempre terminan equivocándose y ayudándonos a completar el puzle de forma correcta y rápida, al menos mucho más rápida de lo que podríamos hacerlo sin la inestimable ayuda de esas mismas altas instancias jurisdiccionales que creen estar salvando a la patria cuando la están hundiendo.

Seguramente yo venía lanzado y, por eso, fui desgranando los pasos ya dados y, como mi amigo es inteligente, fue participando, poco a poco, de la construcción jurídica que tenemos diseñada. Es evidente que todo tiene su encaje perfecto y que, para ir acomodando las piezas, qué mejor que ayudas de gran calado como es la propia sentencia en contra del president Torra que, por cierto, es la prueba del algodón de cualquier sociedad democrática.

La gran diferencia entre nosotros y esas altas instancias jurisdiccionales es que nosotros tenemos una estrategia que se implementa a través de muchas tácticas y, por sorprendente que parezca, ellos se quedaron en una única táctica consistente en aplicar, para cada situación, un relato que, día a día, se hace más insostenible.

Todo el relato se construyó sobre la base de dos pilares: la supuesta legitimidad democrática de dicho poder y la excelencia técnica con la cual construirían el andamiaje jurídico con el que reprimir a la minoría nacional catalana, tal cual, en su día, pero con mayor facilidad producto del uso de la violencia, hicieron con la vasca.

Hace ya tiempo que hemos superado algunos estándares que son los básicos para conceptuar a un estado como democrático y de derecho… El cómo se termine resolviendo este tema de la pancarta, será como la prueba del algodón

La supuesta legitimidad democrática ha quedado, ya hace tiempo, al descubierto producto de decisiones que son todo menos una interpretación democrática del derecho y, además, enmarcadas no en una sujeción del poder judicial al político sino a la existencia de una agenda política propia en esas altas instancias jurisdiccionales.

La supuesta excelencia técnica también ha quedado reducida a una rémora del pasado. Todas y cada una de las veces en que la hemos podido contrastar en sistemas democráticos se ha demostrado que aquí no se estaba a la altura de lo que se pregonaba.

A pesar de todo esto, siguen instalados en el relato como forma de justificar lo injustificable y quienes les hacen de altavoces no son capaces de hacer un mínimo análisis sobre la falta de credibilidad que, a estas alturas, deberían merecer esos relatos.

No tengo idea, mis conocimientos no llegan a ese nivel, de cuándo ni cómo resolverá el Tribunal Supremo un recurso como el que presentamos y que contiene una serie de desafíos jurídicos que, enmarcados en una confrontación inteligente, son la base de cualquier éxito futuro en Europa.

No se trata de alabar nuestro propio trabajo, que no es de una persona sino de un equipo, sino que el mismo está confeccionado con rigor técnico y honestidad intelectual, lo que permite plantear temas que, de resolverse como pretenden los patriotas de las pulseritas y los acríticos con el poder, tendrán serias consecuencias de cara a una presentación del Estado como paradigma de democracia.

Dentro de la jurisdicción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), las pancartas, que no se trata de otra cosa, solo están perseguidas en Turquía y en España y, no me cabe duda alguna, cuando llegue el turno de pronunciarse, dicho tribunal lo hará en el sentido que venimos indicando.

Sí, es cierto que el TEDH, en sus sentencias, condena a estados, pero también lo es que se hace sobre la base de resoluciones y actos dictados o acordados por personas bien concretas y, como ocurre en el caso del president Torra, la sala de casación la componían, entre otros, algunos muy buenos juristas. Veremos si quieren asociar sus respectivos nombres a algo tan absurdo como cargarse un gobierno y una legislatura por una pancarta de tres palabras que, además, no son otra cosa que libertad de expresión, amparada por la inviolabilidad parlamentaria.

En realidad, esto no va, solamente, del president Torra, sino de todos nosotros y del sistema en el que queremos vivir; me niego a vivir en una democracia restringida o tutelada porque, en materia de calidad democrática, o falta de ella, hay niveles que, una vez superados, ya dejan de corresponderse con ese sistema político.

Hace ya tiempo que hemos superado algunos estándares que son los básicos para conceptuar a un estado como democrático y de derecho… El cómo se termine resolviendo este tema de la pancarta, será como la prueba del algodón, por mucho que se empeñen en decir que desobedeció. Claro que lo hizo, pero por una razón muy sencilla: no tenía, no debía y no podía acatar una orden de esas características porque, entre otras cosas, se le encomendó la defensa de los derechos de todos los catalanes. Para eso se le eligió.

En cualquier caso, y volviendo a la conversación con mi amigo Ramón, al despedirnos me dijo: “En realidad somos unos ansiosos, pero tienes razón, el muro de Berlín cayó en una noche”. Veremos qué sucede con la sentencia y si esta no termina transformándose en un martillazo lo suficientemente fuerte como para terminar tumbando el muro.