Un Sant Jordi tan atípico como el que acabamos de vivir nos puede servir para ir imaginándonos cómo cambiará el mundo, de aquél que dejamos atrás el 13 de marzo a ese que encontraremos cuando nos desconfinemos, porque nada será como era, pero todo puede ser como queramos. Enfrentarnos al futuro con optimismo o, al menos, con la mente abierta para que los desafíos no nos descarrilen, es tan importante como hacerlo bien protegidos para evitar nuevos y masivos contagios.

Como sociedad hemos sufrido un golpe brutal, un susto tremendo, que podemos asumir como un desastre y una derrota, de la cual difícilmente nos podamos recuperar o, quizás y mejor, como una oportunidad para replantearnos todo y buscar una forma de construir un futuro mejor.

Amigos que han sufrido infartos o graves enfermedades de las cuales se han recuperado me hablaban de que ha sido un aviso y que, a partir de entonces, han cambiado totalmente de vida, de hábitos y de forma de enfrentarse a la misma. Seguramente, llevado a un esquema más amplio, eso es justo lo que nos ha pasado —hemos sufrido un infarto colectivo— y es así como debemos enfrentarnos a un futuro que, si bien será duro, no tiene por qué ser peor. Eso ya depende de nosotros.

Como sociedad, ya deberíamos ser conscientes de nuestra debilidad como especie, asumir que nuestro modelo productivo era frágil e insanamente insostenible, que nuestra cosmovisión se sustentaba en una forma de entender y acceder al mundo que rompe el balance natural con el ecosistema y que, como producto de todo ello y más, implicó que hasta la geopolítica estuviese planteada sobre bases equivocadas. Todo esto nos arrastraba, indefectiblemente, a un infarto como el que acabamos de sufrir y del que tardaremos en recuperarnos.

Cuando salgamos, ya muchos de los que conocíamos no estarán, eso causa un dolor infinito que no se supera fácilmente, pero tampoco estarán muchos de aquellos sitios y costumbres que tan naturales nos parecían cuando no lo eran. Es, justamente, esto último lo que nos debe ayudar a repensar cómo queremos recuperarnos, cómo queremos afrontar el futuro y cómo vamos a aprovechar o desaprovechar esta nueva oportunidad que, como sociedad y especie, vamos a tener.

El tiempo para pensar y replantearnos nuestro futuro es efímero y, por tanto, tenemos que recapacitar rápidamente para que la realidad que nos pretenden imponer no nos desborde y, además, tenemos que hacerlo bien, para que no nos volvamos a equivocar, pero, sobre todo, tenemos que hacerlo desde una nueva perspectiva en la que una de las variables más importantes será la de asumir que ya nada será como era.

No podemos seguir perdiendo el tiempo regodeándonos en lo sucedido, sino que hemos de reaccionar rápido y pensar cómo saldremos de esta situación y hacerlo bien para no volver más a la misma

Ahora bien, lo que no debe cambiar es la esencia del ser humano y ese puede, y debe, ser uno de los puntos de apoyo para poder enfrentarnos a lo desconocido y servir para el establecimiento de las bases de lo que queremos como individuos y como sociedad. No mutando la esencia, determinados valores y derechos no tienen por qué cambiar e, incluso, me atrevo a decir que han de ser hasta potenciados.

Somos individuos con derechos y libertades y en las últimas décadas se ha avanzado mucho en la merma y restricción de unos y otras. Es más, algunos piensan que parte del precio que ha de pagarse para salir de la actual situación es la renuncia y si no la privación de parte de dicho patrimonio de derechos y libertades. Eso sería tanto como renunciar a nuestra esencia y un error del que no tardaríamos en arrepentirnos, tanto por nosotros como por el futuro de nuestras hijas e hijos.

El futuro ha de construirse partiendo de las esencias y, por tanto, ninguna renuncia a derechos y libertades es necesaria ni recomendable. Quienes están aprovechando el miedo y el actual desconcierto para intentar imponer un modelo de sociedad autoritario, no solo se equivocan, sino que parten de un análisis equivocado pensando que el infarto fue una casualidad cuando no lo ha sido.

Encontrar un equilibrio adecuado para construir un futuro mejor no será sencillo, habrá situaciones muy complejas y, seguramente, mucho sufrimiento e, incluso, la violencia propia de la desesperación y la falta de perspectivas. Lo importante, en todo caso, será ver cómo respondemos a dichos desafíos y, para ello, nada mejor que comenzar ya a planteárnoslo y a delimitar claramente cuáles son las líneas rojas que no debemos o no estamos dispuestos a cruzar.

Necesitamos pensar, individual y colectivamente, y tenemos que hacerlo ya para que nadie nos arrastre a un pasado travestido de futuro en lugar de dejarnos avanzar hacia el auténtico futuro. No son pocos los que piensan que estamos ante un alto en el camino, ante una nueva crisis y que una vez superada la fase aguda de la pandemia, podremos volver al punto donde lo dejamos. Esa es una visión equivocada que solo servirá para alargar el dolor del infarto, restándonos posibilidades de recuperación y, sobre todo, de reconducirnos y disfrutar de una nueva vida, distinta pero seguramente mejor o más equilibrada.

Lo importante, y no me cansaré de insistirlo, es vencer nuestros miedos, buscar nuestras esencias, defender nuestros derechos y libertades y asumir el desafío como una oportunidad y no como una losa que nos agarrote e impida avanzar. Debemos enfrentarnos al dragón de nuestros miedos, derrotarle y dejar que brote su sangre en forma de rosa.

En definitiva, no tenemos por qué renunciar a las rosas y a los libros, que son la representación de la esencia, lo único que tenemos que hacer es pensar cómo hacerlo de una forma que sea más compatible con el futuro que queremos construir. Por ejemplo, podemos y debemos seguir leyendo, cultivando rosas y regalándolas, pero tenemos que hacerlo de otra forma y desde otro prisma.

Aún estamos con el shock propio de despertarnos en una camilla tras un infarto y sin saber muy bien qué pasó o cómo llegamos hasta allí, pero no podemos seguir perdiendo el tiempo regodeándonos en lo sucedido, sino que hemos de reaccionar rápido y pensar cómo saldremos de esta situación y hacerlo bien para no volver más a la misma. El futuro será lo que queramos, ya solo falta diseñarlo, construirlo y que nadie nos lo robe o, de camino, nos quite nuestra esencia y nuestro auténtico patrimonio que, sin duda, no es material.