Es indudable que la crisis generada por la pandemia del coronavirus está poniendo a prueba todo y a todos, al menos todo aquello que hasta ahora conocemos e, incluso, dábamos por garantizado. La situación es grave y seguramente más de lo que nos cuentan las autoridades encargadas; omito los términos competentes y responsables. Pero, en cualquier caso, creo que, por muy compleja que sea la situación, si nos centramos en el hoy, seguramente estaremos hipotecando el mañana que, en definitiva, es para lo que nos tenemos que preparar.

Por lo que sé, que de epidemiología no entiendo nada, el mejor aporte que los ciudadanos podemos hacer es quedarnos en casa, comportarnos civilizadamente, cuidar de la salud de los nuestros y, también y no menor, prepararnos para el mañana, por mucho que el encierro se nos antoje odioso e inaguantable. Puede parecer sencillo el decirlo y difícil el cumplirlo, pero no nos queda otra mientras no se encuentre mejor remedio para una pandemia que nos ha sorprendido en plena era de la globalización y que, por eso mismo, ya es un problema planetario que veremos cuándo y cómo se soluciona.

Estar encerrado es complejo y todos iremos sufriendo sus consecuencias con el paso de los días o semanas que vaya a durar esto, pero, habiendo estado encerrado 7 años 11 meses y 23 días, creo que tengo alguna experiencia que he decidido compartir para aportar mi grano de arena en estos complejos momentos. Sí, es un hecho público y notorio que estuve todo ese tiempo en prisión y, si bien, créanme, no es lo mismo, de esa experiencia he podido sacar conclusiones y lecciones que son de plena aplicación a esta situación que, como sociedad, estamos enfrentando.

Si queremos salir reforzados de esta situación, lo mejor que podemos hacer es tratar de pensar en positivo, individual y colectivamente, superponiendo el mañana al hoy y actuando, claramente, en esa clave: lo bueno y complejo viene mañana y, por tanto, hay que usar el hoy pensando en mañana para estar preparados. La clave de todo estará en cómo nos planteamos el mañana y qué tenemos que hacer hoy para enfrentarnos al futuro de la mejor forma posible.

Definido el objetivo —unos son individuales, otros familiares y otros en clave de país—, el siguiente paso será planificar el hoy y, de esa forma, aprovechar al máximo este tiempo que, a diferencia de lo que algunos creen, no es vacacional sino preparacional, en el sentido de que es una etapa en la que debemos prepararnos para el futuro que, por muy duro que se nos presente, será siempre mejor que el presente.

Una buena forma de superar el presente es generar una rutina diaria que impida que el tiempo, el encierro y la falta de perspectivas o el miedo al futuro nos desborde. No hay claves para establecer cuál es la mejor rutina y cada cual tendrá la propia, pero, por ejemplo, la que me he autoimpuesto es la de mantener un ritmo vital ajeno a la situación de confinamiento, y que me dio tan buen resultado en el encierro anterior que entonces vivía y que, guardando las distancias, se parece a la actual solo que ahora es en mejores condiciones.

De lo que está sucediendo hemos de aprender una serie de lecciones, sacar conclusiones y, desde ya, trazar un plan para, de esa forma, ser capaces de salir con renovadas fuerzas a enfrentarnos a lo que se arrastra del pasado

Sigo levantándome cada día como si fuese a llegar tarde a la oficina, al tren o al avión; hago un rato de deporte, por muy poco espacio con el que se cuente, siempre es posible, y, luego, a desayunar, leer la prensa, ducharse y vestirse tal cual haríamos cada día de la semana si no estuviésemos encerrados en casa. No veo la necesidad de estar en chándal o en pijama cuando es un día laborable porque a trabajar no se va vestido así.

Cumplida la primera parte de mi rutina, viene la que a muchos les costará más que nunca, la laboral. Sí, dirán que es fácil trabajar como abogado desde casa, pero ya les adelanto algo que no es tan sencillo: no tengo vencimientos pendientes porque los plazos están suspendidos, ni sé cuándo se celebrarán las vistas, audiencias y juicios suspendidos ni los señalados para las próximas semanas, por lo que mi trabajo, y el de todas mis compañeras, se centra en la autodisciplina más que en la urgencia.

Trabajar, trabajar y trabajar, hay que hacerlo con la misma intensidad, rigor, metodología y tiempo que lo haríamos en condiciones normales y, por tanto, lo hago de nueve a catorce y de dieciséis a diecinueve horas, dándome una pausa para comer y relajarme que, en estas circunstancias, también implica cocinar que, sin duda, puede ser una tarea entretenida si se sabe tirar de imaginación. Es evidente que no todo el mundo puede hacer su trabajo desde casa, hay profesiones y oficios que no lo permiten, pero si no se puede trabajar, bien podemos usar la misma disciplina para formarnos y eso, a fecha actual y con las posibilidades que ofrece internet, es, sin duda, factible y solo depende de la fuerza de voluntad.

Obviamente, no todo puede ni debe ser trabajo. En realidad, y si lo miramos desde una perspectiva positiva, en estos momentos disponemos cada día de un tiempo importante que, en condiciones normales no teníamos, y que bien podemos dedicar a nuestras familias, al ocio, a la cultura y al divertimento, solo que en una forma distinta a la habitual y sin salir de casa. Me refiero, concretamente, a los tiempos de desplazamiento que son horas al día que nos estamos ahorrando desde que estamos encerrados en nuestros domicilios.

Dicho todo esto, es evidente que nadie puede en estos momentos decirnos cuál será el mundo al que nos enfrentaremos una vez superada la pandemia ni cuánto de lo que conocíamos y dábamos por garantizado seguirá funcionando o existiendo, pero, igualmente, es claro que cada uno, desde su perspectiva y situación, ha de prepararse para enfrentarse a lo desconocido desde la mejor posición posible.

De lo que está sucediendo hemos de aprender una serie de lecciones, sacar conclusiones y, desde ya, trazar un plan para, de esa forma, ser capaces de salir con renovadas fuerzas a enfrentarnos a lo que se arrastra del pasado —las consecuencias de todo esto— y, sobre todo, a lo que está por venir que, insisto, no sabemos cómo será ni cuándo comenzará. El desafío es grande, pero el saber convertirlo en una oportunidad es algo que depende, exclusivamente, de nosotros.

En definitiva, hagamos de este hoy que estamos sufriendo todo lo mejor que podamos para disfrutar de un mañana para el cual estemos preparados y, sobre todo, sepamos cómo enfrentarlo y a dónde queremos llegar. Por ello, de hoy depende el mañana.