Pedro Sánchez no tiene corazón. Solamente estamos a lunes y ya tenemos la gasolina a unos precios de sueldo de Démbélé y la electricidad con unas fluctuaciones de tal magnitud que si no te apartas se produce el efecto ventosa y te succionan, las personas mayores tratadas en las oficinas bancarias como si fueran el contenido del contenedor marrón, Aznar retornando y Casado apareciéndonos cada día con ovejas y cabras detrás suyo, la COVID empezando a aflojar -esta vez sí que sí, pero dicho con la boca más pequeña que nunca- y ya está en la puerta de casa la nueva hecatombe mundial en forma de una terrible sequía que hará que nos acabamos bebiendo el gel de manos que sobrará cuando no quede virus, la sociedad de lo políticamente correcto queriendo eliminar los siete enanos de Blancanieves, la incomprensible crisis política y sindical provocada por las votaciones en Eurovisión llegando al Congreso de los Diputados -¡me pinchan y no me sacan sangre!-, Foment del Treball cuantificando en 35 mil millones de euros el déficit de inversión del estado en infraestructuras en Catalunya, el caso de presunta corrupción en Bombers deshaciéndose como un azucarillo, Carlos Herrera yendo a Abu Dabi para decirnos que Emérito I tiene muy buen aspecto y cuando vemos las fotos pensamos que tal vez haya visto a otra persona, Nadal demostrando que al tenis se juega con el cerebro y -mientras- Djokovic haciendo cola en un Centro de Primaria ver si puede pillar alguna oferta de vacuna caducada...

Y con todo eso llenando nuestra vida, cosa que nos provoca un esfuerzo mental considerable, ¿qué hace Sánchez? Pues va y dice que aplaza hasta "primavera" la mesa de diálogo, o de negociación, o como la quieran llamr. Hooombre, señor Pedro, eso es un golpe muy bajo. Y no, no hablo del concepto "dejémoslo para la primavera", que es aquello de "nos llamamos pasado fiestas" o "la próxima semana nos enviamos un whatsapp y quedamos a ver cómo quedamos". Ni tampoco hablo que eso de dejar para más adelante una cosa que ya hace tiempo te habías comprometido a hacer y con la excusa que "es que ahora son las elecciones en Castilla-León y no podemos estar por todo" es como decir que no eres capaz de masticar chiclé y andar a la vez.

No, no, aquí la cuestión es que con esta decisión, el presidente del Gobierno ha dejado vendidos a los guionistas con bigote que tienen que escribir los gags para los diferentes programas de entretenimiento. ¿Por qué? ¡Porque ya han gastado todas las bromas! Porque ya no queda ninguna ocurrencia que haga reír aplicada a una mesa. No hay más. Se han hecho todas. En el catálogo de gracietas aplicadas a mesas, se ha utilizado todo el stock disponible y no hay nada libre.

Eso sí, la decisión de Sánchez sirve para reconfirmar quien tiene la sartén por el mango. Si él dice que no hay mesa hasta que haya estallado la luz, el color y el olor del mes de Maria, pues no hay mesa. Y la pregunta, una vez más, vuelve a ser la misma: ¿y, por qué tendría que querer convocarla? ¿Para negociar, qué? Si él no necesita negociar nada sobre el conflicto catalán. Ni en primavera, ni por Navidad, ni por la feria de las madresdelseñor que les das la vuelta y nieva. Y mucho menos ahora que todo el mundo habla de Eurovisión.