Mientras Francia lucha por encontrar una fórmula de gobierno que permita evitar las elecciones y retrasar la inevitable llegada de la extrema derecha al poder, en Catalunya y en España vemos como en cada nueva encuesta se consolida la extrema derecha de VOX y Aliança. La victoria sin paliativos de un Trump eufórico por haber impuesto una paz en Gaza refuerza la idea de que cuando tienes la fuerza y la utilizas puedes hacer casi lo que quieras. Incluso aunque nos parezca imposible, debemos reconocer que el líder mundial de la extrema derecha ha puesto paz. Por suerte, hasta ahora ninguno de los líderes emblemáticos de la extrema derecha ha actuado contra la democracia. Ni Milei, ni Trump, ni Meloni, por tomar tres de los ejemplos más exitosos, han emprendido reformas serias para perpetuarse en el poder o para alterar el juego democrático. O al menos eso parece. Y los tres han resuelto problemas pendientes: Milei ha acabado con la hiperinflación, Meloni ha estabilizado el gobierno y Trump ha acabado con la guerra en Gaza, al menos, de momento. La extrema derecha tiene las cosas claras, la denuncia fácil y la solución al alcance. Mientras tanto, las fuerzas democráticas se pasan el día discutiendo, vetándose, acusándose entre ellos y dejando de lado aparentemente los problemas. Poner de acuerdo a la gente para hacer cualquier cosa en común, todos sabemos que es complicado. Esto hace que la democracia parezca sobrevalorada cuando se trata de tomar decisiones efectivas.
Pero lo que nos tenemos que plantear, en primer lugar, es si cuando ganen las extremas derechas con más contundencia y con más complicidades entre ellas, se acabarán poniendo de acuerdo para disolver el sistema democrático. Yo creo que sí, que la extrema derecha acabará imponiendo un estado totalitario, y que, por lo tanto, hay que empezar a visualizar la democracia como un nuevo vector de la política. Además del eje nacional y el eje derecha-izquierda, hay que valorar seriamente, cuando votamos, el eje demócrata-totalitario. No podemos dar por supuesto que el sistema democrático aguantará la llegada al poder de partidos de extrema derecha. Tenemos el convencimiento implícito de que el sistema democrático actual nos blinda de cualquier intento de totalitarismo. Estamos suponiendo que la extrema derecha no querrá, como los fascismos de los años veinte, acabar con la democracia. Llamadnos inocentes, pero si preguntáramos a la opinión pública si tienen miedo de que con la llegada al poder de la extrema derecha se alterarán las reglas democráticas, estoy seguro de que sale que no. Pero si no es así, si llegados al poder inician un proceso de alteración de las reglas democráticas, sufriremos. Y yo creo que las alterarán y enterrarán la democracia. Al menos la que conocemos en Occidente. Soy partidario, pues, de tener claro que hay que juntar fuerzas para constituir tantos gobiernos de coalición como sea necesario para evitar la subida al poder de la extrema derecha. En Francia, en España o en Catalunya. En todas partes.
La extrema derecha sube en todas partes por la propia incapacidad de los sistemas democráticos occidentales de gestionar la cosa pública
Pero con la creación de este nuevo eje antipopulista, anti extrema derecha, no basta. Ya lo estamos viendo en Francia: hay que gobernar bien. La extrema derecha sube en todas partes por la propia incapacidad de los sistemas democráticos occidentales de gestionar la cosa pública. Que la extrema derecha se apropie de los mensajes más contundentes, no significa que los problemas que magnifica no existan. El problema de cómo gestionar la inmigración es real. Si creamos "guetos", lo pagaremos carísimo. Si dejamos que las tiendas de "pakis" y bazares "chinos" invadan todo el comercio local, lo pagaremos carísimo. Si dejamos que las importaciones asiáticas inunden todo el mercado de productos —coches eléctricos incluidos—, acabaremos muy mal. Si dejamos que la administración pública y el exceso de normativa lo invada todo, ni podremos pagarlo, ni podremos hacer nada. Pongo otro ejemplo: el problema de lentitud en la regulación de la vivienda. Como denunciaba Joan Vila en sus impagables artículos dominicales, no podremos hacer 210.000 viviendas antes de 2030, si una simple modificación de POUM ocupa, como mínimo, cuatro años.
Si la política democrática, los partidos y las formas de gobierno occidentales que han dado respuesta a tantos problemas desde hace décadas, no superan la fase de proponer soluciones reales e inmediatas a los problemas actuales, lo hará a su manera la extrema derecha. Entonces tendremos que cruzar los dedos y esperar que las reformas antidemocráticas no lleguen sin resistencia ciudadana. Una ciudadanía harta de los políticos, de las peleas mediáticas, cansada de los discursos sin resultados, inmersa en problemas de vivienda, de trabajo, en pleno choque cultural, y sin esperanza de cambio real, no tendrá ningún incentivo para evitar que la extrema derecha ponga orden. Y una vez más, habrá sido culpa nuestra, de los demócratas, que nos secuestren la democracia. Como lo fue hace cien años.