En el Govern Aragonès, Jaume Giró se consolidó enseguida como el hombre fuerte de los juntaires. El segundo de a bordo, a pesar de no ostentar la condición de vicepresidente. Y así seguiría siendo de no haber sufrido la ocurrencia de asistir incrédulo a una moción de censura encubierta que consumó el cisma. El caso es que el exconseller de Economia —ahora miembro de la dirección de Junts— visitó el Més 324 de Graset. Y a lo largo de la entrevista evidenció por qué enseguida se erigió en el referente de grosor de los consellers de Junts. La toca y sabe un rato, que diríamos en una entendedora jerga coloquial.

Con Giró se puede coincidir. O no. Pero tiene personalidad y criterio. Es un tipo solvente y no se está por romances. No gesticula de cara a la galería —pecado capital de tantos otros—, no se arruga y sabe comunicar y explicarse bien, cosa que no siempre ocurre. Más allá de la retórica fluida que gasta y del aplomo con que se expresa, dejó algunas perlas que tendrían que hacer reflexionar a más de uno.

Batet no tendría que confundir deseos y realidad, y escuchar más a Giró, que explicó con claridad por qué Aragonès agotará el mandato

La primera, que con las tres mesas de diálogo con el PSOE, el independentismo hace el ridículo. Y es que no hay por donde cogerlo, haría reír a diestro y siniestro si no fuera porque después de tanta jugada maestra nos han anestesiado el sentido común. En este punto, Giró fue diáfano, demoledor. No servirá de nada. Pero retrata lo esperpéntico de la situación.

La segunda, que la salida intempestiva de Junts del Govern no tenía que servir nada más que para acentuar el mal rollo entre republicanos y juntaires. Si antes había un boquete ahora hay un abismo. Los pronósticos estrafalarios de algunos de sus compañeros de filas prediciendo que el Govern se caería en tres meses fueron tan acertados como una escopeta de feria. Albert Batet, desde el atril, volvía ahora hablando de un Govern agónico, alimentando la idea de unas elecciones anticipadas. Tiene mala suerte, el portavoz juntaire. Al día siguiente mismo la encuesta del CEO aprobaba por primera vez el Govern. Batet no tendría que confundir deseos y realidad, y escuchar más a Giró, que explicó con claridad por qué Aragonès agotará el mandato. Otros son que no se tendría que confundir nunca que una cosa es estar de cháchara en una calçotada porrón en mano y la otra interviniendo en el Parlament. Todo es grotesco.

Una tercera es que reprochó a la consellera Mas no haber asistido al Consejo de Política Fiscal y Financiera. Es discutible. Pero los argumentos con que defendió ir tenían sentido. Eran muy razonables.

En cuarto lugar, Giró estuvo fino con el tema del retorno de empresas. Sabe perfectamente que CaixaBank no tiene ningún tipo de intención de dejar la sede social de Valencia para devolverla en Barcelona. Pero, en cambio, enfatizó que la cosa determinante es el Impuesto de sociedades, lo que pagan las 650.000 empresas catalanas y las 550.000 madrileñas, impuesto que recauda el Estado en exclusiva. Y si la cuestión es la mejora de la financiación es obvio dónde está el problema.

Finalmente, todavía tuvo tiempo de reivindicar la clase media trabajadora. Y aquí estuvo astuto. Porque esta es la base social de los republicanos. Y, en parte, también de Junts. Una base social que a menudo es la gran damnificada de unas políticas públicas que no siempre parecen tomar conciencia que esta clase media trabajadora es el nervio de nuestra sociedad.