Los recientes incidentes de sabotaje del gasoducto Nord Stream en las profundidades del mar Báltico, la autoría de los cuales todavía hoy genera dudas, nos ha recordado que algunas de las infraestructuras claves que condicionan, no solamente la geopolítica, sino también nuestro día a día, pasan en gran parte en aguas submarinas.

Otra de estas infraestructuras estratégicas, la importancia de las cuales es inversamente proporcional a su conocimiento público, también transcurre mayoritariamente en el entorno subacuático. Se trata del cableado submarino, en general de fibra óptica y por donde circula más del 95% del tráfico de internet, una espesa y creciente red de cables submarinos que conectan el mundo y por donde circula la savia de la nueva economía: los datos.

La historia del cableado submarino no es nueva. Los primeros cables submarinos se instalaron en torno a 1850 y el primero intercontinental, de 4.000 kilómetros de longitud, se puso en funcionamiento en 1858, conectando Irlanda y Terranova (Canadá). Obviamente, se trataba de un cable telegráfico y, si bien el primer telegrama —enviado por la reina Victoria al entonces presidente de EE. UU., James Buchanan— tardó diecisiete horas en llegar de un punto al otro, se consideró toda una proeza tecnológica. A partir de aquí la red creció imparablemente y las comunicaciones en el mundo cambiaron.

Le siguió el cableado telefónico, y en 1956 se puso en funcionamiento el primer cable telefónico intercontinental, conectando de nuevo Europa y América con treinta y seis líneas telefónicas que pronto serían insuficientes. Pasados treinta años, el primer cable de fibra óptica —sustituyendo al cobre— se activó en 1988 y en las últimas décadas la red de cableado submarino ha eclosionado, arrastrada por el crecimiento exponencial de la demanda que ha generado la nueva economía y sociedad digitales.

Sorprende, pues, que una infraestructura tan crítica y relevante como esta pase al mismo tiempo tan desapercibida, teniendo en cuenta que se trata de la espina dorsal de una sociedad cada vez más dependiente de su dimensión digital. Es lo que los expertos denominan la "paradoja de la invisibilidad". Porque, insisto de nuevo, más del 95% de lo que vemos diariamente en nuestros móviles, ordenadores, tabletas y redes sociales, de lo que subimos o descargamos de nuestra nube o visionamos mediante plataformas —y así millones de personas, instituciones y empresas de todo el mundo— pasan por este sistema de cableado submarino.

Un sistema, sin embargo, que sufre un déficit importante de gobernanza y, al mismo tiempo, está sujeto a cambios sustanciales en su configuración y, sobre todo, en la naturaleza de sus operadores y propietarios. Y es que, tradicionalmente, los principales operadores de estas redes eran las compañías de telecomunicaciones o, sobre todo, consorcios de varias compañías de este sector. Y si bien muchas de estas compañías estaban participadas o mantenían una estrecha relación con los gobiernos de su país de origen —y, por lo tanto, quedaban vinculadas a las legislaciones nacionales o regionales— generaban un modelo pensado sobre todo en los intereses y la interconectividad de sus clientes.

En los últimos años, sin embargo, la creciente necesidad de hiperconectividad a la cual se han visto sometidos los grandes conglomerados digitales (Google, Meta/Facebook, Amazon, etc.) ha hecho que estos hayan pasado de ser simples consumidores del cableado submarino a convertirse en, primero, los principales usuarios y, segundo, los nuevos promotores dominantes de este tipo de infraestructuras; reforzando, por lo tanto, su poder casi omnipotente, y no solamente en el entorno digital.

Y si a todo eso añadimos la ausencia de un mecanismo de gobernanza global al respecto, ya que la Convención Internacional de Protección de los Cables Submarinos de 1884 está más que superada, como también lo está la Convención de Naciones Unidas sobre la Ley del Mar (UNCLOS) donde queda enmarcada, los retos son más que evidentes, como la necesidad de que la comunidad internacional coja la cuestión y le dé una respuesta. Respuesta que no solamente tiene que ser a nivel global, también lo tiene que ser a nivel regional y en nuestra casa, de la Unión Europea, sobre todo si nos queremos asegurar nuestra soberanía digital, elemento vital en clave presente y nuclear en el futuro.

Sea como sea, con la inauguración del Barcelona Cable Landing Station, es decir, del puerto de cables submarinos de Barcelona (en Sant Adrià del Besòs) se da un paso de gigante en el posicionamiento de Barcelona, y, por lo tanto, de Catalunya, en la ruta de los datos mundiales. Una ruta que había quedado prácticamente monopolizada hasta ahora, en el Mediterráneo occidental, por Marsella.

Gracias a esta nueva infraestructura, detrás de la cual se encuentra AFR-IX Telecom, una empresa de matriz catalana que ha jugado un papel muy importante en el cableado submarino de una parte relevante de África, Barcelona podrá ser puerto de ocho cables de gran capacidad, dos de los cuales ya tienen destinatario. El primero es para MEDUSA, el cable de alta capacidad promovido por la misma AFR-IX Telecom que conectará todos los países del Mediterráneo con un total de 8.700 kilómetros de cableado, con la ventaja de ser gestionado por un actor neutral e independiente. Y el segundo —mastodóntico y, este sí, financiado en gran parte por Meta (Facebook)— el 2Africa, con una previsión de 45.000 kilómetros de cable que conectarán toda la cuenca mediterránea y, a través del canal de Suez y el Mar Rojo hacia el sur, toda África (rodeándola y siguiendo hacia el Norte la costa de África Occidental hasta Portugal y el Reino Unido), y hacia el este conectando todo el Golfo Pérsico y extendiéndose hasta Karachi (Pakistán) y Bombay (India).

Un puerto, eso sí, de cables, que reubica a nuestro país en el camino correcto de la geopolítica de profundidades submarinas.