En estos tiempos de confinamiento, muchos de nosotros hemos utilizado una infinidad de programas de ordenador y apps de móvil para poder hablar con nuestros amigos y familia. Aunque tenemos cámara de vídeo, muchas veces, apagamos las cámaras para que no se rompa la comunicación. No sé si habéis reflexionado sobre el hecho que, aunque no podamos mirar la cara de las personas con quienes hablamos, inferimos muchas cosas de lo que está haciendo nuestro interlocutor. Podéis intuir si está enfadado o tiene ganas de acabar la conversación sólo por el tono de voz, pero fijaos en que también podemos inferir qué movimientos está haciendo aunque no hagan ruido. Por ejemplo, nos damos cuenta de si está sonriendo mientras nos explican una anécdota, si está comiendo o andando, si está moviendo las manos para enfatizar una idea (porque lo cierto es que aunque no nos mire nadie, seguimos moviendo las manos y la cara, como si nos pudieran ver).

Justamente acaba de publicarse un artículo en que estudian cómo los movimientos de los brazos impactan en cómo hablamos, y como los humanos hemos aprendido a distinguir este movimiento. Seguramente, es muy importante para la supervivencia de nuestra especie saber comunicar e interpretar correctamente los mensajes que queremos transmitir. Y no se trata sólo del lenguaje verbal, sino de todo lo que lo acompaña, este lenguaje no verbal y subliminal que nuestros sentidos perciben acompañando al mensaje oral, y nuestro cerebro sabe interpretar. En el caso de los movimientos del cuerpo, se trata de una cuestión acústica. Es evidente que el tono de la voz cambia si sonreímos (cambia la forma de la cavidad bucal y la disposición de dientes y labios), pero seguramente no habíais prestado atención en que también somos capaces de distinguir los cambios sutiles que nuestra gestualidad con brazos y manos provoca en el aire que sale de los pulmones. Según los autores de este trabajo, estas sutiles diferencias en la voz se dan por un doble efecto acústico: la vibración producida por el mismo movimiento, que se transmite en el resto del cuerpo, incluyendo pulmones y aparato de fonación (cuerdas vocales, garganta, boca), y también porque todo movimiento implica un movimiento compensatorio de otros músculos, que también alteran ligeramente el sistema respiratorio-vocal. Para demostrar esta capacidad de interpretación, los investigadores hacen un experimento relativamente sencillo: graban diferentes personas pronunciando la letra "a" de forma seguida ("aaaaaaaaaa...") mientras van moviendo la muñeca de la mano a diferentes velocidades y de manera aleatoria. Entonces, piden a 30 personas desconocidas que, mientras escuchan con auriculares las voces grabadas, muevan las manos. Recordad que no lo ven, sólo pueden escuchar. Los investigadores observan que los oyentes mueven las manos con la misma cadencia (que es cambiante) que las voces que escuchan, sincronizando sus movimientos de forma casi perfecta. Parece magia, pero no lo es, se trata de una comunicación no verbal e inconsciente que sabemos interpretar correctamente. Nuestra experiencia previa sobre como afectan los movimientos a la fonación nos ayuda, inconscientemente, a interpretar qué movimientos está haciendo nuestro interlocutor, añadiendo riqueza y contexto al mensaje, incluso cuando no lo vemos. ¡Imaginad si, además, el mensaje se ve reforzado por la visión! Pensadlo la próxima vez que estéis hablando y queráis enfatizar el mensaje. Los movimientos son también un medio de comunicación importante.

De hecho, los humanos (y también, los simios y otros animales), saben interpretar el lenguaje gestual. Una parte de la comunicación no verbal se da por imitación de lo que vemos en el interlocutor. En los humanos lo vemos claramente con los bebés que, muy pronto, se fijan en las expresiones faciales de los padres e imitan los movimientos, particularmente la sonrisa (aunque no se ven en un espejo). Tenemos muchos tipos diferentes de sonrisas pero, en general, las asociamos a un estado de felicidad o bienestar. Cuando entramos en una reunión, sonreímos. Cuando somos felices, sin darnos cuenta de ello vamos sonriendo a diestro y siniestro. Y la gente que nos ve, percibe este bienestar interior y responde en consonancia. Es lo que se llama "imitación facial espontánea", que nos permite ser aceptados más fácilmente como parte del grupo. Esa imitación facial (comportamiento) va unida pero no es exactamente igual a la empatía (sentimiento y emoción). Pues bien, hay experimentos que demuestran que bajo el estrés, reaccionamos con una menor capacidad de imitación facial, al menos con respecto a las sonrisas. Es decir, que cuando estamos estresados, no sonreímos tanto, aunque todo el mundo nos sonría. Supongo que eso nos lo podíamos imaginar, pero los investigadores lo demuestran de manera cuantitativa y fehaciente poniendo a los sujetos de estudio en una situación de estrés, y muestran que hay una gran correlación de falta de respuesta imitativa con la cantidad de cortisol en sangre, una hormona producida por las glándulas suprarrenales en respuesta a la percepción de estrés. Como ejemplo, cuando estamos en una reunión con gente totalmente desconocida, generalmente, nos sentimos estresados. Es muy probable que por este estrés, nos cueste mucho sonreír delante de desconocidos. En cambio, curiosamente, no nos pasa lo mismo con otros gestos, como arrugar la frente (cuándo estamos preocupados). De hecho, yo reconozco que si me sonríen, sonrío en respuesta, pero si me fruncen el ceño, no lo imito, sino que intento evitar a aquella persona. De nuevo, lenguaje no verbal.

Los humanos nos miramos mucho la cara los unos a los otros y sabemos percibir cambios de expresión facial muy sutiles que nos transmiten mensajes no verbales. Entre algunas de las expresiones que mejor sabemos reconocer, con más alta fiabilidad, es la señal de malestar o de enfermedad. Hace dos años, un experimento cogió mucho vuelo cuando se preguntó a diferentes personas que identificaran, de entre dos fotografías casi idénticas, qué persona había sido inyectada con unos componentes inocuos, pero que durante unas horas provocaban una elevada respuesta del sistema inmunitario, como si estuviera enferma. Mirad vosotros mismos las fotos y decid cuál os da la sensación de que es una persona enferma. E intentad averiguar el porqué de vuestra elección.

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Extracto de Axelson et al. Proc. R. Soy. B (2018) doi: 10.1098/rspb.2017.2430

En este artículo que os refiero, demuestran que a la gente nos fijamos en pequeños detalles diferenciales: la palidez de los labios, una leve inclinación de los ojos y la boca, un tono de la piel no uniforme y un poco más gris, quizás las ojeras debajo de los ojos, todo influye al transmitirnos una información subliminal. Pero fijaos en que eso tanto nos podría indicar enfermedad, como que carece de horas de sueño, como tristeza... sea como sea, nos gusta y atrae más la foto de la derecha que la de la izquierda, ¿quizás porque intentamos evitar, inconscientemente, la enfermedad y el malestar que comporta?

 

Como veis, nuestro cerebro es capaz de procesar e interpretar una gran cantidad de información subliminal contextual y de lenguaje no verbal, más allá de la expresión oral, que nos ayuda a una mejor comunicación.