El día 8 de marzo es el Día de las Mujeres Trabajadoras. En este día, que afecta al 50% de la sociedad, la noticia abrirá los telediarios y los programas de radio. Y ojalá sea la noticia del día, porque pocas veces las mujeres tenemos efemérides significadas. Una de las grandes reclamaciones es que, por igual trabajo, el sueldo de hombres y mujeres sea equivalente. Otra gran reclamación es que las mujeres puedan acceder a puestos de liderazgo, ya que el porcentaje es muy bajo.

Tengo que admitir que hoy os hablaré de efemérides, ¡pero no os canséis de leerme tan rápido, porque tengo un mensaje importante para explicaros! Hace muy poco, el día 11 de febrero, el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, se hicieron también muchos actos de reconocimiento y de difusión, sobre todo en las universidades y centros de investigación. Es lógico, son las instituciones en las que hay más mujeres científicas que se sienten interpeladas por el día que se les dedica, y que quieren reivindicar su presencia. Una presencia que es esencial, ya que hoy en día no se pueden entender los avances científicos sin las mujeres. Pensad que en algunos ámbitos superan al 50% de los estudiantes universitarios e investigadores predoctorales. En muchas mesas redondas del 11-F se discutió la relevancia de la investigación científica llevada a cabo por las mujeres, a la vez que se lamentaba que hay pocas mujeres científicas en posiciones fijas o de liderazgo de grupos. En estas mesas siempre se invita a mujeres significadas que han triunfado y explican cómo han salido adelante, pero también hay que decir que, aquel día, las grandes olvidadas son todas las científicas que han saltado del barco, todas aquellas que empezaron la carrera científica y, por varias razones, entre los 30 y los 45 años han dejado la investigación científica y se dedican a otras tareas, muchas veces en segunda línea. La mayoría porque han priorizado tener hijos y cuidarlos, o cuidar de los padres, o dejar el estrés que causa la extrema competitividad del mundo científico. Estas mujeres no están invitadas a las mesas redondas ni tienen voz. A vosotras, las que habéis sido mis compañeras científicas, pero habéis escogido otro camino, os quiero hacer hoy un pequeño homenaje, ni que sea de paso.

Nos llenamos la boca con que tenemos que promocionar las vocaciones científicas entre las mujeres, y exhortamos a las niñas y chicas a estudiar carreras universitarias STEAM (ciencia, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas), pero yo, que ya tengo una edad y una cierta experiencia, pienso que esta no es la solución, o mejor dicho, no es la única solución. El problema real que tenemos no son la falta de vocaciones, sino mantener a las chicas/mujeres en el camino científico (o artístico) que han escogido. El cuello de botella es el mismo, y da lo mismo si llegan 1.000 que 10.000, finalmente acabarán quedándose 100, en el mejor de los casos. El goteo de mujeres que deja la ciencia es continuo. Me alucina oír a mis compañeros (curiosamente, hombres la mayoría) que exclaman que quieren promocionar la presencia de las mujeres en ciencia y proponen planes específicos para atraer vocaciones, para después, cuando llegan a una cierta edad, no implementar planes específicos para retenerlas. Atraer vocaciones para no mantenerlas nunca mejorará el porcentaje de mujeres líderes en ciencia. De hecho, actualmente está claramente bajando, y hay menos mujeres en posiciones de responsabilidad con respecto al porcentaje de mujeres inicial de hace unos años. Si cambiáis el término "ciencia" por "empresa", estoy segura de que pasa lo mismo, y las mujeres del mundo empresarial que me leéis, haréis que sí con la cabeza. ¡Es todo un oxímoron!

Nos queda mucho trabajo por hacer, y lo principal es cambiar los parámetros y criterios de evaluación y consecución de una posición de trabajo, y cambiar también la autopercepción que las mujeres tenemos de nuestras capacidades

Hace tiempo que digo que sólo podremos cambiar esta situación si cambiamos los baremos y criterios por los cuales se adjudican puestos de trabajo y cargos¡Los criterios para otorgar trabajos de responsabilidad están sesgados, señores y señoras (y todo el mundo que me lea)! Incluso cuando se quieren utilizar criterios objetivos, estos favorecen a un sector de la población concreto, el masculino. Hablo de grandes números, es decir, no hablo de casos personales, sino del conjunto. Para poneros un ejemplo que todo el mundo entenderá, imaginad que yo tengo una posición de profesor en la universidad y digo que haré un concurso: obtendrá la posición aquella persona (fijaos en que no indico ni sexo ni género) que demuestre tener más capacidades, entendiendo como capacidades quien corra más rápido, tenga más fuerza y sea más alto... Pues ya veis que ganarán mayoritariamente personas de un sexo concreto. Evidentemente que los criterios no son estos, pero están igualmente sesgados. Para poner algún ejemplo más específico, evaluamos las solicitudes por criterios como la originalidad en los proyectos, o la exposición subjetiva de los méritos personales, pero hay que considerar que esta autopercepción de la valía es la que acaba transmitiéndose subliminalmente al jurado o la persona que entrevista. Eso es autopromoción, y la mayoría de los hombres (no todos, pero la gran mayoría) ―seguramente por su competitividad, muy relacionada con las hormonas― son los reyes de la autopromoción.

Y a esta conclusión no llego yo por las sensaciones que tengo de mi experiencia (sería una percepción subjetiva), sino que es la conclusión abrumadora de un artículo científico recién publicado, después de realizar un cuestionario en línea de autoevaluación de competencias sobre 4.000 personas, hombres y mujeres. Para empezar, los hombres tienden a ser más generales, diciendo cosas como "soy muy bueno en matemáticas" o "soy proficiente en muchos lenguajes de programación" en lugar de entrar en detalles, cosa que suelen hacer las mujeres, que dicen "sé solucionar problemas de ecuaciones" o "sé programar R". Pues bien, en este artículo, se pasa un cuestionario en un proceso de selección de trabajo, en el que los participantes tienen que resolver unos problemas, y después tienen que autoevaluarse la prueba. ¿Adivináis qué sucede? Pues que los hombres se autoevalúan mejor en todas las tareas de matemáticas y ciencias (hasta 13 puntos más, contando de 0 a 100), comparados con las mujeres que obtienen los mismos resultados. Y evidentemente, también tienen más éxito en la consecución del trabajo (mirad los gráficos que os adjunto). Si a los participantes se les da un patrón de corrección muy concreto, la diferencia disminuye, pero sigue manteniéndose significativa a favor de cómo se autoevalúan los hombres. Si los mismos cuestionarios no tienen el objetivo de conseguir un trabajo, entonces bajan por igual las autoevaluaciones en hombres y mujeres (por lo tanto, sigue ganando la autopromoción masculina). Curiosamente (o no tanto), no es una cuestión de no saber evaluar, ya que este efecto de incremento en la valoración no se detecta cuando los hombres corrigen los cuestionarios de otras personas.

Exley y Kessler (The Quarterly Journal of Economics 2022

Figura extraída del artículo de Exley y Kessler (The Quarterly Journal of Economics 2022, doi:10.1093/qje/qjac003), mostrando el efecto diferencial (CDF, cumulative distribution function) de la autopercepción de capacidades y autopromoción entre hombres y mujeres.

Para averiguar desde cuándo empieza esta actitud diferencial, se hizo un experimento con 10.000 niños/niñas (12 años) y adolescentes. Y el patrón de autopromoción en la autoevaluación ya es claramente detectable en los niños y niñas más jóvenes, lo cual quiere decir que esta actitud empieza a implementarse muy pronto en nuestra vida. Los autores también hacen cuestionarios de suficiencia lingüística, y aquí no encuentran tantas diferencias como en las pruebas de ciencias. Claramente, hay que profundizar más en estos análisis, pero lo que demuestran es que la mayoría de las mujeres no sabemos, o no nos atrevemos, autopromocionarnos. Podéis extraer vosotros mismos las conclusiones sobre lo que eso implica en las solicitudes de trabajos y de promociones, o de concesiones de proyectos competitivos. Nos queda mucho trabajo por hacer, y lo principal es cambiar los parámetros y criterios de evaluación y consecución de una posición de trabajo, y cambiar también la autopercepción que las mujeres tenemos de nuestras capacidades. Quizás no cambiaremos la actitud de autobombo masculina, pero podremos competir en igualdad de condiciones.

Si me permitís, mi mensaje para este 8-M es: ¡chicas, primero de todo, querámonos y autovalorémonos! Así haremos que el cambio de la percepción que la sociedad hacia nuestras capacidades sea posible.