Una de las muchas imágenes de Islandia que recuerdo con una emoción especial fue la visita al glaciar Jökulsárlón. Si te llevan en lancha de excursión por el lago de deshielo, vas encontrando los pequeños icebergs arrancados que flotan sobre el agua calma que, con suerte, están ocupados por una pequeña colonia de focas, hasta que llegas a la pared vertical imponente donde la lengua del glaciar llega hasta el agua. Siempre había pensado que el hielo era incoloro o blanco, hasta que ves el hielo antiguo, que hace años que está apretado y comprimido, que brilla con tonalidades azules, desde el azul cielo hasta el turquesa intenso. Sorprendente. Pero todavía te sorprendías más con las vetas negras y grises que eran frecuentes dentro del hielo y en los bloques que flotaban. "Son nuestra historia", me dijeron los guías, "las cenizas volcánicas de cada erupción se depositan sobre la nieve y el hielo, y al quedar cubiertas por más nieve y hielo quedan guardadas en su seno, mudo testigo de lo que pasó". Un relato bonito y que al mismo tiempo nos abre los ojos a una realidad que otros compañeros científicos estudian: nuestro entorno natural lleva la cuenta de las actividades que suceden en el mundo y puede guardar el recuerdo si se "graba" sobre un sustrato que queda protegido y nos hace de hoja de papel donde se explica la historia si se sabe leer.

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Foto del glaciar Jökulsárlón, donde se ven las vetas de las cenizas volcánicas

Hay muchos otros lugares del mundo donde mirar lo que nos explican los hielos eternos o, cuando menos, perdurables. Uno de los lugares donde se ha hecho un estudio de prospección más esmerado es en Groenlandia. Allí se obtienen cilindros de hielo de unos 10 cm de diámetro que atraviesan metros de profundidad, capas y capas de hielo, cada año representado en unos milímetros, siglos tras siglos. Si este cilindro de hielo ahora se corta en círculos paralelos, estrictamente ordenados del de más arriba al de más abajo, tenemos una historia de los hielos y, por lo tanto, una historia de nuestro mundo donde no sólo podemos encontrar los restos de erupciones, sino también de la acción humana. Desde la edad de bronce hasta la actualidad, el hombre, con sus industrias mineras, metalúrgicas y de transformación ha soltado a la atmósfera millones y millones de partículas de componentes y metales pesados. Estas partículas circulan por la atmósfera y se distribuyen hasta que con las precipitaciones de agua o nieve caen al suelo, donde quedan atrapadas en la nieve congelada. Estudiando de forma seriada y ordenada cada rebanada de hielo y utilizando un espectrómetro de masas para separar e identificar compuestos y metales, tenemos un informe detallado de las actividades humanas a través del tiempo.

Así, por ejemplo, el año 2008, unos científicos americanos analizaron en los hielos de Groenlandia los restos de la industria basada en el carbón, haciendo un seguimiento anual desde los hielos del 1772 al 2003 y midiendo las concentraciones de elementos químicos como el talio, cadmio y plomo. Curiosamente encontraron que las empresas de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX contaminaron hasta 5 veces más la atmósfera y los hielos del Ártico (probablemente por la falta de filtros o de cualquier tipo de control de la contaminación en los altos hornos), que durante la segunda mitad del siglo XX.

Se puede establecer una cronología casi perfecta de la historia de los imperios y civilizaciones en el Mediterráneo, de las guerras y de las epidemias, de las épocas de expansión y de las de paz

Pues bien, esta semana justamente, se acaba de publicar un excelente trabajo de análisis de estos hielos árticos en que el análisis ha llegado hasta lonjas de hielo fechadas desde 1.800 años a.C. hasta 800 años de nuestra era. Mirando la concentración de metales pesados depositados en estos hielos, con cada medida representando aproximadamente dos años, se puede establecer una cronología casi perfecta de la historia de los imperios y civilizaciones en el Mediterráneo, de las guerras y de las epidemias, de las épocas de expansión y de las de paz, todo basado en las partículas microscópicas de plomo depositado.

¿Y cómo puede ser eso? Porque las civilizaciones humanas necesitan metales en su vida diaria, para hacer armas, pero también para hacer monedas. En las minas la plata se presenta mezclada con el plomo, por lo cual, las menas tienen que fundirse a altas temperaturas y la plata se acaba separando por un proceso de refinación denominado copelación (liberando humo espeso y con partículas de plomo). La plata fue el componente principal de las monedas de la antigüedad, sobre todo del denario romano, sobre el cual se sustentaron los pagos generados por el comercio del Imperio de Roma. Cuantos más territorios ocupados, más comercio y más sueldos a pagar, más denarios y, por lo tanto, más minas tenían que ser explotadas y más plata en circulación. En cambio, en épocas de recesión, se tenía que producir menos. Así que mirando la proporción de plomo en los hielos árticos recontamos la historia antigua. El detalle de análisis es tan fino, que mirando la composición isotópica se puede averiguar si las menas de plomo con plata venían de Iberia (las minas de la zona de Riotinto ya eran conocidas y explotadas por los romanos), de la Galia o de Alemania.

Se encuentran las primeras emisiones de plomo importantes con la expansión de los fenicios en el Mediterráneo (1000 años a.C.), se aceleran con el crecimiento de los imperios cartagineses y romanos (que explotaron las minas ibéricas), pero reflejan también fielmente las guerras largas, por ejemplo, decae con la primera y después con la segunda guerra púnica. Tiene un repunte importante en la época en que Julio César hizo la campaña contra los lusitanos, baja en las campañas dentro de Hispania y vuelve a despuntar con Octavio, y así sucesivamente va siguiendo la historia de la obtención masiva de plata. Durante los primeros siglos de nuestra era, sufrió dos bajadas muy grandes, por dos epidemias que diezmaron la población del Imperio Romano. Ya en la nuestra ocurrieron en menos de una centuria la Peste antonina (segundo siglo) y la Peste de Graciano (tercer siglo), que llegaron desde las guerras del Medio Oriente y se extendieron como un rayo. Duraron cerca de unos 15 años y mataron a unos cinco millones de personas cada una. Por las descripciones de Galeno y de otros médicos e historiadores de la época se infiere hoy día que se trataba de viruela o sarampión (muy probablemente de la primera). Una verdadera desgracia humana, que ya empezó a suponer una bajada en el uso de la plata y la entrada a la edad media, con una bajada de la contaminación por plomo.

¡Parece todo tan increíble! Nunca habría pensado que los hielos son nuestra sonda al pasado, que analizar los hielos sería como mirar por el ojo de la cerradura del tiempo, con un nivel de precisión inimaginable, ¡y lo que todavía nos queda por descubrir!