Esta es una de las preguntas que más frecuentemente hago en casa cuando llega la noche, antes de hacer la cena. Como muchos de vosotros, me preocupa un poco lo que comemos, e intento compensar lo que se ha comido fuera de casa con alguna comida que contenga nutrientes que considero que son necesarios. Habitualmente, tengo que admitir que acabo haciendo verdura, caldo, pescado o algún tipo de ensalada. A los humanos nos gusta comer bien, en cantidad, pero también nos preocupa la calidad. De hecho, los deportistas de élite tienen nutricionistas especializados para sus requerimientos nutricionales, y yo soy de la opinión de que haría falta que todas las familias tengan un mínimo conocimiento nutricional. Una buena dieta es esencial. Seguramente los humanos han ido adquiriendo este conocimiento por ensayo y error, mirando qué es lo que nos sienta bien y permite hacer nuestras tareas sin desfallecer o, en cambio, nos empacha, nos marea o, directamente, nos intoxica. Y este "saber" se transmite generación tras generación. Y no se adquiere de un día para el otro. Todos somos conscientes de que hay comidas que nos sientan bien al estómago, y muchas veces parece que nuestro cuerpo nos pide platos concretos o, incluso en algunas ocasiones, hacer ayuno.

Pues bien, este conocimiento de intentar comer de acuerdo con lo que necesitamos ya debía existir hace miles de años. Esta semana se ha publicado en Current Biology un artículo donde se explicita el contenido del tracto digestivo de "el Hombre del Hielo", una momia de hace unos 5.300 años, encontrada dentro de un glaciar en el Tirol, que murió porque le clavaron una flecha y se dio un golpe en la cabeza. Al caer a la grieta de un glaciar, quedó protegido de la descomposición por el hielo y la nieve que se acumularon. Aquí tenemos, bajo análisis, un representante de la edad de cobre en Europa, entre la transición del paleolítico (humanos cazadores y recolectores) al neolítico (en el que los humanos aprendieron técnicas agrícolas y ganaderas). No hay que proponer hipótesis ni teorías, las técnicas actuales, con una combinación de microscopia para identificar los componentes del bolo alimenticio en el estómago (donde todavía no está digerido) y de espectrometría de masas (que permite identificar las moléculas por su masa y otras características) permiten detectar los componentes del contenido intestinal. El resultado puede parecer sorprendente, porque contiene un porcentaje de grasa muy alto, de cerca del 50% de todo el contenido alimenticio, con presencia de proteínas y de glúcidos (carbohidratos). Pero esta composición demuestra que la dieta estaba correctamente adaptada a la cantidad de energía necesaria para un humano que vive a más de 3.000 metros, con gasto energético muy elevado, con el fin de mantener la temperatura corporal y hacer mucho ejercicio físico (por ejemplo, subir montañas y correr si hace falta).

El análisis del contenido estomacal e intestinal de Ötzi, el Hombre de Hielo, nos permite, además, responder otras preguntas. ¿Qué tipo de alimentos comían los humanos de esa época? Los análisis actuales, por microscopia, demuestran la existencia de fibras musculares de corazón o músculo de animales, así como también granos de cereales, es decir, nuestro Hombre de Hielo era omnívoro, como lo somos nosotros. No se han podido detectar restos de ácido fitánico, por lo cual probablemente no comía lácteos. En cambio, sí que han encontrado restos de hojas y esporas de helechos que pueden ser tóxicas y causar anemia si se come demasiado. Lo que se cree es que estas hojas de helecho podrían servir para envolver otra comida, de forma que quedara protegida dentro del zurrón y, por lo tanto, los restos que se detectan podrían ser accidentales. Con respecto a la identificación de los animales o de los cereales, tenemos que recurrir a los resultados, por una parte, de secuenciación masiva que ha permitido identificar el ADN mitocondrial de especies animales y vegetales concretas, y del otro lado, la corroboración con espectrometría de masas, que puede identificar fragmentos pequeños de las proteínas (denominados péptidos) y también lípidos (grasas), con mucha precisión. La comparación del peso molecular de los pequeños péptidos con el banco de datos de todas las proteínas que se conocen actualmente ha permitido identificar irrefutablemente restos de cabra de montaña (ibis) y ciervo rojo, con menor proporción. Con respecto a los cereales, casi todas las proteínas que han identificado indican que se trata de granos de espelta pequeña y centeno.

momia museu arqueología tirol sur m samanelli

Foto cedida por el Museo de Arqueología de Tirol Sud (M. Samanelli, publicada en News at a Glance, Science 361:112-114, 2018)

También se han encontrado restos de carbonilla en su intestino, pero lo cierto es que el buen estado de las fibras musculares de los animales que comió demuestra que no fueron cocinadas al fuego, sino que seguramente estos restos de carbón son los que se producen cuando la carne se hace ahumada para que perdure. Así que nuestro Hombre del Hielo no comió haciendo una hoguera, sino que comió carne ahumada, una de las maneras que hemos aprendido para conservar la comida, por lo que se ve ya conocida hace miles de años. Y para los escépticos, hay que remarcar que sólo se han obtenido estos resultados de forma consistente cuando se han analizado hasta 11 muestras diferentes de todo el trato estomacal e intestinal, pero en cambio, no ha dado ningún resultado positivo el análisis de muestras del músculo de la momia, demostrando que los resultados son fiables, y no son resultado de una contaminación ajena a posteriori.

Hay que decir que esta momia ha dado muchísima más información que la que os acabo de explicar, por ejemplo, se obtuvo y secuenció el genoma entero de una bacteria que nos causa úlcera de estómago, la Helicobacter pilori. Es decir, hace 5.000 años, los humanos también tenían gastritis y úlceras de estómago. También saben que este humano estaba infectado de Borrelia y sufría la enfermedad de Lyme, probablemente causada por la picadura de garrapatas que tienen como huéspedes habituales los ciervos salvajes. Todas estas identificaciones se pueden hacer mediante técnicas de secuenciación masiva. ¿Quién le tenía que decir a este humano que, más de 5.000 años después despertaría nuestra curiosidad, y ahora podemos averiguar secretos (o no tan secretos) de su existencia? Por ejemplo, que su ADN demuestra que está emparentado con los humanos del mar Tirreno, que muy probablemente tenía los ojos marrones, tenía el grupo sanguíneo O, y que no podía beber leche porque era intolerante a la lactosa. También sabemos que tenía variantes genéticas que lo predisponían a sufrir aterosclerosis (una obstrucción de las vías circulatorias, normalmente por exceso de colesterol y otras grasas). Si eso lo ligamos con el hecho de que gran parte de su alimentación era muy rica en grasas, podríamos predecir que seguramente sufriría problemas cardiovasculares... ¡y no os lo creeréis, los sufría! Eso se sabe porque se han analizado las calcificaciones y la morfología estructural de sus arterias...

Así que ya veis cómo se puede hacer un análisis super-detallado de momias tan antiguas que no sabemos ni su nombre, pero que nos abren una ventana al pasado, que también es el nuestro... Pensadlo la próxima vez que vayáis a comer, o a cenar.