Acabamos el mes de julio y se respira un cierto ambiente de vacaciones. El aire cálido invita a relajarse y descansar de la vorágine del día a día durante el curso. Dentro de la lista de lugares que me gustaría visitar algún día, estando de vacaciones, está Yosemite o Yellowstone, espectaculares parques naturales de los Estados Unidos. Quizás es porque cuando era pequeña había unos dibujos animados en que las historias de los osos Yogui y Bubu pasaban en el imaginario parque natural de Jellystone. Yogui y Bubu siempre tenían hambre (ciertamente, los osos son animales de gran volumen y necesitan comer bastante cantidad de alimento, pero pueden resistir también periodos largos de ayuno). En todo caso, la escena típica de estos dibujos era cómo los osos se las ingeniaban para coger la comida a los turistas del parque cuando hacían picnic. Cuando los visitantes del parque estaban distraídos, se veía un brazo peludo y pardusco saliendo de un matorral que pillaba las cestas con comida, puestas sobre los típicos manteles a cuadros encima de la hierba. O abrían las neveras y cogían lo que encontraban. Lo que salía en dibujos animados no es nada más que un reflejo de una acción que sucede en la naturaleza. Los osos son animales muy inteligentes, tienen memoria y un olfato muy fino. Detectan los olores de comida a distancia y, si están hambrientos, no dudan en llevarse la comida que encuentran.

En este caso, somos los humanos los que invadimos su hábitat natural, pero la acción antropogénica de los humanos y los nuevos hábitats urbanos cambian la accesibilidad a los recursos de comida de muchos animales. En general, destruimos sus hábitats naturales, pero también podemos generar ventanas de oportunidad que diferentes especies pueden usar. Por ejemplo, en la basura que generamos, hay mucha comida que es todavía aprovechable. Muchos de nosotros separamos los residuos orgánicos compostables, donde hay restos vegetales, de pan y todo tipo de comida. Los jabalíes son algunos de estos animales que viven cerca de los ambientes urbanos y que han aprendido que en los contenedores hay comida fácil de obtener. Todos los que vamos a pasear por Collserola, o por cualquier bosque cerca de una urbanización, por ejemplo, sabemos que los jabalíes han aprendido a tumbar los contenedores. No es un hito trivial, pero ellos saben dónde tienen que dar golpes para tumbarlo. Una vez al suelo, es cuestión de abrir la tapa y arrastrar las bolsas de basura hacia fuera y así dedicarse tranquilamente a comer los comestibles que haya. No tienen muchos miramientos.

No son los únicos animales de nuestro entorno que han aprendido que los humanos tiramos comida. Gatos de calle y ratas también huelen la comida y tratan de aprovechar lo bueno. Pues bien, como se acaba de publicar en la revista Science, dentro del grupo de animales que aprovechan esta oportunidad generada por los mismos humanos y han aprendido a abrir las tapas de los contenedores de basura, se tiene que añadir las cacatúas galerita (Cacatua galerita), que viven en diferentes suburbios de la ciudad de Sydney. Hace unos tres años, hacia el 2018, los vecinos de tres barrios de Sydney empezaron a ver estas cacatúas que, con mucha destreza, eran capaces de levantar las tapas de los contenedores con el fin de tener acceso a las bolsas interiores. El año 2020 no eran solo tres barrios, ya eran 44. Un grupo de investigadores pensaron que sería interesante estudiar cómo habían aprendido a abrir los contenedores. Quizás nos parece una cuestión poco relevante, pero pensad, un pájaro no tiene brazos, sólo pico y patas, por lo tanto, levantar una tapadera que es bastante mayor que la cacatúa no tenía que ser un hito sencillo y pide mucha destreza.

¿Cómo lo hacían? Y todavía más importante, ¿cómo es que al inicio había pocos sitios donde se veía esta acción, pero ahora el número de barrios donde eso pasa es cada vez mayor? La respuesta es que las cacatúas pueden aprender unas de las otras. Basta que una salga adelante para que lo vuelva a repetir, ya que la comida que encuentra es una buena recompensa. Las otras ven que la que lo consigue tiene comida fácil, por lo tanto, se quedan por los alrededores y miran cómo lo hace. Aprenden por imitación, y así se ha ido extendiendo por los diferentes barrios. Aquí os pongo uno de los vídeos donde veréis la maña que tienen y es que salen adelante con mucha gracia porque, no os lo perdáis, incluso han aprendido que los humanos tenemos un código de colores para los contenedores. Por eso, saben que la comida se encuentra en los contenedores de tapa roja (en los que, en Australia, tiran el resto que contiene sobras de todo tipo, también de comida), y ni se miran los contenedores amarillos que hay al lado, que son los que contienen el material para reciclar. ¡No me diréis que estas cacatúas no os recuerdan al oso Yogui!

Los científicos han recurrido a la ciencia ciudadana para poder recoger más datos. Más de 1.300 personas de la calle han participado en la observación de esta nueva costumbre de estas aves, recogiendo cerca de 1.400 informes con datos científicos que se pueden analizar después. Los investigadores han hecho 160 vídeos directos y, de esta manera, han conseguido determinar que el estilo, es decir, la estrategia y los movimientos que hacen las cacatúas para hacer esta acción compleja, abrir la tapa de un contenedor, es diferente según el barrio. Han dividido las acciones necesarias en cómo levantar la tapa inicialmente, cómo la aguantan, cómo la van abriendo con cuidado y cómo acaban abriendo la tapa. Han descubierto que como mínimo se han ingeniado tres maneras diferentes, que se han enseñado de forma independiente, ya que en cada barrio, las cacatúas han aprendido entre ellas, pero entre barrios lejanos no ha habido intercambio. De hecho, el 93% de las veces que una cacatúa abre un contenedor, hay más cacatúas alrededor, observándola y aprendiendo. Estamos hablando de que las cacatúas han hecho escuela de aprendizaje, y se transmiten un conocimiento que genera un comportamiento no innato y que les permite, en este caso, obtener comida. También estamos diciendo que este aprendizaje es nuevo, porque este cambio ecológico ha sido generado inintencionadamente por los humanos, que somos quienes tiramos la basura en contenedores específicos. Y este aprendizaje se ha extendido en menos de tres años, pasando de unos pocos barrios a muchos más.

Así, pues, los humanos estamos cambiando las condiciones y hábitats de los animales que comparten nuestro espacio, pero estos aprenden a adaptarse y son capaces de transmitir este nuevo conocimiento, determinando un tipo de comportamiento concreto. Por lo tanto, no somos los únicos animales que aprendemos e innovamos. No somos la única especie animal capaz de enseñar, aprender y transmitir cultura.