Los profesores de universidad tenemos un conjunto de tareas que se supone que tenemos que desarrollar de serie, como las de docencia dentro de los estudios universitarios y la investigación dentro de un campo del conocimiento, en mi campo, la genética. Independientemente que hagamos estas tareas con mayor o menor dedicación y éxito, además, se nos pide que seamos emprendedores, transfiramos conocimiento y divulgemos ciencia a la sociedad, todo eso a coste cero. Sea como sea, no podemos ser buenos en todo –como no lo es nadie– pero siempre podemos hacer un buen trabajo en aquellas tareas que nos gustan más o que, visto nuestro talante y aptitudes naturales, con un poco de esfuerzo y algo de suerte nos salen lo suficiente bien. Así, he llegado al artículo 101 en elnacional.cat, una cifra que empieza a ser importante y que quería compartir con vosotros, pues es gracias al hecho de que me leéis que hemos llegado aquí.

Una de las tareas que me gusta hacer cuando puedo, es acercar la ciencia al resto de la sociedad. En particular, me gusta hablar y divulgar a los jóvenes porque pienso que son nuestro futuro. Muchas veces me encuentro con estudiantes que todavía no saben qué harán en su vida, y cuando les miro a los ojos, me veo reflejada tal como éramos muchos de nosotros cuando teníamos 12 o 13 años, un poco desconcertados, pero llenos de entusiasmo e intensidad ante todas aquellas cosas que los atraen. Pues ahora, proyectaos en el día de hoy, mirad a los jóvenes y adolescentes, vuestros hijos, los hijos de los vecinos o vuestros estudiantes; pasad por encima de su ademán y actitud displicente... ¿Os imagináis que pudiéramos dedicar toda esta intensidad y creatividad ocultas a problemas de investigación, sean científicos o humanísticos? ¿Qué potencial no tendríamos como sociedad? Evidentemente, no hablo de imposición, sino de hacerlo suficientemente atractivo...

Por eso, cuando me proponen participar como jurado en ferias de investigación joven, exposiciones de trabajos científicos de alumnos de secundaria, siempre que puedo me apunto. Y así lo hice hace poco, para la XX Exporecerca Joven que se celebró conjuntamente con el YoMo (Youth Mobile Festival, organizado por el Mobile World Congress). Allí fui, con mi carpeta y un mapa de los stands, para ir a preguntar a los alumnos (entre 12 y 18 años, seleccionados de todas partes de España en mi caso) qué trabajos de investigación habían ejecutado, cómo habían planteado una hipótesis y cómo habían empleado muchas horas de ocio para hacer un experimento científico... No os podéis imaginar la satisfacción con que la gente joven, cuando ve a un adulto interesado, explica los experimentos que ha hecho. De verdad que les salen chiribitas en los ojos cuando preguntas, se animan con las respuestas, son inventivos y asertivos. Quizás os preguntáis qué trabajos pueden exponer estudiantes tan jóvenes... os puedo decir que muy diversos, desde los que estudian la distribución de tamaños de coquinas (unos moluscos bivalvos) en la playa con bajamar y pleamar, a los que tratan de generar un plástico biodegradable a partir del almidón de patata, de la yuca o el plátano; de si una patata puede generar luz, a averiguar si los caramelos pueden tener propiedades antibióticas. No vi todos los trabajos, pero de los que me tocó juzgar y evaluar, os tengo que decir que el que me robó el corazón fue un proyecto de un grupo de alumnos de bachillerato entusiastas, despiertos y motivados (Proxecto Rebinxe) que me expusieron el proyecto de estudio y protección de la biodiversidad en el Concello de Mondoñedo, en Lugo, un sitio rural donde los alumnos de la clase (no llegan a la docena) hace más de un año que estudian los hábitos de las aves nocturnas y murciélagos de sus bosques, y este año, además, han añadido la observación de manadas de lobos. Increíble el nivel de detalle de los estudios, de la recogida de datos, de las explicaciones a la gente de cada uno de los pueblos de los alrededores para que protejan a los animales... Me los imagino los fines de semana, reuniéndose juntos para mirar las imágenes capturadas por las cámaras colocadas en el bosque, editando los vídeos, disecando las egagrópilas (las bolas de pelo y desperdicios de los animalitos ingeridos que las aves regurgitan porque no son digeribles)... En fin, un trabajo de investigación excelente y defensa de la biodiversidad para el cual muy pocos científicos tienen recursos, gente, ganas y energía para hacerlo. ¡Menos mal que han ganado el primer premio en su categoría!

Y aquí quería llegar yo, con el gran poder que tenemos en la sociedad para hacer crecer y progresar rápidamente la ciencia. Justo esta semana ha aparecido un comentario en Nature sobre un proyecto magnífico que han llevado a cabo 25.000 escolares en Dinamarca. En este proyecto, iniciado el otoño pasado, pidieron que los alumnos obtuvieran muestras de plantas de sus alrededores (hasta 11.000 han recogido) y las analizaran microbiológicamente en las escuelas para aislar las bacterias tipos lactobacilos. Los humanos conocemos y apreciamos las propiedades de algunas cepas de estas bacterias en actividades biotecnológicas, ya que además de intervenir en la fermentación de yogures y quesos, también se utilizan en la conservación de embutidos y otros alimentos. Pues bien, una empresa de Dinamarca se propuso obtener nuevas especies, hasta ahora desconocidas, de este grupo de bacterias. Los investigadores idearon un experimento en masa, implicando a las escuelas y los niños; proporcionaron a las escuelas los medios para hacer los primeros cultivos microbiológicos y las primeras pruebas de clasificación, y todas aquellas muestras que eran del grupo de los lactobacilos, eran enviadas a la empresa, que las aisló y secuenció. La gran sorpresa ha sido que se han descubierto 10 especies nuevas en tres meses, cuando todos los investigadores descubren en el mejor de los casos, una nueva al año. Este proyecto ha acercado la ciencia a los escolares daneses, ha proporcionado "fuerza de trabajo" para obtener estas cepas nuevas, con potencialidades biotecnológicas por descubrir. A cambio, la empresa ha publicado las especies y ha generado un repositorio de datos público para que cualquier grupo de investigación o empresa del mundo pueda investigar estas especies. Ahora, todavía están inmersos en la actividad de designarlas con nombres científicos... ¿quizás les pondrán el nombre de la escuela o de la niña o niño que la aisló por primera vez?

Este es el efecto de la llamada ciencia ciudadana y, por suerte, parece que hay un interés muy grande por parte de los agentes sociales al implicar a la sociedad en la ciencia que a todos nos interesa. Podéis encontrar páginas web próximas que os informan de proyectos que se están desarrollando, tanto en la UB como en la ciudad de Barcelona, desde analizar la calidad del agua de los ríos observando los animalitos que encontréis, a detectar ejemplares de mosquito tigre... Pero hoy quería hacer énfasis en esta ciencia desarrollada por gente muy joven. Quizás pensamos que los niños y la juventud no tienen la formación ni los conocimientos, pero si son adecuadamente guiados, preparados y aconsejados, pueden llegar muy lejos. Y con esta idea me quedo, que hace falta ayudar y promover vocaciones científicas entre los jóvenes, darles los medios y el apoyo, dejarles que puedan desarrollar y crear. Somos una comunidad, entre todos podemos crecer más.

Y quizás entonces, algún día, algunos de estos nuevos científicos también divulgarán. Y quizás, también esta tarea de "diseminación" (de siembra, de interés por la ciencia) tendrá un premio especial, como el que justo he recibido este año del Claustro de doctores y el consejo social de la UB, junto con el compañero David Bueno. Gracias por este premio que debo, en gran medida, a vosotros, mis lectores.