Durante la Primera Guerra Mundial, el primer ministro británico Lloyd George le confesó a un periodista del Manchester Guardian: "Si la gente supiera cómo es realmente la vida en las trincheras, la guerra se acabaría mañana mismo." En un clima menos dramático, un dirigente de Convergència, me dijo un día: "Si la gente supiera cómo se hace la política, incendiaria el Parlamento".

- ¿El Parlament de Catalunya?

- Los parlamentos de toda Europa.

Para que un país funcione los diarios deben mantener una cierta complicidad con el poder. La independencia de la prensa sólo puede expresarse heroicamente en aspectos secundarios. Como dice un refrán, el periodismo consiste en separar el grano de la paja: así se puede publicar la paja y traficar con el grano. O como decía George Orwell: como el periodismo consiste en publicar verdades que pueden hacer daño, los diarios se dedican sobre todo a las relaciones públicas.

Un asunto que es objeto de grandes relaciones públicas en nuestros diarios es el conflicto entre Catalunya y España. Lo pensaba el domingo leyendo la prensa. La Vanguardia llevaba un artículo de Jordi Amat titulado "El triunfo de Gaziel" y El Periódico traía uno de Ramon Folch, más reflexivo, titulado "La anomalía catalana". El artículo del Amat aprovechaba que el president Puigdemont citó a Gaziel en el discurso de investidura para atribuir al pensamiento político del periodista un simbolismo exagerado y a mi entender extemporáneo. Respecto al artículo del señor Folch, lo resumiremos diciendo que enumeraba los hitos que nuestra cultura ha alcanzado los últimos 100 años para denunciar que la nación catalana todavía es una "anomalía" en Europa.

Los periódicos que se aferran a viejos imaginarios se hunden como transatlánticos abandonados en el océano
Cuando los leí, me pareció que los dos hacían un esfuerzo titánico para no ofender a los anunciantes españolistas. En general, escribir en los diarios consiste en cobrar para construir un ideal de ciudadano que legitime el sistema de tabúes que sustentan el poder establecido. De vez en cuando, sin embargo, los imaginarios envejecen. Los diarios se duermen en la paja y el paisaje que dibujan se convierte en un decorado de cartón piedra cada vez más despintado. Entonces los lectores buscan el calor de la verdad en relatos alternativos, como una novia mal atendida, y los diarios que insisten en aferrarse a los papeles amarillentos se hunden como transatlánticos abandonados en el océano o como un restaurante atrapado en la nostalgia de una estrella Michelin cubierta de polvo.

¿Si la Enciclopèdia Catalana se compró en uno de cada 14 hogares de los Països Catalans, si tenemos una presencia descomunal en la Wikipedia, si Bernat Metge es una colección que sólo tiene parangón en el mundo francés, si hay una desproporción evidente entre la demografía y la potencia económica del país, de verdad que es debido, como dice el señor Folch, al hecho que somos una "anomalía" europea? ¿No valdría la pena ser un poco más precisos, aunque fuera al precio de ofender a alguna vieja o a algún director de diario? Basta leer cuatro páginas de Gaziel para ver que su catalanismo es inseparable de unas fronteras militares y de una idea de la guerra extinguidas en Europa.

La anomalía es que los periódicos hagan chirriar el fantasma de la violencia cuando hablan de política autonómica
Si como dice Amat, el catalanismo de Gaziel se forjó con el dolor de la Primera Guerra Mundial, quizás habría que explicar qué responsabilidad tiene el Estado español en la vigencia de este catalanismo, en vez de reivindicarlo tanto. Así quizás Europa entendería la emergencia del independentismo corso, escocés, veneciano o flamenco. Así daríamos pistas en Bruselas sobre el origen del nacionalismo polaco o húngaro. Incluso sería fácil explicar por qué, desde 1992, Taiwán ha visto pasar del 20 al 60 por ciento a los partidarios de independizarse de China. Si Puigdemont creyó que tenía que citar a Gaziel para presentarse como un hombre "falible pero insobornable", quizás sería interesante tratar de entender por qué el presidente empieza la legislatura disculpándose.

Una anécdota: estos días Puigdemont se harta de cenar y de tomar café con gente de Barcelona. El presidente trata de tomar el pulso de la capital. Uno de los invitados le reprochó que citara a Gaziel en el discurso de investidura y el presidente lo miró con una sonrisa de complicidad, como queriendo decir: ya sé por qué lo dices, pero tranquilo que yo no soy de estos de La Vanguardia. Es un arte saber dar pescadito a las orcas. Quizás la principal anomalía catalana es que algunos diarios todavía hagan chirriar el fantasma de la violencia cuando hablan de política autonómica. Deben creer que si no fuera por la potencia psicológica de esta amenaza España sería insostenible. Yo sólo diré que como más envejezca este fantasma, más lectores van a perder algunos periódicos.