Este jueves, poco después de que se anunciara la aceptación de Hamás de la propuesta de alto el fuego para Gaza, Trump concedió una entrevista a su cadena televisiva de cabecera: Fox News. Con su triunfalismo habitual, y en medio de una notable euforia, el presidente norteamericano, sin embargo, hizo una afirmación que es clave para entender por qué finalmente ahora estamos donde estamos. Una afirmación que hay que subrayar, cuando se le ha dado poco eco en medio de la vorágine de actualidad que estamos viviendo estos últimos días, aún más intensa que la habitual.
En medio de la entrevista, Trump dijo: "He hablado con Bibi [el diminutivo de Benjamin] Netanyahu hace un rato (…) y le he dicho «Israel no puede luchar con el mundo, Bibi, no se puede enfrentar con todo el mundo»". Y es aquí, en lo que incluso parece un lapsus de Trump —ya que contradice la posición oficial hasta ahora de la Casa Blanca que menospreciaba e incluso ridiculizaba la presión internacional sobre Israel—, en este acto de realismo, donde encontramos la clave de todo.
Evidentemente, la realidad es más compleja, y son muchos los otros factores —algunos de los cuales comentaré más adelante— que nos han conducido hacia una situación que hace unas semanas todos hubiéramos pensado imposible. Pero lo cierto es que la creciente presión internacional —a todos los niveles— y el progresivo aislamiento de Israel por su actuación en Gaza han sido factores decisivos para activar la posibilidad ante la cual nos encontramos hoy.
De hecho, hace poco más de una semana, algo insólito ocurrió en el puerto de Livorno, en la Toscana. Italia es uno de los países donde la movilización social en contra de la detención de la conocida flotilla humanitaria por parte de Israel fue más contundente, con unas protestas masivas en todo el país que pillaron a la presidenta Meloni con el pie cambiado. Pues bien, como decía, en el puerto de Livorno hace unos días los estibadores se negaron a descargar un barco que llevaba mercancía israelí, en solidaridad con la situación en Gaza. Inicialmente parecía una protesta de carácter simbólico, pero pronto se hizo evidente la posición inamovible de los estibadores, y, dos días después de haber atracado en Livorno, dicho barco se vio obligado a levar anclas y seguir su recorrido hacia Estados Unidos, sin haber podido llevar a cabo las operaciones previstas en el puerto italiano.
Fue un paso más de la acción de los estibadores italianos. De hecho, ya hacía semanas que se habían vivido situaciones similares en varios puertos del país, como Génova, Trieste, Ravena o Salerno; pero en los casos anteriores los bloqueos se hicieron a barcos sobre los que había sospechas de que estuvieran trasladando armamento para abastecer al ejército de Israel. Ahora, sin embargo, el salto era cualitativo, se activaba un boicot contra todos los productos israelíes. ¿Con esto quiero decir que la acción de los estibadores de un puerto italiano ha desencadenado el actual alto el fuego? Evidentemente no, pero lo mencionado es un ejemplo de un nivel de aislamiento de Israel sin precedentes, causado por Netanyahu con su política de tierra quemada en Gaza. De hecho, las imágenes de un centenar de diplomáticos (según contó el Washington Post) abandonando la sala de la Asamblea General de Naciones Unidas el 26 de septiembre, en el momento en que Netanyahu iniciaba su discurso, fue otro ejemplo clamoroso de esta situación. Una situación especialmente punzante porque además iba acompañada de hechos, ya que, pocos días antes, dos países del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (Francia y Reino Unido) habían reconocido formalmente a Palestina como Estado, un movimiento en el que otros países importantes, como Canadá y Australia —por citar los más relevantes—, habían dado su apoyo. Y no estamos hablando de países cualesquiera, estamos hablando de algunos de los principales Estados que conforman la Five Eyes Alliance, un grupo de países anglosajones que desde hace décadas comparten información sensible de inteligencia entre ellos y con los Estados Unidos. Otro de los muchos ejemplos es el debate sobre la permanencia de Israel en Eurovisión, que a muchos les puede parecer una frivolidad, pero que había despertado grandes inquietudes por su simbolismo en la cúpula del poder israelí.
Sabemos, sin embargo, que otros factores también han sido clave para llegar a la activación del alto el fuego y el inicio de lo que esperamos que sea un proceso de paz, cuando menos de pacificación después de dos años terribles de guerra y masacres. Por un lado, es conocido que el bombardeo de la sede de Hamás en Doha (Qatar) el 9 de septiembre enfureció a Trump. Es más, parece que sería la gota que habría colmado el vaso de la paciencia del presidente norteamericano, ante la enésima evidencia de un primer ministro israelí que iba demasiado por libre, incluso para los estándares de la actual Casa Blanca. Y las humillantes imágenes, para Netanyahu, de su llamada desde el Despacho Oval pidiendo disculpas al primer ministro Qatarí —por indicación de Trump— son una clara muestra de ello, como lo eran también de la voluntad de Washington de mostrar públicamente “quién manda”.
Otro “aliciente”, en este caso para Trump, que se ha comentado mucho era el de la posibilidad de que el 47.º presidente de los EE. UU. recibiera el premio Nobel de la paz, tal y como lo hizo el 44.º. Ahora sabemos que no ha sido el caso, pero muchos analistas que siguen cuidadosamente la Casa Blanca confirman que habría sido central para entender la presión del equipo de Trump por tener “resultados” antes del viernes 10 de octubre, el día del anuncio de la galardonada de este año. Algo que, por otro lado, demostraría un desconocimiento importante por parte de los asesores del presidente sobre el funcionamiento del Comité Noruego del Nobel...
Tampoco podemos ignorar, teniendo en cuenta la forma de hacer de la actual Administración estadounidense, los “incentivos” que varias monarquías del Golfo poco a poco se han dado cuenta de que ayudan a orientar ciertas decisiones de Trump y de su entorno, sobre todo el familiar. Aunque también podría ser una simple casualidad que fuera unas horas antes de la rueda de prensa del 29 de septiembre, donde Trump obligó a Netanyahu a aceptar el plan de los veinte puntos, que una empresa saudí anunciara una inversión de 1.000 millones de dólares en un proyecto de la Trump Organization en Jeddah, en la costa del mar Rojo. Y pongo solo este ejemplo, aunque conocemos otros, desde el avión regalado hace unos meses por Qatar y valorado en 500 millones de dólares, a las múltiples inversiones que la familia Trump está recibiendo de los mencionados países del Golfo. Como tampoco podemos ignorar la realidad, la tozuda realidad, que hoy por hoy —y toquemos madera— ha podido sobrevivir a los sueños megalómanos, a la vez que aterradores e irreales, de algunos. Empezando por la deportación masiva de dos millones de personas, seguido por la construcción de una supuesta “riviera”, pasando por la eliminación de entidades como la UNRWA (la agencia de Naciones Unidas para la asistencia humanitaria a Palestina), etc.
Estamos solo al principio de un proceso largo y difícil
Porque, si el plan que estos días apenas comienza finalmente se acaba consolidando —algo que no será fácil—, será también gracias a que dicho plan es viable, entre otras cosas porque se mueve dentro de los parámetros de lo real y factible; no imaginarios e imposibles. Y será también gracias a la pervivencia de instituciones que algunos querrían desmanteladas, como las Naciones Unidas, que hicieron posible hace unas semanas reuniones en su Asamblea General que resultaron clave para acabar de consolidar el proyecto de plan de paz. Institución que también será central en la distribución eficiente y efectiva de la tan necesitada ayuda humanitaria junto con varias ONG; o del Comité Internacional de la Cruz Roja, que facilitará el retorno de los rehenes israelíes y el intercambio de prisioneros. Recordemos, sin embargo, que estamos solo al principio de un proceso largo y difícil, que algunos intentarán descarrilar, y que en cualquiera de los escenarios dejará muchas heridas abiertas, difíciles de cicatrizar. Un proceso, sin embargo, que trae esperanza a una región que hace demasiado tiempo que la necesitaba.