Xavier Trias y Artur Mas fueron dos de los personajes destacados que asistieron a la presentación de la reedición de Des dels turons a l'altra banda del riu del president Pujol. En la librería Ona de Tatxo Benet, un templo de la literatura en catalán. Más vale tarde que nunca. En su día fueron los primeros en participar de la carnicería.

No se cabía. Estaba a petar. Yo también fui. Me invitaron y me complació poder estar. Desde de siempre y sin casi sabérmelo explicar me ha generado fascinación el presidente Pujol. Actitud compatible con no haberlo votado nunca. Y mira que las hemos hecho buenas. Incluso creo recordar haber votado al Congreso de Madrid por una candidata que no me hacía el peso ni de casualidad. Pero mi padre, más republicano que el bigote blanco del Avi Macià, me cogió por la oreja y me hizo ir a votar. ¡En la primera sesión del Congreso incluso él se arrepintió!

La estampa de Pujol en Ona me pareció entrañable. Y lo bastante entero a pesar de todos los pesares. Tiene 94 años, ha superado un ictus. Desde 2014 que pasa por ser un proscrito. Y ha recibido trato de paria. Seguramente que en el pecado hay penitencia. Ahora, ni tanto ni tan calvo. Porque los lobos se le tiraron al cuello tan pronto confesó aquello de la manda (donación) del abuelo Florenci. Y los primeros, los suyos. Que son los garrotazos que hacen más daño.

Y aquí el alcalde Trias sobresalió. Azotó ejemplarmente al presidente Pujol. Sin compasión. Textualmente y de inmediato dijo "Lo que tiene que hacer Jordi Pujol es desaparecer. Renunciar a todo" (La Vanguardia, 29 de julio de 2014). Y que tenía que renunciar "a la fuerza porque si no lo hace, lo forzarán a hacerlo. Hay cosas que si no las haces tú, te las hacen hacer" decía Trias compungido. Y a fe de Dios que así fue. Los Socialistas, siempre tan poco oportunistas y tan honorables, se apresuraron a pedir que le retiraran la Medalla de Oro de la Ciudad. Y el alcalde Trias ejecutó la petición ipso facto.

Pujol se retiró a Queralbs aquel verano. Como siempre, por otra parte. Y tal como había pronosticado Trias lo procedieron a depurar "a la fuerza". Un emisario de Mas se plantó en Queralbs y le hizo saber que ya no era nadie y que pasaba a ser un proscrito. Mas mató al Padre. De él, de todos los convergentes. Entre los que no sé si por suerte o por desgracia no me he contado nunca ni remotamente.

Yo fui a Ona. Fui porque me merece todo el respeto que tantos otros —que le deben todo— no le han tenido

Mas lo sacrificó. Sin contemplaciones. Le debió saber mal. Seguramente. Pero si dudó lo disimuló bien. Debió aplicar la tesis del poeta de Arenys. Quizás era inevitable. Ahora, todo el ensañamiento posterior no se lo deseo a nadie. La justicia tiene poco que ver con este tipo de juicios tribales.

Yo fui a Ona. Y no solo porque me interesaba el acto de retórica mochilera. El título no puede ser más kumbaiá, del Pujol que sube al Pedraforca silbando la Santa Espina. Fui porque me merece todo el respeto que tantos otros —que le deben todo— no le han tenido. Con Maragall, son dos presidentes con una solera incontestable. Sabios. Visionarios. Y también con sus miserias que en el caso de Pujol quedaron al descubierto y a merced del juicio más brutal. Maragall, en este sentido, ha envejecido mejor.

Larga vida al President. Que la pueda celebrar cerca de los suyos y con una sonrisa en los labios. Y el día que no esté deseo que se le despida con el respeto que se merece. Por sus sombras ya lo hemos juzgado en vida, sin duda. Y con toda severidad. Que en la hora de los adioses no seamos mezquinos.