Los más de un millón de refugiados huyendo a los países vecinos representaban la imagen terrible de la crisis de Ucrania. Pero el mundo convirtió las finanzas en un arma de guerra desde que el presidente norteamericano, Joe Biden, aplicó un enfoque de infligir daño económico a Vladímir Putin y evitar, a su vez, riesgos innecesarios con un adversario con armas nucleares, teóricamente verbales.

De saque, las grandes petroleras de Europa comenzaron a salir de Rusia. La angloholandesa Shell, la mayor petrolera privada del mundo, junto con la noruega Equino y la británica BP anunciaron que se deshacían de su participación en empresas y proyectos rusos. El barril de Brent superó los 112 dólares por primera vez desde 2014. Y eso coincidiendo con que el gobierno ucraniano logró colocar 277 millones de dólares de deuda en el mercado internacional. La aversión al riesgo se apoderó entre los inversores y el precio de la onza del oro se situó en 1.739,66 euros.

Los aliados de EE.UU. han dirigido sus esfuerzos hacia lograr sancionar a los bancos rusos, atacar a los oligarcas políticamente conectados y evitando la retórica antimoscovita. Por su parte, la Unión Europea está tratando de poner fuera a Rusia como nación favorecida ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). Esta medida podría afectar una carga de más de 95.000 millones de euros de las exportaciones de Moscú al colocarlo en el bloque con los aranceles.

En divisas, el rublo se hundió a un mínimo histórico frente al dólar en las operaciones financieras después de que su deuda fuera calificada de "bono basura".

Los aliados de EE.UU. han dirigido sus esfuerzos hacia lograr sancionar a los bancos rusos, atacar a los oligarcas políticamente conectados y evitando la retórica antimoscovita

Hablando de empresas, Volkswagen e Ikea se han convertido en las últimas grandes firmas en suspender sus negocios en las estepas rusas mientras las fuerzas del Kremlin avanzaban su ofensiva durante la noche intensificando su campaña por retomar las ciudades clave del mar Negro. Pero la mayor sorpresa llegó en la madrugada del viernes.

La planta de energía nuclear más grande de Europa, situada en el este de Ucrania, fue atacada por bombardeos rusos. Según la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA), el incendio que se produjo como consecuencia de las bombas lanzadas "no había afectado al equipo esencial". Los reactores "están protegidos por estructuras de contención robustas". En la imagen de un vídeo publicada por la planta de energía de Zaporiyia muestra una superficie mediana vertical en llamas entre la oscuridad.

El presidente ucraniano Zelenski dijo al primer ministro británico Boris Johnson que "los tanques rusos están disparando contra la central nuclear más grande de Europa". De paso, Rusia ya controla la extinta instalación nuclear de Chernóbil.

Al respecto, Jeffrey Schott, cuyo libro, Economics Sanctions, detalla los límites de las sanciones como herramienta política, indica: "Siempre existe el riesgo de que si arrinconas a un autócrata poderoso, te atacará". 

Alguien que ha estado en las refriegas de los últimos días resumió así su impresión: "La guerra en entre Rusia y Ucrania, e incluso si se quiere, hasta Occidente, muestra que de la guerra fría en realidad sólo ha terminado la mitad y la segunda mitad apenas comienza".