España es más que el PSOE. Lo es a pesar del reformismo de la clase política catalana y a pesar de las ganas que tiene Junts de erigirse en gran negociador. Por eso, la causa abierta contra Tsunami Democràtic dificulta el pacto para el PSOE, dispuesto a vender la imagen de otra España, a la vez que complica el pacto para Junts y su proyecto de peix al cove. La realidad se impone a la estrategia de los dos partidos. En el caso de Junts, hace constar que no basta con una aritmética parlamentaria favorable para que el Estado se olvide de que son catalanes. De que somos catalanes, vaya, porque cuando se persigue a Tsunami Democràtic y a todos los que se implicaron, se les persigue para aleccionar a cualquiera que quiera llamarse independentista, como se hizo con el Govern de 2017.

La causa abierta contra Tsunami Democràtic dificulta la crítica, insoslayable si se quiere construir un independentismo maduro, endurecido en sus errores

La causa abierta contra Tsunami Democràtic entorpece el proceso de saneamiento de la política catalana después de la represión, porque nos liga de nuevo con los que formaron parte del mismo. No porque justifiquemos la estrategia que desmovilizó a la ciudadanía, sino porque son perseguidos por aquello que une al electorado —aunque algunos sean hoy abstencionistas— con sus representantes: una ideología más o menos compartida. Eso dificulta la crítica, insoslayable si se quiere construir un independentismo maduro, endurecido en sus errores. La represión política contra Tsunami Democràtic fuerza un pacto de silencio, un marco político en el que, si el votante independentista quiere salvar ciertas incoherencias, debe ponerse de perfil con el fracaso —la rendición— de Tsunami para no sentir que hace el juego al estado español.

Algunos también queremos saber quién estaba detrás de Tsunami, porque queremos saber si los que nos llamaban a la calle fueron los mismos que nos mandaron a casa

Lo vimos con los presos políticos y los exiliados. Lo volveremos a ver si la causa contra los artífices de Tsunami sale adelante, si bien desde el encarcelamiento del Govern que organizó el 1-O algunos ya hemos aprendido que el chantaje emocional no es ninguna estrategia política. El vínculo sentimental que la represión política comporta con los perseguidos hace de muro entre la ciudadanía y las respuestas que necesitamos para disfrutar de una vida política con tanta información como sea posible, con más libertad para escoger a quien nos representa. Algunos también queremos saber quién estaba detrás de Tsunami Democràtic, porque queremos saber si los que nos llamaban a la calle fueron los mismos que nos mandaron a casa.

España no dejará nunca de ser España. España hace de recordatorio y, por lo tanto, de garantía, porque es lo único que fuerza a los partidos independentistas a tener una relación honesta con la realidad política

En esta negociación, Carles Puigdemont se enfrenta a sí mismo. Todo lo que hizo para llegar donde está le impide ahora aprovechar la ventaja que la circunstancia parlamentaria le otorga. Le priva de pactar cómodamente o, cuando menos, le fuerza a simular que le queda algún escrúpulo. Junts pretende investir a un presidente del Gobierno que quería encarcelar a su líder y esta verdad choca con el discurso de la unilateralidad —y lo deja vacío. También choca con el discurso de los convergentes de antaño, los que querrían que España fuera un poco menos española para no tener que ser nacionalistas. El Estado empuja al independentismo fuera de la política española y amenaza con truncar los planes negociadores de una clase política que, a cambio de hacer la vista gorda con las cloacas del Estado y comprar una España progresista de cartón-piedra, pide trenes y una amnistía que también borrará lo que el Estado hizo para detener al propio movimiento independentista. Es un jarro de agua fría y a la vez es un descanso entender que, aunque los catalanes se desorienten con los cantos de sirena reformistas, España no dejará nunca de ser España. España hace de recordatorio y, por lo tanto, de garantía, porque es lo único que fuerza a los partidos independentistas a tener una relación honesta con la realidad política.