Raimon canta una canción de un hombre que lleva la bondad en la cara. Hoy, sólo por hoy, olvido quién es ese hombre y hablo de Raimon, sólo del cantante de Xàtiva porque él también lleva la bondad en la cara, porque se va ahora sí que es para siempre, y ya no dirá los versos que durante tanto tiempo ha proclamado a los cuatro vientos, los versos que hablan de un mundo que hoy parece fantasía o exageración, donde era posible que un político llevara la bondad en la cara, un mundo abierto, claro y limpio, alternativo al régimen de lo negro absurdo, el mundo eixe del franquismo, tan criminal como sórdido. El artista llamado Raimon se da cuenta de eso, se fija, ve claramente que los crímenes en la cultura mucho tienen que ver con los crímenes políticos, con los crímenes que hicieron de España una prisión, y que la caspa y la sangre, antes o después, siempre acaban haciéndose compañía la una a la otra. Raimon es un cantante que canta porque piensa o al revés, eso no lo sé, pero que acaba convirtiéndose en una presencia imprescindible para varias generaciones, un representante, entre otros buenos cantantes, de la dignidad colectiva del pueblo catalán, lo que hoy se denomina “la gente”, hombres y mujeres, hechos y derechos, que ya que debían meterse la lengua en el culo al menos llevaban buena cara y se fijaban en las caras, en la bondad de la cara. Y, daros cuenta, a la sazón, decir de alguien que era una buena persona constituía un elogio sincero, ya se verá en qué punto estábamos y a qué punto hemos llegado hoy.

Cuando oímos a March en la voz de Raimon nos damos cuenta de que Catalunya no es un error histórico sino una civilización milenaria

Las canciones que canta Raimon no sólo son un ejercicio de denuncia del autoritarismo, van bastante más allá y consiguen recuperar la dignidad política, porque contribuyen como poquísimos otros protagonistas a ganar de nuevo la autoestima colectiva. Con la magia blanca de la música y el ritmo, lo que eran hasta ese momento sólo ideas de cuatro libros pasan a ser un prodigio de belleza, un sortilegio colectivo, himnos de amor y de guerra contra el miedo a los cambios, contra la parte miserable de la naturaleza humana, contra el fabuloso, terrorífico engaño de la incultura. Sólo la incultura nos hace irrecuperables. Si otros cantantes catalanes ponen música a versiones de buenos escritores nuestros, Raimon hace lo que nadie ha hecho aún mejor, se atreve a popularizar a un escritor tan difícil como imprescindible, se atreve con el poeta de los poetas de la lengua catalana, con Ausiàs March, y lo ofrece en lengua cruda, medieval, en lengua antigua porque Raimon considera que la alta cultura está viva y hecha para el pueblo y porque el pueblo siempre entiende más de lo que suponen algunos sabios. Buscadme algún cantante inglés, francés, o alemán que se haya atrevido a poner música, a interpretar en pública reunión a un autor tan duro, tan complejo, tan bello y supremo como Ausiàs March. Traedme a un cantante que haya hecho más por la cultura catalana entendida como cultura de primer nivel y no como una curiosidad histórica. Cuando oímos a March en la voz de Raimon nos damos cuenta de que Catalunya no es un error histórico sino una civilización milenaria. Cuando oímos la voz desgarrada, poco melodiosa, labradora, luchadora de Raimon oímos como cantaban nuestros padres, nuestros abuelos y aún más allá, oímos también la voz de los que saben cantar porque primero han aprendido a hablar y que, aún antes, han aprendido a pensar. Oímos, en realidad, la voz que Jacint Verdaguer indicaba con el dedo: “aqueixa veu dels ausents”. Cuando no teníamos universidad catalana aprendimos estas cuatro cosas rudimentarias, gracias en parte, a Raimon. Ahora todo el mundo va a una enseñanza superior castellanizada y Raimon se retira. Y aún habrá quien crea que hemos salido ganando.