Ahora que Anna Gabriel ha vuelto de Suiza para ayudar a la Moncloa a estabilizar el régimen de Vichy, el único político con un poco de trayectoria que queda de pie en Catalunya es Jordi Graupera. El problema —y la gracia de la situación— es que el capital político de Graupera está inmovilizado porque el mundo de CiU todavía no ha entendido que la única manera de hacer una oposición creíble a ERC es hacer una oposición creíble al conjunto del régimen de Vichy.

Catalunya no puede aceptar de ninguna forma el marco democrático español, después de lo que ha pasado en los últimos años. ERC puede gobernar la Generalitat porque sus cuadros se llenaron con las figuras y las tradiciones políticas que, en los años ochenta, quedaron fuera de los pactos de la Transición. Pero igual que en los tiempos dorados de la autonomía la única oposición creíble a Jordi Pujol era el independentismo, ahora la única oposición creíble a Oriol Junqueras es el patriotismo antisistema. 

Después de votar contra la Constitución, Heribert Barrera sacrificó el espacio nostálgico de ERC para fortalecer el nacionalismo de Jordi Pujol y abrir una puerta al independentismo. Los convergentes se encuentran ahora en una situación parecida: pueden decidir si se integran al partido de Junqueras o si se quedan en la intemperie, y trabajan para abrir nuevos espacios políticos que hagan avanzar el país. Las soluciones intermedias para quedar bien y para ahorrarse picar piedra darán resultados cada vez más pobres y esperpénticos. 

Estos últimos cuatro años hemos podido constatar, para sorpresa de algunos descreídos, que sin pensamiento y fortaleza de espíritu, el dinero y la propaganda no resuelven mucha cosa

El gen convergente que Enric Juliana y sus amiguitos de La Vanguardia esperan ver despertarse, como si fuera el general Mola, para poder tapar las vergüenzas de Vichy tenderá a dar grosor a la abstención, más que no a salvar JxC. Los cuadros convergentes están nerviosos y oscilan entre el populismo nostálgico de Laura Borràs y el feminismo cínico de Jaume Giró, que en el fondo solo aspira a cobrarse la ley que España necesita aprobar para poder legitimar a las hijas de Felipe VI. 

Al mundo de CiU se le acaban las excusas; por eso Gabriel ha podido volver de Suiza para decir que la culpa la tienen los ricos. En Casablanca no hemos inventado la abstención, como nos recuerdan con humor y con perspicacia los chicos de la Sotana, pero sí que insistimos desde hace tiempo que Graupera dejó clavado un puñal envenenado en el hígado de Vichy. Si Graupera tiene paciencia todos los grandes hombres que hasta hace dos días se pensaban que podrían comprar Primàries por cuatro duros, al final le darán los recursos que pida. 

Estos últimos cuatro años hemos podido constatar, para sorpresa de algunos descreídos, que sin pensamiento y fortaleza de espíritu, el dinero y la propaganda no resuelven mucha cosa. Si Graupera se espera al final del ciclo electoral, este principio tan básico y tan necesario para la vida democrática lo verá toda Catalunya más claro que el agua. Después de hacer el muerto durante tanto tiempo, sería un error que ahora hiciera un gesto irreversible. Vale más dejar que sean los amigos de Marçal Sintes, de Agustí Colomines o de Vicent Partal los que miren de salvar, con sus plegarias vacías, los muebles llenos de carcoma del mundo político que se va.