Nadie vota en clave de pasado. Votar a alguien por lo que ha hecho, o por las cosas que han pasado, solo tiene algún sentido si estas cosas apuntan a una garantía de futuro. Por eso la amnistía o los indultos no pueden ser un programa electoral, por eso Puigdemont no puede ser un programa electoral por sí solo, y por eso su conferencia en Elna trataba de resolver algunas dudas sobre el futuro o sobre cómo afrontarlo. Faltarán más mensajes de este tipo. Se puede no prometer una DUI inmediata, se puede apelar a la paciencia y la perseverancia y la perspectiva, especialmente cuando hasta ahora han sido fructíferas en más de un sentido, pero no se puede intentar ganar con un programa electoral autonomista, o de simple gestión del mientras tanto, como se ha hecho en la última legislatura. Ni los indultos ni la amnistía tendrán premio, porque la gente quiere respuestas de futuro y no medallas del pasado. Por eso es importante que todo el mundo explique ya no qué va a hacer, que depende de muchas variables que no dependen siempre de uno mismo, sino que explique su actitud. El éxito de las palabras del president en Elna no es la lista de cuestiones a gestionar que mencionó, sino la actitud frente a estas cuestiones. Cómo te presentas, cómo piensas hacer las cosas, por qué lo haces, y sobre todo para qué lo haces. Y si hasta ahora has demostrado que tu actitud es la correcta, y que además ha obtenido resultados favorables, tienes puntos por ganar mucha credibilidad.

En un marco de confrontación, la inteligencia funciona. Pero en un marco de negociación, también. No tener la razón, sino actuar con inteligencia. Supongo que los días que vendrán veremos algunas cosas más sobre lo que voy a decir, pero hay actitudes ante la mesa de Ginebra que nada tienen que ver con parciales transferencias de Cercanías o con estériles acuerdos de claridad. Tampoco tienen que ver con conformarse con un nuevo estatuto, ni con una nueva financiación, como creo que quiso aclararse en Elna (pero que creo que aún habría que aclarar mucho más). Bajo mi punto de vista, no se ha llegado hasta aquí para obtener ninguna amnistía, pero sí al menos para obtener una mesa de negociación seria sobre el conflicto y para hablar de ello sin desigualdad de condiciones, y sin renunciar a nada del que se hizo en octubre del 2017: como ya se ha dicho, no está en manos ni de Puigdemont ni de nadie renunciar a ello, porque la autodeterminación nos pertenece a todos. Y este es el tema que más me preocupa: si se ha instalado en el país una atmósfera de renuncia colectiva, o no.

La forma de hacer de los políticos durante los últimos años puede haber contribuido al cansancio y a la decepción crónica, pero yo diría que se pueden diferenciar diversas actitudes entre los políticos y, sobre todo, entre los ciudadanos. El miedo y la pereza pueden haber penetrado en cierta medida, y este es el factor más preocupante (mucho más la pereza que el miedo), pero ni de lejos han logrado desactivar nada porque todo el mundo sabe que la bomba España no está desactivada. Estefanía Molina escribía recientemente un artículo en El País donde afirmaba que el miedo a la cárcel convertía la independencia en una simple utopía en el horizonte, pero me temo que esta vez a la periodista, que había sido una buena analista política, han traicionado los deseos. O, más bien, el miedo. En primer lugar, desde el punto de vista legal el miedo de los independentistas a la prisión debería empezar a quedar muy reducido: no a cero, claro, porque un juez español es un español vestido de juez, pero en cuanto al gran juicio del Procés podemos concluir que ya nunca se podrán juzgar hechos similares con las mismas herramientas “legales”. Dicho de otra forma, hacer un referéndum unilateral no es (ni era) delito y todo lo demás es luchar por los reconocimientos. En segundo lugar, si algo han dejado claro las resoluciones del Consejo de Europa emitidas hasta ahora al respecto, es que España ha abusado de su autoridad y que debe revertir esta tendencia. También ha dicho que hay que intentar resolver la cuestión por la vía "constitucional", cierto, pero esto pone más deberes a España que a Catalunya. Porque, y ahí viene el tercer punto, ya hemos visto que un pueblo pierde el miedo cuando no le queda otra alternativa. Simplemente paga la factura. Catalunya la pagó, y todavía la paga, pero cuando pagas una factura tan alta es que realmente quieres esa cosa. El miedo, en todo caso, y como demuestra el tono del artículo de Molina, todavía está en el otro lado.

Sílvia Orriols puede tener una cantinela teatral que haga parecer que en cualquier momento tenga que recitar "No sents, Jeremies meu, quins cants més bonics?", pero ha aguantado su posición y eso le comportará un premio electoral. Si ha podido pagar su factura, es porque el problema real existe (al margen de sus soluciones, en mi opinión del todo equivocadas). La cuestión catalana todavía existe y, a pesar de las muchas cosas que se le quieran criticar, Puigdemont aún supone su encarnación más gráfica y más potente. Si todavía existe con fuerza, habrá una nueva mayoría independentista en el Parlament. Y sinceramente yo, si fuera un observador internacional, me preguntaría ante todo si esa mayoría (esta demanda) aguanta en un territorio durante más de diez años o no.