Se habla de la ausencia de Dios y de la pérdida del sentido de la trascendencia. La teóloga Ann Loades, que acaba de morir, lo atribuía a la idea de un Dios desfigurado, poco interesante. Loades, profesora emérita de Teología en la Universidad británica de Durhmam y a Saint Andrews en Escocia, aducía que quizás las prácticas religiosas incluso alejaban a las mujeres de lo sagrado. Algunas mujeres, cansadas e ignoradas, han decidido históricamente abandonar la religión. Otros han creado grupos alternativos, como inicios del año mil las beguinas, localizadas en Bélgica, donde básicamente cuidaban de enfermos y se nutrían de una espiritualidad comunitaria, pero al margen de la institución. Una especie de religiosas sin serlo. Hay una multitud de grupos feministas que consideran que la mujer tiene poco margen dentro de las estructuras religiosas.

Las teólogas feministas (Schüssler Fiorenza, Mary Daly, Rosemary Radford Ruether, Ursula King, Letty M. Russell...) no son todas del mismo patrón. Muchas son optimistas y se ven capaces de alterar los sistemas simbólicos, morales, teológicos, litúrgicos... y sostienen que para hacerlo hace falta reformular cómo se verbaliza a Dios y a la experiencia religiosa. También defienden que se tiene que asumir la igualdad y no alimentar continuamente narrativas en que la mujer es la generadora de consensos ideal, la consejera fiel, la asistente mágica, el ángel del hogar y de cualquier organización. Algunas consideran que se puede renovar la Iglesia desde dentro. Aquí incluiríamos la Unión Mundial de Organizaciones Católicas Femeninas (que no Feministas).

Otros proponen renovar desde los márgenes. Algunas creen que hasta que no se lean los textos fundacionales de manera diferente, no cambiará nada. Aparte de las teóricas, hay grupos que desde la experiencia quieren intentar vivir sin contradicciones el hecho de ser mujeres y ser creyentes. Uno de los más potentes se formó en torno al Consejo Mundial de las Iglesias en Ginebra. A menudo se trata de grupos cristianos, pero no de una sola denominación. Si son católicos, son de espíritu ecuménico e incluyen personas cristianas como evangélicas, ortodoxas, etc. Mujeres para el diálogo nació en 1977 en México, en Puebla, y fueron pioneras. Muchos otros grupos las han precedido. El más reciente y catalán, Alcem la Veu. El problema de estos grupos es que a menudo son percibidos como un tema de mujeres.

No se entiende que es una nueva manera de vivir el Evangelio, que precisamente es la búsqueda de la autenticidad la que lleva a estas mujeres —y hombres que comulgan— a insistir en esta cuestión, que si se sigue tratando marginal, no avanza. Loades tenía la convicción de que era el feminismo cristiano el fuego que renovaría la Iglesia, y no un fuego que quemaría.

El feminismo busca un cambio a mejor, que haga justicia a las mujeres. A tantas instituciones, no solo religiosas, el feminismo ha entrado como enemigo y ha acabado como aliado reformador útil.

En una Iglesia donde algunos sienten que hace frío, lo que hace falta es poner en marcha la calefacción. Y el fuego que purifica proveniente de la experiencia de las mujeres, fuego que calienta sin destruir, puede ser un buen aliado.