La fractura entre la ANC y ERC convierte la predicción de la Diada de este año en un imposible, más próximo al arte de la adivinación que a la previsión razonada. A estas alturas nadie puede saber si la balanza se inclinará hacia el desencanto y la desmovilización, siguiendo las indicaciones de los republicanos, o se reforzará la movilización como reacción contraria, avalando las tesis de la Assemblea y de la mayoría de los partidos independentistas. Es decir, de un modo sorprendente, el pulso en la calle de hoy no se producirá entre Catalunya y España, es decir, entre república y autonomía, sino entre la ciudadanía independentista organizada y el partido, también independentista, que ostenta la Presidència de la Generalitat.

La situación no puede ser más dantesca, sobre todo si se tiene en cuenta que tenemos un gobierno con más del 50% de los votos independentistas y con un acuerdo de investidura que textualmente habla de ir hacia la independencia. Es decir, nunca habría podido estar más alineado el gobierno con la ciudadanía y, sin embargo, es el año en que el president se enfrenta a la sociedad civil, niega legitimidad a la ANC y, con su propio anuncio de no ir a la manifestación, anima a la desmovilización. Quién habría llegado a imaginar que el independentismo podría estar en una situación tan patética, a cinco años del 1 de Octubre, pero los hechos son tozudos y, día tras día, el independentismo demuestra que todavía tiene capacidad para hacer más y más el ridículo. Es así como se ha llegado a la Diada de hoy, en la que no será el ABC o El Mundo o el sursum corda quien nos contará para medirnos la fuerza, sino que nos contaremos entre nosotros, y cualquier resta o suma será una división. Si ERC "gana" y, en consecuencia, la manifestación no es un éxito, el movimiento independentista parecerá más derrotado que nunca; si pierde, también parecerá más dividido, en un fatídico win-win para el españolismo que es desolador.

Hoy, Diada Nacional de Catalunya es fundamental que los ciudadanos nos manifestemos, más allá de los intereses ruines de los partidos, porque el independentismo no es una religión, sino un movimiento; no somos acólitos, sino ciudadanos críticos; no tenemos sacerdotes que nos conducen, sino instrumentos políticos que ayudan a construir un proyecto colectivo

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿O, siendo más precisos, por qué ERC ha llegado a este punto de inflexión con el movimiento ciudadano, de consecuencias imprevisibles? Personalmente, no puedo evitar pensar que la desmovilización del independentismo formó parte de los acuerdos de los indultos cerrados con los socialistas, y ahora se están cumpliendo las previsiones. En todo caso, dos hechos son inapelables: uno, que ERC ha vuelto al autonomismo y cualquier expresión de ciudadanía organizada, fuera del control del partido, le resulta incómoda; y dos, que para poder consolidar la retirada, necesita el mayor silencio posible en la calle, dada la incapacidad de mostrar un mínimo éxito en su giro estratégico. Pero en este proceso de silenciar la calle, los republicanos olvidan un hecho fundamental: que el movimiento independentista es de abajo hacia arriba, es decir, de la ciudadanía hacia los partidos, y no al revés, y cualquier voluntad de anular la protesta ciudadana se volverá en contra de quien quiera intentarlo. Al fin y al cabo, resulta absolutamente inaceptable escuchar los argumentos del president asegurando que no puede ir a una manifestación donde se protesta contra el Govern, sin entender que forma parte del sueldo y el cargo que sus votantes muestren su decepción. Y más cuando no se ha avanzado ni un milímetro hacia ningún lugar. ¿Tan pronto han olvidado aquel mítico "president, posi les urnes", que justamente recordaba que el poder residía en el pueblo? El error fundamental que han perpetrado el president Aragonès y su líder Junqueras, y muchos de los opinadores republicanos, es precisamente este: creer en el dirigismo de los partidos en un movimiento que se basa, se nutre y crece con la militancia ciudadana. Para decirlo con todas las letras: Aragonès no es president de la Generalitat por voluntad divina, sino ciudadana, y cualquier intento de escaparse de la crítica de sus votantes denota un inaceptable mesianismo.

Error sobre error, sólo faltaban los relatos calcados del españolismo, para intentar demonizar la propuesta de la ANC, especialmente con el argumento de que sería una manifestación "excluyente", separadora, etc. Que estas frases, que año tras año hemos oído en boca del PP, el PSOE, Ciudadanos y etcétera, sean dichas ahora por boca de los republicanos, y muy especialmente, por boca del president de Catalunya, da la dimensión de la tragedia. De forma deliberada o inconsciente, con este argumentario, ERC le está haciendo el trabajo sucio al españolismo. Ya no hará falta que nos llamen excluyentes los Illa, Feijóo o Sánchez, dado que nos lo dice el mismo Junqueras, confundiendo su partido con el país.

Todo en conjunto es un despropósito que daña seriamente al movimiento y la causa independentista y que, estoy convencida, ni siquiera dará réditos a la estrategia republicana. ERC está tensando tanto la cuerda que pueden pasar dos cosas: una, que tenga éxito, y nos desmovilice completamente; dos, que fracase y se quede como el rey desnudo, con las miserias al descubierto. En cualquiera de los casos, el independentismo pierde hasta la camisa.

En todo caso, hoy, Diada Nacional de Catalunya es fundamental que los ciudadanos nos manifestemos, más allá de los intereses ruines de los partidos, porque el independentismo no es una religión, sino un movimiento; no somos acólitos, sino ciudadanos críticos; no tenemos sacerdotes que nos conducen, sino instrumentos políticos que ayudan a construir un proyecto colectivo. Cuando un presidente olvida su condición de intermediario, y se cree un líder por encima de la ciudadanía, deja de ser útil a sus ciudadanos, y se convierte en un obstáculo. Además, desmovilizarnos ahora sería un error mayúsculo que pararía el procés por décadas y que no tendría otro sentido que ayudar a estrategias partidistas. Cinco años después de la gesta ciudadana más importante de nuestra historia de resistencia, es necesario que la calle recuerde de dónde viene la voluntad y de dónde viene la fuerza. Es posible que eso sea incómodo para los funcionarios de la política, para los acomodados en el cargo, para los vendedores de humo. Pero de eso se trata precisamente, de recordar que la calle siempre tiene que ser incómoda, especialmente cuando se traicionan los sueños.