Flannery O'Connor murió demasiado joven, como tanta gente que amamos. Esta escritora estadounidense especialista en relatos cortos y extraños vio la luz de Savannah, Georgia, al sur de los Estados Unidos, el 25 de marzo de 1925. Desgraciadamente, cuando solo tenía 39 años, murió en Milledgeville también en el estado de Georgia. Estos días en los que el metro de Barcelona vuelve a ir lleno como si nunca hubiera pasado nada llamado pandemia, leo su diario (Diario de Oración, editado por Ediciones Encuentro) y tengo que contener expresiones de maravilla para no molestar a los pasajeros. Conocida por sus relatos cortos, que aparentemente no tienen ningún ingrediente edificante, pero que en relectura contienen una tonelada, esta mujer es una escritora demasiado poco leída, demasiado poco citada, tristemente poco conocida. Que no sea porque es católica y eso en literatura lo distorsiona todo. El catolicismo, sin embargo, cuesta encontrarlo, en una primera lectura. Parece más bien una escritora terriblemente atea y dura. Tremendamente irónica y cáustica, demasiado cínica. En su diario, escrito entre 1946 y 1947, la joven escritora, con solo 21 años, osa escribirle cartas a Dios, y le pregunta y explica lo que no entiende. En el diario, y en sus escritos y conferencias sobre literatura, se explica muy bien. Habría sido una excelente profesora. Con sus cuentos se dedica a ir soltando puñetazos sin que lo parezca. Lees y quedas llagado. Literatura en acción, literatura que pincha y suscita. Inexorablemente. No puedes hacer que parezca que no has leído a O'Connor. Te afecta.

Con sus cuentos se dedica a ir soltando puñetazos sin que lo parezca. Lees y quedas llagado. Literatura en acción, literatura que pincha y suscita.

Flannery O'Connor era una mujer obediente por fuera y rebelde por dentro. Un perfil mucho más interesante que el de personas aparentemente rebeldes y díscolas, pero que tienen obediencias tácitas y nada les remueve las entrañas. Ella tenía el don de captar sociológicamente su entorno, racista, empobrecido, salvaje y feo. La retahíla de personas con taras que Flannery O'Connor describe no tiene fin. Todo el mundo tiene algún tipo de problema, carencia manifiesta o latente discapacidad. Y con todo, en su literatura, hay una belleza que emerge desde el barro que es un pequeño milagro. Cada cuento esconde un momento epifánico, el instante de la maravilla, aquella frase que tienes que releer y que te abre un universo y te cierra tantas miserias. No es fácil, saber escribir así. Ella le dedicó la vida. Iba a misa cada mañana y después se dedicaba solo a escribir. Hizo de ello su misión. Doy gracias por las personas que han descubierto por qué han venido al mundo, como ella. Y que se esfuerzan en cultivar este don y lo hacen misión. Viernes 25 de marzo, su aniversario, le dedicaré más tiempo y la releeré con todavía más pasión. Y agradeceré que sus padres tuvieran la gran idea de concebirla. La leeré con fruición. Es el mejor regalo que le puedes hacer a un escritor.