Desde el 2017 el panorama se ha empequeñecido. No sé si entonces el mundo nos miraba, pero nosotros miramos el mundo dispuestos a hacernos un lugar. El 155 redujo el campo a un partido de ping-pong entre España y Catalunya. La represión la ha acabado reduciendo a un juego de bolos entre Junts y ERC. Se hace difícil escribir nada que no tenga que ver con si Puigneró está más o menos triste, si Junts tiene que salir o no del Govern para empezar a vivir de un capital político propio o si pitar a Carme Forcadell es neofascismo. Nos alimentamos analizando los trastos de lo que un día fue un movimiento político porque nos dejaron con el hambre abierta, salivando, y no nos queda mucha cosa más que hacer que publicar lo mismo de siempre con la directa puesta esperando que todo se degrade hasta el final. El problema de la degradación política es que en Catalunya parece que nunca se acaba y los que podrían pararla se la miran de lejos para que no los centrifugue, porque saben que quien se entretiene demasiado con los detalles se acaba guillando. Pero el final de la decadencia no puede ser un acto de fe, porque siempre habrá alguien dispuesto a empequeñecerlo todo todavía más para ahorrarse riesgos.

El declive es cómodo para quien vive de este, pero también para quien, para protegerse, se repliega tanto en lo que es íntimo que cree que ya no tiene ninguna responsabilidad

El declive es cómodo para quien vive de este, pero también para quien, para protegerse, se repliega tanto en lo que es íntimo que cree que ya no tiene ninguna responsabilidad. Dan mucha vergüenza los fans de Laura Borràs. Es insultante la frivolidad con que Pere Aragonès reivindica el primero de octubre. Es humillante cómo ERC utiliza la mesa de diálogo para enmascararlo todo. Es desesperante hasta qué punto la falta de estructura y de ideología de Junts ha manchado la política catalana. Es desmoralizador cómo el debate ha quedado reducido a los tuits de una diputada en el Congreso. Es penoso como la represión ha empobrecido la cultura democrática del país. Es deprimente que el chantaje emocional con la prisión y el exilio todavía garantice votos. Ahora bien, donde haya vergüenza, humillación, desespero, sentido de la moral o pena, todavía hay responsabilidad y, por lo tanto, todavía hay compromiso.

Dejando espacio a la derrota progresiva también abrimos la separación entre nosotros y la idea de país que va íntimamente ligada a nuestras instituciones

La degradación política erosiona la relación que los catalanes tenemos con nuestro país y nos desvincula. Por eso, dejar margen al desastre no es la gran estrategia para reavivar que algunos se piensan. Dejando espacio a la derrota progresiva también abrimos la separación entre nosotros y la idea de país que va íntimamente ligada a nuestras instituciones y a los que le ponen cara. Llegará un día cuando ver al señor de la guitarra haciendo el ridículo al lado de nuestros representantes públicos no nos inmutará y aquel día será el final de la degradación porque, sin frustraciones ni aspiraciones, también será el final de nuestra ambición por conquistar un ideal de país.

No podemos fiar el futuro viciado de una nación sometida a una llama mística que nazca de las cenizas

Es ingenuo pensar que la decrepitud y el tiempo nos jugarán a favor. La evidencia nos dice que hasta ahora sólo nos han dejado más desbaratados y más españoles. Hay quien dice que para acabar con el lodazal pegajoso que empapa todo desde el inicio del retroceso hace falta "fuego nuevo". Pero no podemos fiar el futuro viciado de una nación sometida a una llama mística que nazca de las cenizas. Para que haya fuego tiene que volver a haber leña y para parar la dinámica de la degradación tiene que haber quien, reconociendo la máquina de trinchar cerebros que es todo, ponga el suyo para detenerlo. El único final bueno que tiene este escenario decadente es un final precipitado por la voluntad de los que no quieran apartar más la mirada y fingir que nada les interpela, aún sabiendo que a veces la línea entre despreocuparse de la política y despreocuparse del país puede ser muy fina.