Cuando todavía no nos habíamos recuperado de la irrupción de Tomàs Molina en el mundo de la política (y de las buenas personas de ERC), el retaco Alhora anunciaba que el actor Joel Joan será el número 10 de la formación de Clara Ponsatí y Jordi Graupera, sumándose así a una lista de prohombres y promujeres de la cultura, como nuestra gloria sonora nacional, Roger Mas, y los literatos Carlota Gurt, Dolors Oller y Miquel de Palol. En el caso de mi (estimadísimo) amigo Joel Joan, hasta ahora abstencionista, el reclutamiento tiene un mérito incuestionable y certifica la capacidad de persuasión inigualada del mi (todavía más estimadísimo) amigo Jordi Graupera; pues, en efecto, hay que gastar la saliva de Demóstenes para convencer a un tipo tan listo como Joel para que se apunte a un invento liderado por alguien que ahora hace ver que no conoce a Puigdemont después de que el 130 la hiciera eurodiputada e inmune durante cuatro años.

El gesto tiene cierta gracia porque, como pasa siempre, trufar un partido de intelectuales suele comportar una operación para blanquear a las primeras espadas: en este caso, toda esta ensalada de poetas resulta un espléndido velo de Maya para obligarlos a olvidar un hecho incuestionable: a saber, que Ponsatí fue bien consciente del engaño de Puigdemont durante los hechos de 2017 y, no obstante, decidió embarcarse en la aventura europea del Molt Honorable para continuar la farsa y engordar un poco la caja, a la espera de poder hacerse un espacio aparentemente alternativo. En este sentido, me ha interesado especialmente que el colega filósofo Joan Burdeus defienda medio apáticamente esta lista, apelando a la diferencia (by Max Weber) entre la ética de la responsabilidad, más propia de tecnócratas materialistas, y la ética de la convicción, regida por principios de moralidad perenne.

Digo que la conceptualización del caso me hace gracia no solo por el hecho de que Ponsatí, insisto a riesgo de hacerme pesado, haya alargado la comedia puigdemontista hasta salir del automóvil last minute para poder hacerse la diva engañada (manteniendo las estructuras de poder y de asesores europarlamentarios que disponía gracias a Junts per Catalunya, no a la generosidad del Espíritu Santo), sino también por esta curiosa noción según la cual los intelectuales, venía a decir Burdeus, viven más bien aislados de los convencionalismos hipotecados por la inmediatez. Esta tesis, más que sorprendente, es falsa, si recordamos las sempiternas (y ciertas) reivindicaciones de Joel sobre la necesidad de una industria del cine en catalán que sea competitiva o si leemos los artículos alarmantes (y ciertos) que Carlota Gurt escribe en el periodiquillo de los Rodara donde, básicamente, glosa la precariedad de los escritores.

La filosofía política de Alhora abraza muy hábilmente el desengaño moral de los culturetas más patriotas con el puigdemontismo y el pujolismo-junquerista

De hecho, ahora que apelamos al prestigio de las convicciones, también resulta notoriamente comprobable como muchos de estos mismos intelectuales han seguido de una forma más bien acrítica los postulados que nos ha hecho tragar el procesismo. En este sentido, la filosofía política de Alhora abraza muy hábilmente el desengaño moral de los culturetas más patriotas con el puigdemontismo y el pujolismo-junquerista, trufándolo con la idea (falsa) según la cual la gente del mundo de la letra tiene escasas dependencias con el poder, un presupuesto que —en el caso catalán— resulta altamente cuestionable. Desde su retorno del exilio, a Ponsatí la hemos podido ver en numerosas presentaciones de libros, lo cual —más allá de un repentino interés por el mundo de la lírica— se intuye como una forma poco disimulada de continuar la folclorización de la política para impregnar la cultura de la misma mediocridad moral.

En este sentido, tiene mucho sentido que escritores como Burdeus religuen la aparición de Alhora como una pretensión de cambiar la política a través de sus palabras fundamentales (así lo hace Richard Rorty en Philosophy as cultural politics). Pero, puestos a citar la inspiración del pensador yanqui, yo acercaría la táctica de los alhorianos a la obra Contingency, Irony and Solidarity, donde el hermeneuta describe muy bien la tarea de un ironista político como una especie de liberal con unas convicciones que, lejos de ser metafísicamente válidas por su propio peso, sobreviven más bien por la casuística, la suerte y la comparativa con otras opciones que resultan menos prácticas o más crueles. Desde esta perspectiva, la filosofía de Alhora necesitaba una política cultural que, manteniendo la genética del procés, renovara el vocabulario, presentándose a los electores como una opción de esperanza.

De momento, la nueva filosofía de la contingencia queridamente sentimental ha hecho olvidar a mis compañeros la cultura política de aquellos tiempos (no muy lejanos) en los que Ponsatí lucía la acreditación de eurodiputada y defendía a Puigdemont, asegurando que el Estado nunca conseguiría tumbarlo porque era un hombre de unas convicciones más duras que el mármol. Por lo tanto, es lógico que entre las primeras espadas de la cultura de Alhora hayan buscado a un hombre que, hacer teatro, sabe un cojón y medio. Ya sé que tengo que ir a tu Escape Room 2, Joel; pero es que entre todos me dais mucho trabajo. Tranquilo, ya he visto que la obra dura hasta mayo, como esta aventura tan convergente en la que te han metido.