Festejar, técnicamente, puede consistir en halagar a alguien para conquistarlo, o mantener una relación previa a casarse. Festejar es una maravilla, porque la fiesta intensifica la vida cotidiana y la llena de luz y color. Las fiestas, sin embargo, no siempre gustan a todo el mundo. Hay gente que son "esgarriafes", una palabra catalana que en un castellanismo barbárico sería "aguafiestas". En las fiestas, también nos podemos cansar y marcharnos antes de tiempo. Las fiestas suelen tener un sentido, aunque también se puede celebrar la vida (quizás no hay nada más importante, y lo olvidamos). Solemos hacer fiestas para días claves, vinculados a santos, a recuerdos históricos, y también, y sobre todo estos días, a hechos relacionados con la religión. A veces vamos a una fiesta y no tenemos muchas ganas, pero no son nuestras ganas lo que cuenta, sino la ilusión de la persona que hace la fiesta, o el sentido de la fiesta que se celebra. No somos el centro del mundo. Hay celebraciones de las cuales prescindiríamos, porque no nos apetece, porque ese día queríamos hacer otra cosa, porque sencillamente no es nuestra prioridad. Pero vamos, y celebramos. Lo hacemos en nuestra vida personal, privada. Colectivamente, también nos pasa. Hay fiestas que a algunos no les dicen nada. Hemos tenido un puente que lo constata, entre fiestas de cariz político (Constitución) y otras religiosas (Purísima), que por motivos diversos no acaban de gustar. Y ahora viene Navidad, y como tampoco es del gusto de todo el mundo, para algunos ahora viene el invierno y "las fiestas", sin más connotaciones. Sería forzado que yo no celebrara el día de mi santo (Míriam, dulce nombre de María) porque no me gusta el nombre, o si usted se llama María del Carmen hiciera como que no pasa nada el 16 de julio, también es socialmente anómalo que pase la Navidad y hagamos como si nada.

La Navidad no es una fiesta que obligue a adherirse a la religión cristiana, sino que es una fiesta cristiana que por motivos históricos ha configurado parte de la cultura en que vivimos, y se decidió que sería festivo

La Navidad no es una fiesta que obligue a adherirse a la religión cristiana, sino que es una fiesta cristiana que por motivos históricos ha configurado parte de la cultura en que vivimos, y se decidió que sería festivo. El día de Navidad, y en nochebuena, nadie está obligado a ir a misas del polluelo, del Gallo, de nada. Porque por suerte todos somos libres de profesar la religión que queramos, o ninguna religión, si no la queremos. Negar, sin embargo, que sea el día de Navidad, negar que este hecho haya moldeado quienes somos, hacer como si no tuviera nada que ver con nosotros, sustituirlo por una fiesta invernal, intentar que las referencias navideñas no estén, construir caganers de todo tipo menos pastores y referencias al belén me parece un empobrecimiento y una estrategia de disimulo de quienes somos. Las identidades son múltiples, permeables, abiertas, dinámicas. Sí. Pero también estamos hechos de fiestas, de pasado, de herencias, de tradiciones. A mí no me da miedo, la Navidad. Entiendo que la Navidad sea difícil para quien sufre ausencias (me incluyo). Entiendo que no todas las familias son un nido de paz y calor. Comprendo que la administración pública tiene que hacer equilibrios en una sana laicidad. Pero negar de dónde venimos me parece un error que desorienta y disminuye el amor por la tierra, las costumbres, el país. Quejarse después de la falta de implicación política de los jóvenes es también eso. El belén no es política, pero no querer un belén, es política. Y no inclusiva.