Este artículo tiene que empezar con dos previas necesarias: la primera, que la ministra Irene Montero tenía las mejores intenciones a la hora de promover la famosa ley del sí es sí; la segunda, que el infierno está lleno de buenas intenciones.

Por mucho que se repita, una y otra vez, que la ley nació para proteger a las mujeres y agravar las penas contra los agresores, lo cierto es que el balance que ha dejado ha sido catastrófico. Según los datos actuales, y sin contar todos los casos que ya están en revisión (que se cuentan por cientos), más de mil agresores se han visto beneficiados con reducción de penas, y más de cien han sido excarcelados, incluyendo casos tan conocidos como el del tristemente famoso violador de Lleida. Con este escenario dantesco delante, mantener la idea de que la ley era buena es una obcecación difícilmente catalogable, más allá de la ortodoxia partidista más intransigente.

¿En qué mundo de supremacismo ideológico vive Irene Montero que cree que puede interpretar el sentido de todo el movimiento feminista en función de sus obsesiones ideológicas?

Todo lo que ha pasado con el sí es sí ha sido un completo desastre, desde los inicios, cuando ya se avisó desde diferentes instancias de que la ley podía tener resultados indeseados, hasta la tozudez con que se ha querido mantener, a pesar de las dramáticas evidencias. E intentar justificar esta monumental chapuza —de la cual el PSOE ha sido tan culpable como Podemos— con la cancioncilla del "juez facha" no es más que una patética huida hacia adelante que solo han comprado los seguidores más irredentos. La cruda realidad es que los jueces no podían hacer otra cosa, en la inmensa mayoría de casos, que interpretar la ley a favor del penado, con el dolor inmenso que eso ha causado a las víctimas. Víctimas, por cierto, que son las grandes olvidadas de toda esta polémica. Era, pues, evidente que la ley tenía que ser modificada, como finalmente así ha sido, porque se había convertido en una ley Frankenstein que escondía monstruos. Ciertamente, es inconcebible que una reforma del Código Penal tan delicada como esta, que afecta a un tema tan sensible como el de la agresión sexual, se haya hecho con tanta chapucería y poco rigor. En todo caso, bienvenida sea la rectificación, aunque la aritmética parlamentaria conseguida sea bastante antipática. Por cierto, y en paréntesis, ¿qué narices hacía JuntsxCat absteniéndose y, por lo tanto, alejándose de la percepción central de su propio electorado? Del voto en contra de ERC poco hay que decir, dado que en este tema han puesto el piloto automático progre, y no se han detenido a leer las consecuencias.

El feminismo no es un partido, ni puede patrimonializarlo un solo partido, y cuando se utiliza como simple pancarta partidista, pasa lo que ha pasado con el sí es sí, que se hace un daño considerable a los mismos derechos que se querían proteger

Pero, artimañas y malabarismos políticos aparte, lo más grave es la apropiación que ha hecho la ministra Montero y la gente de Podemos del movimiento feminista a lo grande, con expresiones de un sectarismo ideológico de manual. Su lacrimógeno discurso después de la aprobación de la modificación, asegurando que era un día triste para todas las feministas, fue tan patético como falaz. Patético porque, a pesar de las desastrosas consecuencias, Montero no ha sido capaz de hacer ni una mínima autocrítica, ni ha mostrado ninguna empatía por las víctimas de su desastre; y falaz porque es literalmente mentira. ¿Quién es ella para monopolizar el feminismo? ¿No pueden ser feministas las víctimas que han sufrido las rebajas de penas de sus agresores y están en contra de la ley? ¿No lo puede ser la considerable cantidad de mujeres que, desde el ámbito público, han clamado contra esta ley? ¿No lo pueden ser las abogadas que la han considerado una ley pésima? ¿Y toda aquella ciudadanía que se sentía estremecida por los resultados que la ley ha provocado, ningún ciudadano es feminista? O todavía más, dado que parece que no se ha planteado estas preguntas: ¿en qué mundo de supremacismo ideológico vive Irene Montero que cree que puede interpretar el sentido de todo el movimiento feminista en función de sus obsesiones ideológicas? El feminismo no es un partido, ni puede patrimonializarlo un solo partido, y cuando se utiliza como simple pancarta partidista, pasa lo que ha pasado con el sí es sí, que se hace un daño considerable a los mismos derechos que se querían proteger. Aparte de alimentar el protomachismo que está sacando la cabeza por el lado derechista extremo.

El feminismo, señora Montero, no es un trapo sucio que se puede usar para la guerra de partidos. No es una pancarta en una manifestación. No es un eslogan electoral. Y, sobre todo, no es patrimonio de unas siglas ideológicas que, monopolizando la lucha de las mujeres, la única cosa que consiguen es deteriorarla y hacerla antipática. Afortunadamente, hay más personas feministas que votantes de Podemos. Quizás le irían mejor las cosas, a la señora Montero, si lo tuviera en cuenta.