Sin preámbulos y a bocajarro: la gente de Podemos está haciendo un uso partidista absolutamente perverso de la lucha feminista. No solo convierte la causa de la mujer en el patio privado de sus guerras ideológicas, sino que sobreactúa con una retórica tan agresiva que consigue activar los anticuerpos de muchas personas que, sin abrazar el feminismo, podrían entender los motivos. Para decirlo claro, está convirtiendo el feminismo en una cuestión frentista que, con su histrionismo, alimenta el huevo de la serpiente del protomachismo que empieza a sacar la oreja, de la mano de la extrema derecha. Todo ello, una suma de despropósitos que pueden ser útiles para las estrategias de su partido, pero de ninguna manera ayudan a la lucha por los derechos de las mujeres.

Algunas reflexiones al respeto. La primera: la causa de la mujer tiene que ser transversal y plural, o no será. Si la monopoliza un partido de manera exclusiva, y la utiliza para hacer campañas de descrédito a sus opositores, a los cuales expulsa de la causa, la única cosa que se consigue es desvalorizarla, estrecharla y convertirla en una simple pancarta de la guerra política. En este sentido, las dos polémicas protagonizadas por Podemos en la manifestación feminista son paradigmáticas de esta agresividad sobrepuesta: por una parte, la famosa Ángela Rodríguez (Pam), flamante secretaria de estado por la igualdad, que coreaba el "qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar"; de la otra, la jueza Victoria Rosell Aguilar, actual delegada del gobierno contra la violencia de género, que señalaba a Ana Rosa Quintana con expresiones insultantes. Más allá de las diferencias con la Quintana y del combate de las ideas del Abascal, este tipo de actitudes, hechas desde las posiciones institucionales, solo sirven para fortalecer a los opositores y alimentar la retórica contraria a nuestros derechos.

La causa de la mujer tiene que ser transversal y plural, o no será. Si la monopoliza un partido de manera exclusiva, y la utiliza para hacer campañas de descrédito a sus opositores, a los cuales expulsa de la causa, la única cosa que se consigue es desvalorizarla, estrecharla y convertirla en una simple pancarta de la guerra política

Si alguna cosa ha hecho avanzar la lucha por la igualdad, ha sido justamente la actitud contraria: convertirla en una causa que nos implica a todos, derechas, izquierdas, liberales, centrocampistas, todos los espectros ideológicos unidos, con sus matices, en la lucha contra la violencia de género, la grieta laboral y la discriminación ancestral. Es del todo injusto considerar que la lucha por los derechos de la mujer es una cuestión exclusiva de los partidos de izquierdas, porque desde los inicios de la lucha ha habido mujeres de todos los colores, muchas de ellas profundamente conservadoras, que han sido decisivas en el avance de los derechos.

Tal vez el ejemplo más rotundo en la península es el de la diputada Clara Campoamor, que consiguió el sufragio femenino en 1931, en contra de la posición de las mujeres socialistas que estaban en contra por tactismo electoral. Incluso tuvo que enfrentarse a la progresista Victoria Kent, que intentó justificar por qué sería malo que las mujeres votaran. Y si miramos a los inicios mismos de la lucha sufragista, es evidente que eran mujeres de buena posición, nada proclives a ser revolucionarias, las que alzaron las primeras banderas. Desde entonces, ha sido una lucha compartida por mujeres (y hombres) de diferentes ideologías, y cualquier intento de patrimonializar la causa solo ha servido para dañarla severamente. En este sentido, la demagogia feminista hiperventilada de Podemos hace más daño que bien a la necesaria complicidad social que la causa necesita. Además, en los últimos tiempos ha sido tan feroz el intento de Podemos de monopolizar el feminismo que incluso los ha conducido a cometer errores gravísimos, como los de la ley del "solo sí es sí", tan apremiada como mal hecha y, en consecuencia, nociva para las mismas mujeres que buscaba proteger.

Si miramos a los inicios mismos de la lucha sufragista, es evidente que eran mujeres de buena posición, nada proclives a ser revolucionarias, las que alzaron las primeras banderas. Desde entonces, ha sido una lucha compartida por mujeres (y hombres) de diferentes ideologías, y cualquier intento de patrimonializar la causa solo ha servido para dañarla severamente

La segunda reflexión tiene que ver con la hiperideologización de la causa, tan sobrecargada de otras cuestiones ideológicas que acaba ahogándose por exceso. La lucha contra la discriminación de la mujer no puede ser el contenedor donde colocar todas las pancartas del progresismo más militante, porque nuevamente se rompe el consenso básico y se convierte la mujer en un simple lema demagógico. En la lucha por la mujer ha habido, desde siempre, personas que tienen modelos económicos, sociales y políticos diferentes, pero que han remado en la misma dirección a la hora de luchar contra la discriminación. Sin embargo, Podemos actúa como si hubiera inventado el feminismo, como si no existiera más de un siglo de lucha de personas de todas las ideologías, como si solo se pudiera defender la mujer si se milita en su dogmatismo. Más que defensores de una causa, parecen guardianes de la fe, convertidos en martillos de herejes de los que no siguen su catecismo.

Como consecuencia de todo ello, el feminismo empieza a transformarse en una cuestión antipática que, lejos de concernir a todo el mundo, es exclusivo de determinada militancia ideológica. Con el añadido de la prepotencia "moral" que se otorga determinada izquierda, convencida de que tienen la razón absoluta, sin matices, ni contradicciones. Sinceramente, es muy pesado y, sobre todo, muy decepcionante porque deshace años de lucha compartida. Ni la bandera de la mujer es de Podemos, ni tienen ningún derecho a quedársela. Primero, porque la exclusividad minoriza y reduce la fuerza del feminismo. Y segundo, porque es un agravio insultante a los miles de mujeres de todas las ideologías que han luchado para que hoy las Montero de turno sean ministras. Un poco de respeto, pues, a su memoria. Un poco de respeto, y un poco menos de fanfarronería.