Después de seguir los discursos demenciales —y las imágenes— del congreso de JxCat, creo que la última carta ganadora que les queda para jugar a los chicos de Convergència es Jordi Graupera. No sé si el invento llegaría a funcionar, también tengo que decirlo. Pero me parece que es la única carta que pueden jugar para intentar arrebatar la hegemonía a ERC y servirla al rey de España antes de que salga otro partido que los haga añicos. 

Desde que Jordi Pujol se tuvo que jubilar que Convergència ha funcionado comprando ideas y hombres de rebajas. Primero, los chicos del pinyol pusieron a Artur Mas para competir con la pedantería business friendly del PP catalanista de Josep Piqué, y la brillantina privatizadora de los amigos de Aznar. Después pusieron a Carles Puigdemont para competir con el independentismo de alpargata de Oriol Junqueras. Para doblar la apuesta en "bonhomía" incluso osaron investir a Quim Torra.

Supongo que el líder de ERC tiene la medida tomada a sus rivales porque deja que vayan haciendo con una gran paciencia. La tenacidad con la cual se entregó a los escarnios y a las humillaciones después del 9-N, y sobre todo después del 1 de octubre, no deja de ser sospechosa, vista con perspectiva. Me temo que el realismo de Junqueras ha sido siempre un poquito anal, como el de Miquel Bonet, que dice: "Después de tantas mentiras me voy a escribir a El País aunque sea un diario que odia Catalunya, qué pasa". 

Junqueras ha construido su virreinato sobre el cinismo de CiU. El líder de ERC ha convertido su partido en la expresión institucional de los catalanes que se sintieron engañados por los políticos del procés, incluidos los que no votarían a Pere Aragonès ni a punta de pistola. ERC ha conseguido una cosa que hasta ahora solo había podido hacer el primer Pujol, que es convertir el odio en una fuerza unificadora. Junqueras se alimenta tanto de los catalanes que odian España como de los españoles que odian Catalunya. Pujol hizo lo mismo cuando el PSC se involucró en el golpe de estado de Tejero.

España necesita un Felipe González catalán que rompa con el marxismo, un independentista que diga: “Chicos, con el material que tenemos a mano tenemos que aparcar nuestro sueño, pero no es el fin del mundo, más bien lo contrario”

Junqueras tiene mecha para rato porque se alimenta de hipocresías y contradicciones muy hondas. A veces pienso que mandó a Rufián a Madrid para escarnecer la figura de Duran i Lleida o de Xavier Trias —que también pasó por el Congreso, y justamente cuando el PP aguantaba a CiU en Catalunya—. El líder de ERC es inmune a la abstención porque en el fondo es el menos embustero, pero tiene un punto débil: mantiene la memoria del país demasiado a flor de piel, y esto hace que su hegemonía sea inestable, que no arraigue, como ha dicho Ot Bou en un artículo de los suyos. 

Con Junqueras la tomadura de pelo es demasiado visible, los catalanes son demasiado conscientes de que la democracia española es solo para los castellanos. Con Junqueras el sistema autonómico está en falso, por eso ERC se puede permitir mantener abierta una tabla de diálogo por la independencia, y hacer que los chicos de JxCat ondeen esteladas cada día. Los amos del corral no podrán dormir tranquilos hasta que la derrota no esté muy socializada y los vencidos no estén contentos, es decir, hasta que la sumisión no vuelva a ser asumida con libertad y alegría. 

España necesita un Felipe González catalán que rompa con el marxismo, un independentista que diga: “Chicos, con el material que tenemos a mano tenemos que aparcar nuestro sueño, pero no es el fin del mundo, más bien lo contrario”. Esta obviedad dicha por independentistas de fuera de Convergència podría ser el inicio de una revolución intelectual y política. En cambio, dicho desde dentro de los partidos de Convergència, será sedativo por la fuerza, y más si lo dice una figura con la cual los viejos votantes de Convergència se pueden sentir justificados.

Para batir a ERC, CiU solo tiene un camino, que es perfeccionar la rendición, darle carta de derrota alegre y asumida, como la de los republicanos del PSOE, que en realidad eran franquistas. Jaume Giró solo puede representar la derrota de los catalanes más ricos, de los Tatxos Benet que van de mecenas del catalán mientras hacen el fantasma con seriales que presentan una Barcelona absurda, de imbéciles histriónicos que solo hablan castellano. Los partidos de Convergència necesitan una figura más sutil y más austera, y sobre todo menos madrileña, que no parezca tan autonomista.

Como dice Salvador Sostres, el cinismo de Convergència ha vuelto a ganar, pero el partido no tiene a gente bastante inteligente y fuerte para reconocer que todo va pasar por un ataque de oportunismo y sacar rendimiento de la victoria. Si yo fuera Jordi Turull, iría a buscar a Graupera y le haría una oferta que no pudiera rechazar, una oferta que le diera ganas de presentarse por sorpresa en el bar Mediterráneo y cantar como Joan Manuel Serrat “hoy puede ser un gran día y mañana también”.

Gritando independencia, los convergentes no van a ganar nunca a ERC, ni mucho menos harán independencia. Si llaman a Graupera, nunca se sabe qué puede pasar. La gente está aburrida y triste, y si todo cae con la crisis, también estará asustada.