Feijóo da ternura. Da la impresión de que es un hombre de instinto más que de ideas y que, mientras el PSOE tiene un proyecto para Catalunya —asimilarla políticamente y hacerla participar en sus guerras para pacificarla—, él no puede hacer más que llenar cíclicamente la plaza Colón. Feijóo se esfuerza por liderar ideológicamente un partido que solo lo ve como una carcasa de institucionalidad e, intentando marcar perfil, ha hecho de mear fuera del tiesto su oficio. Me recuerda un poco a Quim Torra, según cómo. El caso es que ni en el PP se creen que Feijóo es un buen recambio de Pedro Sánchez, pero la guerra sucesoria todavía no está abierta porque son conscientes de su corresponsabilidad. Feijóo necesita una base sólida para lucir sus encantos de feudatario moderado y el PP se niega a enterrar un conflicto que siempre les va bien para ponerse medallas. De una persona que aparenta sufrir aversión al conflicto a un partido que no sabe salir de él o que, en el caso de Catalunya, no quiere hacerlo con la misma anestesia que le ha ido bien a Sánchez.

Feijóo se esfuerza por liderar ideológicamente un partido que solo lo ve como una carcasa de institucionalidad e, intentando marcar perfil, ha hecho de mear fuera del tiesto su oficio

La agresividad del presidente español pide a Feijóo actuar con una crudeza y una ferocidad que no le son propias; con una astucia y un sentido de la táctica donde no llega. Siempre que lo intenta, se deja en evidencia. Es imprevisible en lo que es trascendental y, en cada salida de tono, todos vuelven la cabeza para ver qué dice Ayuso, a ver si ya es su momento. Feijóo se deja arrastrar por las redes de Sánchez porque no tiene en otra cosa a la que agarrarse, pero Sánchez siempre gana. Ha llegado un momento en que seguir la política española y ver la zurrada cíclica del presidente español a Feijóo da cierta cosa.

En la cabeza de Feijóo, viendo que la propuesta de amnistía seducía a los independentistas, lo más normal habría sido hacérsela suya —con alguna condición extra— y hacer pinza con el PSOE

El drama es que Feijóo todavía tiene vocación de hombre de estado y el instinto de seguir haciendo política como si Vox no hubiera aparecido en el escenario, como si la consigna del 23-J no hubiera sido salvar España del fascismo. En la cabeza de Feijóo, viendo que la propuesta de amnistía seducía a los independentistas, lo más normal habría sido hacérsela suya —con alguna condición extra— y hacer pinza con el PSOE, como si el procés no hubiera existido y el 23-J tampoco. Ya lo sabemos, que los más interesados que vuelva Convergència son los españoles: para nosotros, el pactismo es un recordatorio constante de dónde están los límites de nuestro poder como catalanes; para ellos es la constatación de quién pone los límites.

Junts presenta como una respuesta del karma lo que en el fondo es una derrota de los partidos independentistas: imagínate ser tan inofensivo que incluso el PP te quiera indultar

Las declaraciones de Feijóo sobre unos posibles indultos y el volantazo posterior avalado por el PP son la materialización de todas las flaquezas del líder popular: una cierta distancia ideológica con los suyos, la aleatoriedad, el instinto de encontrar una salida —como si la estrategia de Sánchez lo hubiera atrapado— y la necesidad de validación de Díaz Ayuso, como si la única función de Feijóo fuera calentarle la silla sin desmontarle mucho el chiringuito. Ya está bien, ya se lo montarán. Digamos que ni a mí ni a nadie que conozco le quita demasiado el sueño que el PP camine sobre inconsistencias. Pero que, una vez más, Junts se encargue de presentar como una respuesta del karma lo que en el fondo es una derrota de los partidos independentistas —imagínate ser tan inofensivo que incluso el PP te quiera indultar— es la enésima muestra bien de desorientación, bien de mala intención. Feijóo y la clase política catalana tienen eso en común: cada vez que simulan querer salir de las telarañas de Sánchez, se hunden todavía más en ellas, como en unas arenas movedizas. Quizás el problema es este: nunca nadie se libera de nada si antes no se libera de su adicción al simulacro.