Hay muchas cosas interesantes que se pueden decir sobre los resultados de las elecciones gallegas, pero la mayoría no son las que encabezan los titulares más importantes, en el sentido de grandes. Es cierto que el PP ha ganado y el PSOE ha perdido, si nos empeñamos en seguir reduciendo al binarismo la realidad, la que sea, también la política. Ha habido más ganancias y pérdidas en estas elecciones. Formaciones que quedan bastante eclipsadas por este sesgo de mirada corta pero muy interesada de los medios, o de ciertos medios, centrada solo en los partidos grandes y, por supuesto, estatales; más todavía si los otros son nacionalistas de algún tipo que no sea radicalmente español. A mí, personalmente, me parecen muy importantes los resultados del BNG. Pero, ciertamente, a pesar de una campaña si no mala errática, el PP ha mantenido una mayoría absoluta que no digo que no tenga mérito, pero que, por otra parte, es la marca de la comunidad gallega y, por lo tanto, tampoco es el hito más difícil.

No sé qué es un buen discurso de victoria. Supongo que el del ganador de las elecciones, el del futuro presidente de Galicia, Alfonso Rueda, ya se ha ocupado del "territorio" y, por lo tanto, Feijóo se ha podido centrar en Madrid; o lo que es lo mismo, el Reino de España. Aun así, que Feijóo, exultante por los resultados, diga que la suya es una tierra con una "enorme estabilidad y, por supuesto, sin aventuras" me parece que hace más daño que bien a los y las gallegas, por lo que tiene de utilitarista la idea de reducir el resultado de Galicia a la contribución a la nación española. Más todavía desde el punto de vista de comunidad histórica.

Cuando la estabilidad es sinónimo de inmovilismo, de vivir en el pasado, en el sentido de manteniendo privilegios establecidos, de la voluntad de no avanzar, no vamos bien

También sé, figuradamente, que lo dice en una clara alusión a Catalunya y, de paso, al rumbo que ha iniciado Sánchez empujado por el nacionalismo catalán. Las y los políticos siempre hablan para su público y quizás para los que pasan por ahí indecisos y, por lo tanto, desde esta perspectiva, a determinada gente que se considera a ella misma "gente de bien" —no sé si lo dicen también en lengua gallega o solo en castellano— seguro que les suena bien y celebran unas palabras como estas. No es mi caso, pero tampoco soy gallega. No me gustaría nada que vincularan mi territorio a la falta de aventuras; por mucho que la inestabilidad, a priori, no parece nunca algo bueno. Más todavía cuando hay tantos problemas por solucionar, en todas partes, también en Galicia. Cuando la estabilidad es sinónimo de inmovilismo, de vivir en el pasado, en el sentido de mantener privilegios establecidos, de la voluntad de no avanzar, no vamos bien. Solo hay que ver datos de pobreza y desigualdades.

Quizás también que en un partido tan centrado como está ahora el PP en la libertad, estilo Ayuso, y en el bien común, estos otros aspectos y muchos otros no sean prioritarios. De hecho, en el mismo discurso, Feijóo también ha destacado esta idea, ahora tan suscrita, de la defensa "de los intereses comunes", que quiere decir, en todo caso, españoles y entendida esta españolidad solo de una única manera, la que se ha heredado del Caudillo. Vuelve a ser este no trabajar por los intereses comunes un dardo envenenado que se utiliza muchas veces, con una pareja de baile del siglo XXI que es la de "NO gobernar para todos"; que no es más que el chocolate del loro, pero que tiene un gran predicamento en España contra el cambio en general, pero, en particular, contra el cambio en la definición de España y su unidad. Aunque tenemos que recordar que hasta hace poco este matrimonio también lo abrazó con bastante gozo toda la izquierda española, incluidas sus filiales en Catalunya, que ahora regresa como si fuera un boomerang para poner en cuestión la legitimidad de su propia gobernanza. ¡No hay duda de que Feijóo está disfrutando del momento!